15-02-2006
"El Código Da Vinci" y sus clónicos editoriales explotan la supuesta existencia de un complot mundial, que explicaría la historia. En último término, se trataría de desenmascarar la conspiración bimilenaria de la Iglesia católica contra la libertad y la razón, desvelando un misterio escamoteado. Massimo Introvigne, director del Centro Studi sulle Nuove Religioni de Turín, explica estas teorías del complot en la introducción de su libro "Los Illuminati y el Priorato de Sión" (1), recién traducido.
Algunos, desconcertados por la imprevisibilidad de la historia, piensan que las cosas son realmente diferentes y que las cartas del juego histórico están trucadas. Habría pocos acontecimientos imprevistos, en el sentido de que muchos "así lo parecen" a la mayoría de la gente, pero en realidad han sido cuidadosamente preparados por personajes que se esconden entre bastidores. (...) Ahora bien, no existe un único tipo de teoría del complot. Conviene distinguir al menos entre "microcomplots", "complots metafísicos" y "macrocomplots".
Complots verificables
Pocos historiadores negarían que en la historia se dan "microcomplots", esto es, acontecimientos que irrumpen en escena con las características de lo sorprendente o de lo imprevisto y que, en verdad, han sido programados por grupos cuyos proyectos son desconocidos por la mayoría de los contemporáneos. Pocos, por ejemplo, podrían sostener seriamente que la Revolución Francesa explotó de repente por causas imprevisibles e imponderables. Historiadores de diferentes escuelas y simpatías admiten que la Revolución Francesa fue preparada, de algún modo y hasta cierto punto, por "sociedades de pensamiento" y otros grupos de presión, cuyos proyectos y actividades ignoraban los contemporáneos tanto antes como durante la Revolución, si bien se desvelaron parcialmente después.
Lo mismo cabe decir de la Revolución Bolchevique, en cuya preparación es ya bien conocido, por ejemplo, el influjo que tuvo el servicio secreto alemán. Los complots, pues, existen, aunque los libros escolares de historia suelan ignorarlos completamente.
Los "microcomplots" van dirigidos a un fin específico, a veces de grandísima importancia, pero normalmente limitado en el espacio y en el tiempo, y siempre privado del carácter de universalidad. Por ello, entran en el ámbito de estudio de los historiadores profesionales y pueden ser demostrados mediante pruebas empíricas. Los complots metafísicos, en cambio, escapan al trabajo empírico del historiador. (...)
Otros llaman simplemente la atención sobre este hecho (obvio, por su parte, para los cristianos): Dios guía la historia mediante la Providencia, incluso a través de sucesos misteriosos, que frecuentemente escapan a la comprensión humana. El propio Diablo no actúa en el mundo de modo casual, sino que coordina las múltiples manifestaciones de la tentación mediante una especie de antiprovidencia. La obra demoníaca no solamente interesa a los individuos en cuanto individuos, sino también a grupos humanos que, en tal caso, no son necesariamente pequeños.
El cristiano ortodoxo evita todo dualismo y sabe que Providencia y antiprovidencia no están en el mismo plano: dado que el poder de Dios es infinito y el del Diablo limitado, el triunfo final del choque ya está escrito, lo cual no impedirá que esa lucha adquiera, antes de la victoria, tintes dolorosos y cruentos.
Organigrama de las fuerzas del mal
Conviene distinguir cuidadosamente las teorías del "complot metafísico" de índole teológica o esotérica, de las teorías del "macrocomplot". A estas últimas se alude casi exclusivamente cuando se habla del "complotismo", del que Dan Brown es un epígono de éxito. Conforme a las teorías del macrocomplot, o complotistas, existiría un auténtico organigrama de las fuerzas del mal, que actúan en la historia desde siempre –o desde tiempo inmemorial– y que han producido, concatenándolos, toda una serie de acontecimientos: guerras, revoluciones, luchas y desolaciones.
Las teorías del macrocomplot nacen en el ámbito de la literatura sobre el Anticristo y su próximo advenimiento. Tal literatura, si bien cuenta con precedentes en la época medieval, se propaga tras la Reforma protestante. La actuación del Diablo en la historia –viene a decir el complotismo de aquella época– tiende a un fin preciso, la venida del Anticristo, para la que trabajarían desde antiguo ciertas fuerzas ocultas. Para algunos polemistas católicos del siglo XVI, el Anticristo sería Martín Lutero (1483-1546), o uno de los monarcas que apoyan la Reforma; para los polemistas protestantes, en cambio, el Anticristo sería el Emperador o el Papa . Un siglo después, en el ámbito de teorías complotistas quizás incluso más grandiosas, los "viejos creyentes" rusos identificaron al Anticristo con el Zar, por ser autor de una reforma eclesiástica y litúrgica que no les agradaba.
A partir del siglo XVIII, las teorías complotistas influirán en ciertas corrientes del pensamiento religioso, a la vista de una serie de acontecimientos aparentemente imprevisibles y difíciles de explicar por causas puramente naturales: la hegemonía cultural del Iluminismo, la Revolución Francesa y, tiempo más tarde, la explosión del espiritismo, la rápida descristianización de numerosos países europeos, el socialismo y el comunismo.
Sociedades secretas
Se construyen así esquemas en forma de pirámide:
a) detrás de los líderes políticos y culturales visibles estaría una clase dirigente invisible, constituida por las sociedades secretas, entre ellas –sin ser la única– la masonería; b) detrás de las sociedades secretas estarían otras aún más secretas, esencialmente satánicas; y c) detrás de los satanistas estaría el Diablo en persona, cuya acción no se limitaría a la modalidad de las tentaciones, sino que se manifestaría en apariciones muy explícitas y directas, en las que el Príncipe del Mal da instrucciones precisas y detalladas a sus propios lugartenientes humanos.
Solo en una época relativamente tardía se introduce también en el esquema a los judíos. (...) La idea de que los judíos juegan un papel crucial en el gran complot universal emerge, sobre todo, de los "Protocolos de los Sabios de Sión". Según las hipótesis más modernas y plausibles, este falso plan judío de control del mundo se compiló entre 1902 y 1903 en los ambientes antisemitas rusos (donde lo obtuvo la policía zarista, que lo difundió). (...)
En la literatura soviética
A pesar de que ya sea un lugar común cultural afirmarlo de manera casi taxativa, ciertamente el complotismo no es fenómeno exclusivo de los ambientes "de derechas". En la literatura soviética aparece con frecuencia la mención a un complot universal de las fuerzas reaccionarias, dirigido a obstaculizar el progreso y, en última instancia, el comunismo. En Italia, por aquella época –al término de la Segunda Guerra Mundial–, se detectan ecos de esa misma literatura en las hipótesis que se divulgan acerca de un gran complot de origen ancestral por parte de la masonería, de la mafia, de los servicios secretos estadounidenses y de la Iglesia Católica, que coincidiría en idénticos protagonistas –entre ellos, por ejemplo, el senador Giulio Andreotti–, para truncar la "marcha del progreso" y, en particular, el acceso al poder del Partido Comunista Italiano.
(...) Resulta difícil demostrar empíricamente la falsedad de las teorías del macrocomplot. A menudo son sugerentes, por lo que muchos tienen la tentación de responder "I want to believe". Sin embargo, la carga de la prueba del macrocomplot recae sobre quien sostiene que existe, y el hecho de que resulte imposible demostrar su inexistencia no supone ningún argumento a favor de los complotistas. (...)
Las teorías complotistas son también peligrosas. Pueden señalar con el dedo y someter a persecución a chivos expiatorios, a los que se achacan todos los males del mundo, ya sean "los americanos", "los judíos", "los jesuitas", "los masones", "las sectas" (las comillas indican que, bajo una sola etiqueta, se simplifican realidades muy distintas: no todos los americanos, los judíos, los masones y los miembros de "sectas" piensan del mismo modo, como tampoco los jesuitas). (...)
Falsas informaciones
[En su libro Introvigne desenmascara los microcomplots que Brown pretende colar como macrocomplots.]
Los Illuminati de Baviera [sociedad fundada en 1776] representan un clásico y "honrado" microcomplot, puesto en marcha para subvertir el trono y el altar en una zona limitada de Alemania. Ocurre aquí de hecho que, para motivar –y motivarse–, quien urde el complot no recurre al puro adoctrinamiento político, sino a una experiencia transmitida a través de un ritual, al principio para-masónico y después masónico. Así se explica la enorme impresión –origen de las sucesivas mitologías– que los Illuminati suscitan en toda Europa y en Estados Unidos.
Los "segundos" Illuminati, que comienzan a actuar a principios del siglo XX, así como el Priorato de Sión, son metacomplots (...), dirigidos a convencer al mayor número posible de personas de que existe realmente un Gran Complot. La primera finalidad que buscan es propagar la (falsa) información de que tanto los Illuminati del siglo XX (y XXl) como el Priorato de Sión son organizaciones potentísimas que traman complots desde hace siglos, cuando en realidad se trata –como veremos– de grupos pequeños y no muy poderosos, que actúan desde fechas relativamente recientes.
El complot de la Iglesia
¿Por qué se difunden estas falsas informaciones? Desde luego, por razones incluso puramente materiales: enriquecer, a costa de los ingenuos, a los dirigentes de estas "Órdenes" –o, al menos, permitirles ganar para vivir sin tener que buscar un trabajo corriente, visto que pocos de ellos logran hacerse verdaderamente ricos–, y satisfacer su deseo de cierta visibilidad social.
Sin embargo, hay otra razón más profunda y, por así decirlo, más elegante. (...) El objetivo de quien propaga informaciones sobre la presunta magnitud y potencia de estas organizaciones no es conseguir que se las tema: es más, pueden resultar incluso simpáticas a los lectores de Dan Brown y de muchos otros autores.
Lo que en verdad se quiere sostener es que tanto el complot de los Illuminati como el del Priorato de Sión (que para algunos acaban siendo sólo dos aspectos de un Gran Complot milenario) son "necesarios" para oponerse a la auténtica trama oscura contra la humanidad: la que desde hace dos mil años –quizás con precedentes en otras formas religiosas "oscurantistas"– va tejiendo el cristianismo; en particular, la Iglesia Católica.
Dado que la Iglesia urde complots en contra de la Libertad, la Ciencia y la Razón –las mayúsculas provienen, naturalmente, de quien postula esta teoría–, es necesario, saludable y benéfico que "alguien" trame contra la Iglesia. Que se trate de los Illuminati, del Priorato de Sión o de los extraterrestres (que también juegan su papel, como veremos en las conclusiones del libro) no es, en el fondo, muy importante. Que se presente a estas organizaciones como no puramente benévolas, y siempre poco transparentes, resulta igualmente secundario.
Hablar de ellas es un pretexto –un "pre-texto", una introducción– para encarrilar el verdadero argumento, enfocado a denunciar a la Iglesia. A veces es preciso saber leer entre líneas para captar a dónde se quiere llegar. Pero epígonos como Dan Brown descubren demasiado burdamente sus cartas.
Ni templarios ni rosacruces
¿Qué papel juega en todo esto el "esoterismo"? Antes convendría precisar en qué consiste. (...) Nos interesan las organizaciones que se autodefinen esotéricas (las cuales no agotan el campo del esoterismo ni, "a fortiori", el "paradigma esotérico") y se jactan de custodiar un secreto transmitido de iniciado a iniciado a lo largo de los siglos. Por su conexión con nuestro estudio, según veremos con detenimiento más adelante, conviene brevemente aludir aquí a las organizaciones que pretenden ser continuadoras de los Templarios y de los Rosacruces.
La Orden del Temple, una orden monástico-caballeresca católica cuya historia se entrelaza con la de las Cruzadas, fue disuelta en 1307 por el Papa Clemente V (1260-1314), tras la cruel persecución a que la sometió el Rey de Francia, Felipe el Hermoso (1268-1314). Después de la supresión, la Orden sobrevivió algunos decenios fuera de Francia, pero a comienzos del siglo XV –como muy tarde– los Templarios habían desaparecido por completo. La tesis de que hayan subsistido en secreto la ha calificado Régine Pernoud (1909-1998), al igual que otros especialistas en historia medieval, como "enteramente demencial" y ligada a pretensiones y leyendas "necias sin excepción".
La idea de que los Templarios, oficialmente suprimidos, habrían proseguido clandestinamente su actividad hasta el siglo XVIII, se difunde sobre todo entre la masonería francesa y alemana.
La masonería, nacida en Inglaterra, se presentó a sí misma como heredera –si bien a través de un proceso de reinterpretación filosófica y esotérica– de los gremios medievales de la construcción, que englobaban tanto a los arquitectos como a los simples albañiles. Desde cierto punto de vista, se trataba de un origen demasiado "humilde", que la aristocracia de la Europa continental aceptaba con dificultad. De aquí que se elaborara la leyenda de los caballeros perseguidos que, para continuar sus actividades, se habrían "ocultado" en los gremios ingleses y escoceses de constructores libres. Y fue sobre todo en Alemania donde a estos caballeros misteriosos se les identificó con los Templarios. Este es el origen de los «grados templarios» de la masonería. (...)
Muchas de estas teorías relacionan la presunta supervivencia de los Templarios con el nacimiento de los Rosacruces. Entre 1614 y 1616 se ponen en circulación en Europa tres "manifiestos" –la "Fama Fraternitatis", la "Confessio" y "Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz"–, que en breve tiempo adquieren enorme resonancia. Hablan de un misterioso adepto medieval, Christian Rosenkreutz, que habría conseguido las más altas iniciaciones y dejado en su sepulcro –escondido en la Selva Negra– todo cuanto los sabios antiguos llegaron a conocer en materia de alquimia, sabiduría esotérica y magia. (...)
Nadie encuentra a los Rosacruces, por la sencilla razón de que no existen. Los manifiestos son una obra literaria, ideada –junto con otros– por un pastor luterano de Württemberg, Johann Valentin Andreae (1586-1654), a fin de presentar, bajo el velo esotérico, un ambicioso proyecto de reforma político-religiosa. La Europa protestante e isabelina del siglo XVII, tal como ha mostrado la historiadora inglesa Francés Yates (1899-1981), los alzará como banderín de enganche para una coalición de todas las fuerzas "iluminadas" de Europa en contra de la Iglesia Católica, de la Contrarreforma y de los Habsburgo.
Al cabo de algunos años, naturalmente, los Rosacruces existen de veras: la ficción se hace realidad, porque quienes habían partido en busca de la Fraternidad se organizan en círculos y conventículos, promueven que la masonería se transforme de gremio operativo en sociedad especulativa, y crean una cultura a la vez pre-iluminista e "iluminada" en el sentido esotérico del término, que ha tenido notable influencia en la construcción de una Europa moderna.
Desde finales del siglo XVII y a lo largo del XVIII, los sistemas iniciáticos de grados "rosacruces" florecen en conexión con los "altos grados" masónicos, de los que ya se ha mencionado su frecuente referencia también a los Templarios. (...)
Para evitar despistes, bueno será volver rápidamente al punto de partida: los Templarios, cuya supervivencia habría proseguido sin interrupción durante siglos, y los Rosacruces, entendidos como una orden medieval depositaría de antiguos secretos, "no existen". La "voluntad de creer" es lo que "los hace existir", reuniendo a buscadores de mitos en sociedades que, si bien se remiten a realidades que consideran antiquísimas, ellas mismas "no son antiguas". Con tal dinámica actúan los Illuminati y el Priorato de Sión.
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(1) Máximo Introvigne. "Los Illuminati y el Priorato de Sión". Rialp. Madrid (2005). 216 págs. 13 €. T.o.: "Gli Illuminati e il Priorato di Sion". Traducción: José Ramón Pérez Arangüena.
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