Muchos niños alargan su horario escolar debido a las actividades extraescolares. Sus defensores argumentan que, así, aprenden y están entretenidos durante un tiempo en que los padres no pueden estar con ellos. Pero ¿qué están perdiendo a cambio? Muchos niños alargan su horario escolar debido a las actividades extraescolares. Sus defensores argumentan que, así, aprenden y están entretenidos durante un tiempo en que los padres no pueden estar con ellos. Pero ¿qué están perdiendo a cambio?
«Una vez vino un padre con la oferta de cursos, y nos pidió que apuntáramos a su hijo a todo». Quien así habla es don Luis Martínez, de la empresa de actividades extraescolares Activa. Ya es moneda común ver a niños que, además de la mochila del colegio, llevan un instrumento, u otra mochila con las cosas para karate, natación o fútbol, aunque es muy difícil estimar los datos reales de participación en actividades extraescolares. La enorme variedad que hay en la oferta -por parte de empresas, Ayuntamientos, asociaciones de padres, escuelas oficiales, etc.- hace casi imposible tener unos datos unificados. Como dato orientativo, don Luis Martínez dice que, en los colegios en los que su empresa trabaja, un promedio del 20% de los niños participan en las actividades ofertadas por ellos, aunque hay muchas diferencias entre colegios, dependiendo de la zona, del horario, del transporte escolar y de otros muchos factores.
Este dato se refiere sólo a los alumnos que participan en actividades extraescolares en el propio colegio. Hay que tener también en cuenta que, en 2005, había en España 41.272 alumnos matriculados en el grado elemental de enseñanza musical, y 129.366 en enseñanza no reglada, así como 3.904 en el grado elemental y 13.867 en enseñanza no reglada de danza. También había 259.442 alumnos en el grado elemental de la Escuela Oficial de Idiomas. Se puede suponer que su alumnado es, en su mayoría, infantil o juvenil. Si a esto se le añaden todas las escuelas y academias privadas, el resultado puede ser bastante considerable. Es necesario tener en cuenta también la cada vez más popular -93.000 alumnos hace dos años- apertura de muchos centros antes de las clases, algo que sigue alargando el horario de los niños.
Parece que el auge de las actividades extraescolares responde tanto a los deseos de los padres como de los hijos. Al menos, según la catedrática de Antropología de la Educación doña Petra María Pérez, que afirma que «los niños valoran mucho que sus amigos las hagan», aunque, «al analizarlo, se ve que han desaparecido los espacios terciarios, a los que los niños iban después del colegio para jugar sin adultos». Por ello, «si la alternativa es quedarse solo en casa, o con un adulto que no le hace caso, prefieren las actividades extraescolares». También influyen mucho las modas y la televisión, afirma don Luis Martínez.
Por otro lado -continúa la señora Petra María Pérez-, los padres piensan mucho «en prepararlos para el futuro, y tienen la impresión de que los niños están mucho mejor aprendiendo». Doña María Jesús Mardomingo, psiquiatra infantil, afirma que existe «un ambiente en el que parece que los niños tienen que estar permanentemente haciendo algo». En los padres también influye mucho su propio horario de trabajo. «Como los padres no están en casa, rellenan la tarde con multitud de actividades», afirma. Doña Marta Casas, pedagoga del gabinete de orientación familiar Nagore, cree que «la vida laboral de los padres salpica sobre todo a los hijos. A veces no se elige la actividad porque al niño le convenga, sino porque cubre ese horario concreto».
Sólo una alternativa
La conclusión parece ser que las actividades extraescolares no son tan apreciadas por sus cualidades intrínsecas, como por ser alternativas a situaciones menos deseables. Para don Luis Martínez, una señal de que el interés de los niños no es siempre lo prioritario es el hecho de que, si participa en algún deporte, algunos padres los borran si tienen que llevarlo a competir en fin de semana.
Sin embargo, don Gerardo Aguado, doctor en Ciencias de la Educación, recuerda que las actividades extraescolares son parte de la educación del hijo, y los padres pueden administrarlas como quieran; y subraya que tienen muchas ventajas, algo en lo que coinciden los expertos. Bien administradas, suponen una formación complementaria para los niños, y pueden proporcionarle conocimientos necesarios, como los idiomas o la informática. Otro tipo de actividades ayudan a desarrollar la creatividad y sensibilidad del niño; mientras que, practicando algún deporte, pueden descargar energía, aprender a trabajar en equipo...
El problema está en que no se puede pretender que todos esos complementos se acumulen hasta el punto de impedir al niño otras actividades más importantes para su desarrollo. Como señala doña Petra María Pérez, «la formación bien entendida, integral y humana, no se da por tener más horas lectivas».
¿Estresamos a los niños?
Han sido muchas las voces que han alertado de la posible relación de las actividades extraescolares con el estrés infantil, cada vez más extendido. Sin embargo, según don Gerardo Aguado, «todo esto se patologiza mucho». Se suele diferenciar entre ansiedad, que surge ante una situación difícil y que aumenta la activación neuronal; y el estrés, que es cuando se producen «conductas improductivas», como el sudor de manos, o el dolor de cabeza. Sólo se habla de patología «si interfiere en la actividad ordinaria».
La doctora Mardomingo, por otro lado, defiende que los trastornos de ansiedad han aumentado considerablemente en los niños, en quienes también se manifiestan como trastornos del comportamiento y depresivos. Aunque el exceso de carga lectiva no es uno de los factores de mayor riesgo, la señora Mardomingo reconoce que «los horarios que llevan hijos y padres, el menor contacto entre ellos, y que no haya un ambiente familiar tranquilo, también es una fuente de estrés».
La señal de alarma ha de dispararse, según el doctor Pedreira, ante la agitación, las fobias y trastornos somáticos como los dolores de tripa, las palpitaciones y el sudor. Por otro lado, la señora Mardomingo advierte también de que hay «muchos niños que acuden al psiquiatra, y no tienen ningún problema, sólo un montaje de vida inhumano». En Estados Unidos, hace un tiempo, se acuñó el termino hurried children -niños apresurados-, niños a los que, según la profesora Mardomingo, «nada más verles se les nota: no se sosiegan, no escuchan, no siguen una conversación, se aburren cuando no están en ese estado de aceleración permanente, cambian de una actividad a otra, están en hiperalerta e insatisfechos».
Aunque algunas actividades pueden desarrollar la creatividad, el exceso puede perjudicarla, porque «pasan muchas horas con una actividad más o menos reglada», según doña Petra María Pérez. Y esto, a largo plazo, hace que «no aprendan a estar solos, a entretenerse ellos mismos, y no tienen tiempo para la vida interior y el silencio» -afirma la doctora Mardomingo-, ni para desarrollar su autonomía personal: «Es tremendo que los niños no sepan estar solos, que se aburran».
Por otro lado, también hay niños que, a pesar de su gran curiosidad natural, pierden el interés «cuando los contenidos están alejados de su realidad», o están obligados a ir a «actividades extraescolares que no les gustan», como afirman, respectivamente, doña Petra María Pérez y don Luis Martínez. La primera señala que tampoco «es normal» que muchos niños, «los fines de semana, estén tan agotados que no les importe nada estar tirados en el sofá viendo la televisión. Cuando juegan, enseguida se cansan, porque no están entrenados, y porque están cansados del resto de actividades».
Juegos de niños
Precisamente en esto coinciden casi todos los que tratan con niños: en el riesgo que la sobrecarga de actividades extraescolares supone para el juego, lo más característico de los niños y que, a la vez, define su relación con el mundo. Precisamente el psiquiatra Pedreira utiliza el juego como criterio para poder saber cuándo un niño está sobrecargado: «Cuando no puede o no sabe jugar, cuando solamente tiene cosas que hacer, y nunca acaba de tener tiempo para jugar».
Doña Petra María Pérez entiende por juego el que es libre y entre iguales, y cree que es absolutamente necesario, pues «aprenden muchas estrategias para la vida, competencias sociales, como, por ejemplo, superar la frustración sin agresividad, y también límites y normas». También es importante para los niños -afirma- que puedan elaborar sus propias reglas, «que mañana puede que no valgan, pero hoy hay que ajustarse a ellas».
En casa y con los suyos
La doctora Mardomingo y la pedagoga doña Marta Casas subrayan que, además, es importante que el niño tenga ratos para entretenerse él solo, «en casa y con sus cosas», aunque, en esos momentos, los padres también deben estar cerca, «todos tranquilos en casa, juntos o haciendo cada uno lo suyo, charlando si surge».
Don Gerardo Aguado apunta que hay edades en las que los niños no siempre «juegan bien solos o con otros niños, porque, para ellos, el adulto es la fuente de iniciativas, y se lo pasan mejor con ellos». Otra razón para que los padres busquen un tiempo para estar con ellos.
Sin embargo, ninguna de las necesidades reales de los niños parecen tener solución fácil en el mundo de hoy. Los horarios laborales son cada vez más exigentes, y ahora «no se puede dejar a los niños jugar en la calle de una ciudad», apunta don Gerardo Aguado. Él mismo se muestra escéptico ante quienes defienden, sin más, que hay que pasar más tiempo con los hijos. «Para cambiar las cosas no basta con utopías y eslóganes. En la sociedad de ahora no se dan las condiciones que en sociedades más primitivas», recalca. Una dificultad añadida, según él, reside en que «hay muchos padres que no sabrían actuar frente a sus hijos. Hay que reaprender». Es algo -añade- que «se tendría que plantear y resolver cada padre».
Es cada padre, en efecto, el responsable último de que el desarrollo de su hijo sea lo más completo posible, algo que, como se ha dicho, no hay que confundir con el intento de alcanzar la universalidad de conocimientos, algo imposible que puede hacer más daño que provecho.
María Martínez López