Hay dos maneras muy diferentes de defender los derechos humanos. La primera consiste en hacer una reflexión antropológica profunda, seria, sobre la condición humana, sobre lo que significa ser persona, sobre lo específico del hombre. A través de ella, muchos pensadores del pasado y del presente han descubierto que el hombre está dotado de una dignidad profunda debida a su condición de ser superior a lo simplemente material. Esta superioridad se funda en la condición espiritual, transcendente, de...
Hay dos maneras muy diferentes de defender los derechos humanos. La primera consiste en hacer una reflexión antropológica profunda, seria, sobre la condición humana, sobre lo que significa ser persona, sobre lo específico del hombre. A través de ella, muchos pensadores del pasado y del presente han descubierto que el hombre está dotado de una dignidad profunda debida a su condición de ser superior a lo simplemente material. Esta superioridad se funda en la condición espiritual, transcendente, del ser humano.
La otra manera de defender los derechos humanos consiste en dejar de lado las discusiones filosóficas y antropológicas para limitarse a analizar y elaborar leyes, constituciones, resoluciones, declaraciones nacionales o internacionales. Creen que esta estrategia permitiría promover aquellos derechos, por el hecho de estar apoyados en muchas resoluciones y leyes.
Esta segunda manera tiene su atractivo. Bastaría con leer algunas resoluciones elaboradas en las Naciones Unidas o en el Parlamento Europeo, por ejemplo, para descubrir la belleza de lo que allí se defiende. Pero luego uno se da cuenta de que todo puede ser un simple juego de papeles o un castillo de naipes.
¿Por qué? Porque una resolución busca adquirir fuerza al basarse en otros textos legales que, a su vez, están basados en votaciones y resoluciones anteriores, en leyes y declaraciones de principios que, a su vez, necesitan basarse en... ¿en qué?
Los preámbulos de estos textos son casi siempre iguales: “Considerando que... y vista la resolución... y según lo establecido por el protocolo... y de acuerdo con el parecer... y según la ley de principios...” Al final, se “aterriza”, y se aterriza con la defensa más o menos fuerte de un “derecho”, como si un derecho empezase a existir sólo si se apoyase en todos los “papeles” anteriores.
En realidad, el más rico conjunto de resoluciones, por muy perfectas que puedan parecer, no es capaz de fundar ni el más “pequeño” derecho humano. Como tampoco será capaz de “demostrar” que lo blanco es negro. O, por poner dos ejemplos tristemente famosos, una resolución nunca probará realmente que el aborto sea un derecho, cuando en realidad es un crimen; o que existe un “matrimonio entre personas del mismo sexo”, lo cual es una afirmación sin sentido, pues sólo hay matrimonio entre personas de distinto sexo.
Existen grupos poderosos en Europa, América y en otros niveles internacionales que promueven “derechos de papel”. Frente al burocratismo de algunas instituciones, frente a grupos de poder que quieren anular derechos (como el derecho a la vida que debe ser reconocido a todo embrión) o inventar pseudoderechos inexistentes, quizá es hora de volver a una antropología seria y profunda. Con ella seremos capaces de evidenciar cuáles son los derechos irrenunciables de todo ser humano, y de iluminar las conciencias de los legisladores y políticos para que nunca permitan injusticias del pasado y del presente que han llenado de sangre y de lágrimas la historia humana.
Bosco Aguirre
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