Judas: un evangelio sin cruz
A principio de los años setenta del pasado siglo un manuscrito copto del siglo IV (o acaso III), procedente de Egipto, llegó a Europa. Posteriormente, fue dipositado en una caja fuerte de Long Island (Nueva York), donde pasó 16 años y sufrió un notable deterioro (de casi ¼ parte del texto) debido a la climatología atlántica, tan distinta del clima seco del país del Nilo. Finalmente, en el año 2000 volvió a Europa, adquirido por Frieda Nussberger-Tchacos, qui...
Judas: un evangelio sin cruz
A principio de los años setenta del pasado siglo un manuscrito copto del siglo IV (o acaso III), procedente de Egipto, llegó a Europa. Posteriormente, fue dipositado en una caja fuerte de Long Island (Nueva York), donde pasó 16 años y sufrió un notable deterioro (de casi ¼ parte del texto) debido a la climatología atlántica, tan distinta del clima seco del país del Nilo. Finalmente, en el año 2000 volvió a Europa, adquirido por Frieda Nussberger-Tchacos, quien se puso en contacto con la Fundación Maecenas para su publicación. Esta no llegaría hasta hace pocos días, después de que R. Kasser, M. Meyer y G. Wurst, con un equipo internacional de apoyo, recompusieran las más de mil pequeñas piezas de texto. El ímprobo –y a la vez atrevido y siempre mejorable– trabajo de recomposición del manuscrito nos permite acceder a un típico evangelio gnóstico escrito más allá del año 150 d.C. pero no más tarde del 180 d.C. El terminus ad quem es esta última fecha ya que aparece citado –suponiendo que se trate del mismo texto– por Irineo de Lión en su obra «Contra las Herejías» libro I, 31, 3. Irineo concluye su breve referencia al tema afirmando que un grupo gnóstico cristiano –a mi parecer, más radical que los valentinianos– reconoce en Judas «el único de los discípulos que ha poseído el “conocimiento” de la verdad» y que por lo tanto «ha llevado a término el “misterio” de la traición». De ahí que, afirma Irineo, este grupo gnóstico haya «fabricado (et confinctionem adferunt) un escrito a quien llaman Evangelio de Judas».
De forma llamativa, el Evangelio de Judas contrapone a los apóstoles (los Doce, según la tradición cristiana primitiva) con Judas Iscariote, el «tredicésimo» discípulo, el único a quien Jesús habría comunicado los misterios del Reino. Los conocimientos arcanos, las verdades últimas, quedan vedadas a los otros discípulos. En cambio, Judas, debidamente aleccionado por Jesús, acaba entrando ni más ni menos que dentro de una «nube luminosa» y llega a la glorificacion final, como miembro de pleno derecho –el único entre los apóstoles!– de la «generación grande y santa», ya existente «antes de los cielos y de los ángeles». En otras palabras, Judas es el apóstol «espiritual» quien, gracias a Jesús, el salvador que le muestra el camino de la verdad, entra en unión plena con Sofía (= Sabiduría), la más alta de las entidades gnósticas. Judas se convierte así en el modelo del perfecto creyente gnóstico.
¿Qué ha hecho Judas para merecer este honor tan excelso? Simplemente, ha llevado a cabo el acto más relevante que podía hacer un discípulo: facilitar al Maestro su final. Veamos qué dice Jesús a Judas, según este evangelio, pocos días antes de su muerte: «Tú sacrificarás al hombre que me reviste». Esta es la frase clave del texto en relación al tema de la traición. ¿Cómo interpretarla? Se trata de un pensamiento típicamente gnóstico: nótese que se afirma que Judas no lleva a «Jesús» a la muerte sino tan sólo «al hombre que me reviste». Para los gnósticos, Jesús es un ser divino –y no humano!– que ha bajado a la tierra –el mundo inferior y degradado– revistiéndose de un cuerpo humano como el nuestro, pero sin convertirse realmente en hombre. La encarnación no existe: sólo es un simulacro. Así las cosas, cuando llega el momento de su muerte, el simulacro se repite: quien muere no es Jesús sino «el hombre (cuerpo humano) que le reviste». Jesús, puro espíritu divino, no puede morir. Quien muere es la «envoltura» de su divinidad, es decir, la materia, el cuerpo.
Judas, con su traición, ha hecho un gran favor a Jesús ya que, facilitando su detención y posterior ejecución, ha contribuído a que este quedara libre de su cuerpo mortal, de «el hombre que le reviste». La traición de Judas ha sido, en el fondo, un acto de profunda adhesión a Jesús. Por esta razón, Jesús le promete que en los últimos días será glorificado y que de hecho «gobernará» sobre los otros discípulos, aunque tenga que pasar por el estigma de ser considerado para siempre el discípulo traidor y maldecido.
Esta rehabilitación absoluta de Judas no es un puro juego dialéctico ni una curiosidad intelectual. A través de un texto impregnado de teología gnóstica emerge el gran conflicto que sacudió a la Iglesia cristiana en el siglo II. El Evangelio de Judas refleja las creencias de un grupo gnóstico que, probablemente, ha quedado al margen de la comunión eclesial y que encuentra su referente en Judas, el discípulo a quien la propia traición ha excluído precisamente del grupo de los Doce. La Iglesia apostólica, la de los Doce, aparece como la humanidad «imperfecta», la de los «psíquicos», incapaz de llegar a la verdad, llena de maldades, la que adora a un «dios» menor cuando celebra la Eucaristía y los otros sacramentos. En cambio, el grupo gnóstico que está detrás del Evangelio de Judas se considera a sí mismo el grupo de los perfectos, los únicos que han sido realmente bautizados «en el nombre de Jesús». Naturalmente, «Jesús» no es, en esta frase, el Jesús que confiesa la Iglesia cristiana: el Jesús de Belén y del Calvario, el Jesús de los pobres y el que resucitando ha vencido a la muerte. La cruz es, aquí, un pequeño incidente, no la base de la fe. Jesús no es realmente hombre. Tan sólo una emanación divina, que procede de la eterna Sofía y que enseña el camino del conocimiento a un pequeño grupo de «espirituales», los que se consideran seguidores de Judas, el discípulo de la «feliz» traición.
De lo dicho se deduce que el Evangelio de Judas, un texto representativo del gnosticismo cristiano del siglo II, se mueve en un registro puramente teológico y no ofrece ningún dato histórico nuevo sobre la vida de Jesús ni sobre la relación entre Jesús y Judas ni sobre la traición de este último. En este sentido, estamos lejos de las interesantes –aunque pocas– aportaciones históricas que hace el Evangelio de Tomás. La especulación presente en el Evangelio de Judas lo aproxima más bien al Apócrifo de Juan. El texto recientemente publicado va a contribuir de forma notable al estudio de los grupos y grupúsculos gnósticos cristianos de la segunda mitad del siglo II d.C. En efecto, el grupo gnóstico que está detrás de este Evangelio ofrece una interpretación del cristianismo que se propone como alternativa a la de la Iglesia apostólica, sistemáticamente demonizada en dicho texto. Que Judas, el discípulo traidor, se convierta en el único discípulo fiel, expresa claramente las intenciones de dicho grupo. Tan apasionante resulta examinar un texto antiguo como útil detectar lo que está detrás de él.
Armand Puig i Tàrrech, Profesor de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de Catalunya
16 de Abril de 2006
www.almudi.org