Maria Grazia Piazza, ursulina del Sagrado Corazón de María, responsable del Centro de Documentación y Estudio «Presencia Mujer» en Vincenza (Italia), comenta en esta entrevista la visión de Juan Pablo II sobre la mujer y el genio femenino. Hombre y mujer en la Iglesia; igual dignidad, distinción de papeles.
—¿Qué es el genio femenino, según el Papa?
—Juan Pablo II usa este término por primera vez en la carta apostólica «Mulieres Dignitatem», y en textos posteriores ha intentado esclarecer de qué se trata.
Podríamos definir el genio femenino como el conjunto de los dones específicamente femeninos –comprensión, objetividad de juicio, compasión, etc.– que se manifiestan en todos los pueblos.
Estos son una manifestación del espíritu, un don de Dios para realizar la vocación de asegurar la sensibilidad para el hombre.
El genio femenino es la condición para una profunda transformación de la civilización actual.
El Papa ha dicho en más de una ocasión que hay sistemas que alimentan estructuras de pecado, de muerte, y que se necesitan estructuras de vida. El genio femenino llevaría esta característica de la vida y haría saltar el sistema de muerte.
El genio femenino no es una serie de dones extraordinarios encarnados en mujeres extraordinarias. Son dones vividos por mujeres simples que los encarnan en la normalidad del vivir cotidiano.
Una de las críticas hechas a Juan Pablo II después de la «Mulieris Dignitatem» era que parecía que el genio femenino excluía la racionalidad a favor de la compasión y la sensibilidad.
El Papa deja muy claro que el genio femenino no es una contribución exclusiva para la mujer sino para toda la humanidad.
—¿Juan Pablo II es el Papa que más ha valorado a la mujer?
—Quizá el que más, pero no el primero. Hay que ser justos y recordar que Pío XII ya dijo que la mujer era imagen de Dios y no solo compañera (socia) del hombre.
Y Juan XXIII hizo una aportación muy buena al hacer notar como signo de los tiempos la incorporación de la mujer al ámbito público.
Juan Pablo II ha dedicado mucho espacio a estas consideraciones y ha escrito mucho sobre la mujer. De hecho, es el único que posee una enseñanza sistemática sobre la mujer con fundamento bíblico.
Para este Papa, el papel de la Palabra de Dios es central para fundamentar antropológicamente la dignidad de la persona mujer.
El Papa tiene una enseñanza coherente e íntegra sobre la mujer, que se advierte si se toman los documentos como un grupo doctrinal unido. En este sentido, no se puede leer por separado la «Mulieris Dignitatem» sin ligarla a la «Redemptoris Mater», a «Christifidelis Laici” y a “Solecitudo Rei Socialis”.
—¿Admira el Papa a la mujer porque está cautivado por la Virgen María?
—Su pasión por la mujer está ciertamente vinculada a la predilección por María. No olvidemos su infancia, con la ausencia de su madre, fallecida cuando él era pequeño.
Lo que el Papa dice de la mujer lo pronuncia mirando a María. Su mismo emblema pontificio es un lema mariano: «Totus Tuus».
Para el Papa, María es la mujer que encarna perfectamente el genio femenino del cual hablábamos. Ve en ella «la» mujer, y de esta perspectiva emerge su discurso femenino.
Hay dos afirmaciones suyas significativas. Una, la que recuerda que la mujer forma parte de la estructura viviente del cristianismo. La segunda, que la femineidad pertenece al patrimonio constitutivo de la humanidad y de la misma Iglesia.
Así, vemos cómo la mujer, según el Papa, forma parte constitutivamente de la estructura eclesial. El Magisterio hace esta afirmación, pero a un nivel práctico es inusual ver a la mujer en los tejidos estructurales de la Iglesia.
Desde un punto de vista práctico, este ser de la mujer en la constitución de la estructura de la Iglesia no se aplica todavía, pero el Papa ya lo vislumbra.
Para Juan Pablo II, es evidente que en la Iglesia hay una diversa asignación de papeles, sin olvidar para nada la igualdad en la dignidad de hombres y mujeres.
—La Iglesia, ¿debería acentuar más su función materna?
—Al contrario; la Iglesia no puede correr el riesgo de acentuar esta función en detrimento de su dimensión masculina.
Personalmente estoy convencida de que la Iglesia necesita el componente masculino, porque el femenino no puede agotar por sí solo su presentación. Jesucristo se encarnó en la humanidad, no sólo en el hombre o en la mujer.
La Iglesia a veces es más autoritaria o maternal que paterna, debería llegar a un equilibrio. Tenemos necesidad de la concepción y aportación tanto femenina como masculina.
ROMA, 28 octubre 2002 (ZENIT.org)
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