María Pilar y Gabriel son los padres de Juan Pablo Moris, una de las 192 víctimas mortales de los atentados del 11 de marzo. Su madre afirma: «Yo digo que tengo tres hijos, porque sé que Juan Pablo está vivo en otra parte». Su testimonio demuestra cómo la justicia y el perdón son compatibles
El 11 de marzo de 2004, Juan Pablo, de 32 años y estudiante de Ingeniería de Caminos, se dirigía desde Alcalá de Henares hasta su trabajo. Según su madre, tenía «un don especial para ser cariñ...
María Pilar y Gabriel son los padres de Juan Pablo Moris, una de las 192 víctimas mortales de los atentados del 11 de marzo. Su madre afirma: «Yo digo que tengo tres hijos, porque sé que Juan Pablo está vivo en otra parte». Su testimonio demuestra cómo la justicia y el perdón son compatibles
El 11 de marzo de 2004, Juan Pablo, de 32 años y estudiante de Ingeniería de Caminos, se dirigía desde Alcalá de Henares hasta su trabajo. Según su madre, tenía «un don especial para ser cariñoso y para volcarse con los que necesitaban ayuda. Un día estábamos viendo por televisión una entrevista a María San Gil y a Rosa Díez. Se levantó y dijo que no podía dejar que esas mujeres lucharan solas, que se iba para San Sebastián».
Desde el principio, la madre de Juan Pablo tuvo la corazonada de que su hijo había muerto. «En los primeros momentos, en los que el dolor es muy agudo, ¡si supieras qué paz dentro del dolor! Eso no es normal, y, por muchas técnicas psicológicas que uno tenga, no se puede lograr. Creo que las personas que mueren están vivas en otro sitio, pero no sé cómo expresarlo, lo siento y ya está», dice María Pilar.
Gabriel está de acuerdo: «Hemos sentido algo difícil de experimentar. Son cosas que no se pueden explicar. Las personas con las que hemos tratado, la forma de relacionarnos con la gente, nos ha hecho descubrir una dimensión de la realidad, más allá de la meramente humana». Y añade: «Eso mismo les pasa a las víctimas que conocimos en Colombia el año pasado. Nadie conservaba odio. Y muchos eran gente joven». María Pilar cuenta que en España no se ha oído nunca «que un familiar de una víctima haya cogido una escopeta y haya disparado contra los terroristas».
La madre de Juan Pablo cuenta que aún quedan ocho personas que están en coma desde los atentados, «pero de eso ya no se habla». Y añade: «Cuando ves que esas personas están sin atender, y ves que la gente actúa como si nada hubiera pasado, piensas: ¿qué Humanidad es ésta? No me entra en la cabeza que, en una Europa civilizada, sucedan estas cosas a diario. No tienen en cuenta el dolor de la gente, que ha habido un sufrimiento grandísimo. Encima quieren pagarnos todo eso con dinero; pero eso no tiene precio», explica un tanto alterada.
«La víctima no elige ser víctima. El terrorista sí elige. Ésa es la diferencia: ellos pueden cambiar, nosotros no», afirma Gabriel. Los dos piensan que la lucha antiterrorista debe ser implacable. María Pilar explica: «Todos los días me propongo trabajar para que otros no sufran lo que nosotros. En una sociedad como la nuestra, el terrorismo no es previsible, pero si no hay un escarmiento serio, vuelve a repetirse. Al terrorismo no hay que darle tregua». Por su parte, Gabriel opina que el terrorista tiene que tener claro «que no va a tener ningún beneficio ni privilegio». Sin embargo, eso no impide que María Pilar afirme: «No les tenemos odio. Rezamos a diario por ellos». Los dos explican: «Rezamos y hemos rezado por los terroristas, para que cambien. Quizá eso sirva».
Francisco Núñez-Romero
«Tenemos el privilegio de poder perdonar»
Lucrecia Baselga perdió un hijo, de tan sólo 12 años, en el atentado del 15 de agosto de 1998 en Omagh (Irlanda del Norte), donde estaba estudiando inglés. Fue una de las 29 personas a las que les arrebató la vida un coche bomba en el peor ataque de casi 30 años de violencia en el Ulster. Una escisión del IRA, llamada IRA Auténtico, reivindicó su responsabilidad en el asesinato el 18 de agosto, y declaró un alto el fuego inmediato al día siguiente.
«Algo de lo que no se ha hablado en todo el Congreso, y que me ha ayudado, es la fe, un regalo que todos tenemos y que da mucha fuerza, sentido al sufrimiento y al dolor», comenzó nada más subir al estrado, en el acto de clausura del III Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo. Esta madre quiso aportar su testimonio y explicó: «Hay esperanza de mirar al futuro, aunque es difícil al principio, cuando se te cae el mundo». También resaltó el valor de la familia para superar el dolor: «Tenemos un tesoro que no lo valoramos, ¡qué importante es tener ese apoyo en esos momentos tan difíciles!»
Lucrecia animó a «responder a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor, y vencer la enemistad con la fuerza del perdón», utilizando las palabras que Juan Pablo II pronunció el 3 de mayo de 2003 en el aeródromo de Cuatro Vientos. Para Lucrecia: «No hay justicia sin perdón, y el perdón exige arrepentimiento», y precisaba con esperanza: «El perdón gratuito es una llamada al arrepentimiento de los terroristas. Las víctimas –explicó– tenemos el privilegio de poder perdonar, eso nos da paz».
Cristina R. Luque
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