En estos días, en los que nuestra mente vuelve a revivir los acontecimientos sucedidos hace un año, estoy pensando con más frecuencia en el grupo de polacos de la parroquia alemana de Santa Gertrud, en Munich, con los que compartí muchos recuerdos y sentimientos en los días siguientes a la muerte de nuestro Juan Pablo II.
Sigo en contacto con estos amigos, pero vengo notando que los echo especialmente de menos en esos momentos oscuros en los que parece que la situación de España no tien...
En estos días, en los que nuestra mente vuelve a revivir los acontecimientos sucedidos hace un año, estoy pensando con más frecuencia en el grupo de polacos de la parroquia alemana de Santa Gertrud, en Munich, con los que compartí muchos recuerdos y sentimientos en los días siguientes a la muerte de nuestro Juan Pablo II.
Sigo en contacto con estos amigos, pero vengo notando que los echo especialmente de menos en esos momentos oscuros en los que parece que la situación de España no tiene solución. Entonces, cojo el teléfono y llamo a uno de los sacerdotes de la parroquia, también polaco. Sé que no me va a decir nada para tranquilizarme, al estilo de Seguro que todo va a salir bien, como hace alguna otra amiga mía. Él, y todos los polacos, saben lo que es vivir en una dictadura, y que tu fe y tus creencias sean perseguidas. Y, cuando le cuento lo que pasa aquí, sólo escucha, y, de vez en cuando, hace algún comentario sobre su gravedad. Quizá es consciente de ella más de lo que lo podamos ser nosotros.
Lo lógico sería, entonces, que, en los días de bajón, no me apeteciera hablar con él para que echara sal a la herida. ¿Para qué pasarlo peor? Pero hay cosas del ser humano que no son lógicas, como el hecho de que, siempre que hablo con el padre Stefan, termino más tranquila. Quizá sea porque, habiendo conocido situaciones muy duras, no le quiera quitar importancia a la nuestra. En realidad, eso me daría la razón, pero no me curaría del pesimismo.
Creo que es simplemente el hecho de poder hablar con él. Me explico: después de siglos de pasar de unas manos a otras; después de décadas de vivir bajo el puño comunista, hay muchísimos polacos que viven con integridad su fe, hay muchos sacerdotes polacos que no sólo trabajan por el Reino en su país, sino que ayudan a otros, como Alemania, en los que la crisis de vocaciones ha hecho mella.
Hay otros muchos países que han superado crisis muy considerables. Incluso el nuestro, si el odio y el rencor de algunos no luchara tanto por abrir viejas heridas.
Tenemos que tener esperanza –espera activa– en que Dios iluminará a los españoles de bien, y nos dará sabiduría y fuerza para salir de la crisis actual. Y hemos de conservar el optimismo cristiano, sabiendo que lo peor puede pasar, en los dos sentidos: puede ocurrir, y puede acabar. Luchemos por que nunca llegue a ocurrir, y por que, si ocurre, acabe. Podemos luchar con todas nuestras fuerzas porque tenemos la batalla ganada: por muy malo que sea lo que pase, acabará, aunque no seamos nosotros quienes lo veamos aquí.
Pero, ¿se podrá encontrar en este país la fe que sacó adelante a Polonia? Cuando ni el padre Stefan me puede convencer de ello, recuerdo a Karol Wojtyla, y le pido que proteja a su país, para que no deje de ser nunca signo de esperanza, y al nuestro.
María Martínez López
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