CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 18 marzo 2006 (ZENIT.org).- Un fenómeno claramente establecido en muchos países occidentales es la indiferencia u hostilidad hacia la religión. Acontecimientos recientes como la controversia sobre las caricaturas de Mahoma apuntan a las graves consecuencias que se siguen cuando la sociedad secular no puede apreciar la sensibilidad religiosa, dando lugar a la ofensa innecesaria.
En este contexto un documento disponible en la página web del Vaticano merece una lectura detenida. «La fe cristiana al alba del nuevo milenio y el desafío de la no creencia y la indiferencia religiosa», contiene las conclusiones de la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Cultura de marzo de 2004.
Para preparar el encuentro, el consejo recopiló información de todos los países del mundo. Las preguntas propuestas dan una visión de algunos de los principales rasgos de la secularización.
El documento comienza observando la pérdida de fe en el mundo de hoy. «se observa una ruptura de la transmisión de la fe, íntimamente ligada a un proceso de alejamiento de la cultura popular, profundamente impregnada de cristianismo a lo largo de los siglos», establece la introducción. El debilitamiento de esta cultura religiosa popular trae consigo graves consecuencias en términos de cómo las personas piensan, se comportan y juzgan.
«La Iglesia hoy tiene que hacer frente a la indiferencia y la increencia práctica, más que al ateísmo», comentaba el Pontificio Consejo. Con pocas excepciones, los gobiernos ya no hacen afirmación pública de su ateísmo.
No obstante, aunque el número de regímenes marcados por un sistema político ateo se ha reducido, se ha extendido una cierta hostilidad cultural contra las religiones. Esto es palpable en algunos sectores de los medios y se dirige contra el cristianismo, en especial el catolicismo, observaba el documento.
La amenaza aquí es más sutil. «verdadera enfermedad del alma, que lleva a vivir ‘como si Dios no existiera’, neopaganismo que idolatra los bienes materiales, los beneficios de la técnica y los frutos del poder», observaba el Pontificio Consejo. Esto conduce a lo que el documento denomina «homo indifferens», y la búsqueda de la felicidad se reduce a un deseo de prosperidad material y a la satisfacción de los impulsos sexuales.
Causas de la increencia
El documento observaba que, tras la pérdida de la creencia religiosa, hay causas antiguas y nuevas. Basándose, en parte, en el análisis hecho en la Constitución Pastoral «Gaudium et Spes» del Concilio Vaticano II, el Consejo Pontificio para la Cultura identifica algunos de los principales factores.
-- Las pretensiones de la ciencia moderna. La visión del mundo sin ninguna referencia a Dios, que rechaza su existencia sobre la base de principios científicos, se ha extendido y se ha vuelto un lugar común.
-- El hombre como centro del universo. La cultura occidental está permeada de una forma de subjetivismo que profesa la absoluta subjetividad del individuo y niega la existencia de verdades y valores objetivos. Esta exaltación del individuo significa que la Iglesia ya no es aceptada como una autoridad doctrinal y moral.
-- El escándalo del mal. «El misterio del mal es un escándalo para la inteligencia y sólo la luz de Cristo, crucificado y glorificado puede esclarecer su significado», observa el Pontificio Consejo para la Cultural. Hoy, añade el documento, la conciencia de la presencia del mal se amplifica a través del poder de los medios de comunicación.
-- Los límites de los cristianos y de la Iglesia. Experiencias negativas o desagradables, o los escándalos causados por los sacerdotes, pueden alejar a algunas personas de la Iglesia.
-- La transmisión de la fe. Los cambios en la familia y en las escuelas católicas hacen que sea más difícil la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. El poder de los medios también minan también las prácticas culturales tradicionales en el área de la religión.
-- Secularización. Muchos creyentes siguen un estilo de vida en el que Dios y la religión tienen poca importancia.
Los cambios en la moralidad sexual también han tenido efectos negativos para la vida de fe, observa el documento.
Creer sin pertenecer
Sin embargo, sería erróneo pensar que esto significa que la religión deja de tener su papel, sostiene el Pontificio Consejo. Tras un rechazo inicial de la religión, hay una suerte de reacción, de una parte de la población al menos, y la gente busca una vez más sostenimiento espiritual. Pero esta búsqueda ya no se dirige a través de las iglesias establecidas o por medio de las formas tradicionales de culto.
Lo que ocurre es un itinerario «totalmente individual, autónomo y guiado por la propia subjetividad». Esta forma de religiosidad instintiva, explica el Pontificio Consejo, se basa más en emociones que en doctrina y se expresa sin referencia a un Dios personal. El documento la describe como «creer sin pertenecer».
La cultura moderna se caracteriza, por tanto, por un doble fenómeno: «increencia y mala creencia». Ambos tienen en común un deseo de autonomía. El Pontificio Consejo para la Cultura también identifica algunas otras características de estas nuevas formas de creencia.
-- Se trata de una forma romántica de religión, una especie de religión del espíritu y del yo, que hunde sus raíces en las crisis del sujeto, que es cada vez más narcisista, y rechaza todo elemento histórico y objetivo. Esta religión del hágalo usted mismo lleva a las personas a crear una nueva imagen de Dios en cada etapa de sus vidas, según las necesidades que perciben.
-- Es una religión fuertemente subjetiva, en la que el individuo no tiene ninguna obligación de dar cuenta de sus razones o su comportamiento.
-- Es una adhesión a un Dios que con frecuencia no tiene rostro o características personales. Suele verse a Dios más como una fuerza o un ser superior trascendente, pero no como Padre. En algunos círculos esto conduce a una vuelta al panteísmo.
-- Es una religión en la que hay una falta de interés por la cuestión de la verdad. Para muchos, la verdad tiene una connotación negativa, asociada con conceptos tales como «dogmatismo, intolerancia, imposición».
Superar obstáculos
El Pontificio Consejo para la Cultura prosigue proponiendo algunas formas de abordar los problemas subrayados.
-- Diálogo, que sea personal, paciente, respetuoso, amoroso, sostenido por la oración. Este diálogo puede basarse tanto en cuestiones fundamentales sobre la vida humana – el significado de la muerte, la experiencia religiosa, la libertad inherente a la persona humana – o sobre los principales temas sociales, como la educación de los jóvenes, la pobreza, los derechos humanos, la libertad religiosa y la bioética.
-- Evangelización de la cultura. Esto puede hacerse de múltiples maneras: testimonio público, como los Días Mundiales de la Juventud; misiones de ciudad que llevan a la Iglesia hasta el mercado; la labor de los movimientos y asociaciones cristianas en la esfera pública y en los medios de comunicación; la cooperación de la Iglesia con organizaciones de no creyentes para hacer cosas que sean buenas en sí mismas; la promoción de eventos públicos sobre temas culturales. En general, esta evangelización necesita asegurar la presencia de la Iglesia en la arena pública, que ayudará a tender un puente entre la realidad espiritual y la vida diaria.
-- Ayudar a las familias a transmitir la fe. Esto puede comenzar como parte de la ayuda ofrecida a las parejas durante su preparación al matrimonio. Una vez que la pareja se casa y tiene hijos necesita asegurar que su fe se vive en formas concretas, como la apropiada celebración de las fiestas religiosas, la oración en familia y las visitas a las iglesias. A través de estos medios los padres pueden ayudar a construir sólidas raíces de fe en sus hijos.
-- Mejorar la educación religiosa. Es necesario hacer esto tanto a nivel parroquial como en las escuelas religiosas.
-- Dar testimonio de la caridad cristiana, por medio del perdón y el amor fraterno.
Al final, el documento toma nota de la necesidad de convencer a los no creyentes de que sólo encontrará la plenitud de su humanidad en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Una tarea que podría probar la fe de cualquier creyente.
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