La hermana María Luz ingresó a los 19 años en la congregación de las Hijas de la Caridad, aunque ya desde los siete sentía que «nadie podía llenar mi corazón más que Dios». Estudió Magisterio y se dedicó a la educación de los niños hasta que comenzó a notar que muchos menores con problemas de estudios tenían algún familiar preso. A partir de entonces, se dedicó a la pastoral penitenciaria, y ya lleva veinticinco años. Es más conocida como «sor Tripi» porque, según ella, cuando va a la cárcel a v...
La hermana María Luz ingresó a los 19 años en la congregación de las Hijas de la Caridad, aunque ya desde los siete sentía que «nadie podía llenar mi corazón más que Dios». Estudió Magisterio y se dedicó a la educación de los niños hasta que comenzó a notar que muchos menores con problemas de estudios tenían algún familiar preso. A partir de entonces, se dedicó a la pastoral penitenciaria, y ya lleva veinticinco años. Es más conocida como «sor Tripi» porque, según ella, cuando va a la cárcel a visitar a los presos, «se “ponen” mejor que si tomasen droga».
En sus palabras durante el seminario sobre la encíclica de Benedicto XVI, sor María Luz reconoció: «Doy gracias a Dios por el regalazo que nos ha hecho con su carta encíclica “Dios es caridad”. En ella he encontrado algunos párrafos que me han hecho estremecer de agradecimiento. “Respuesta al don de su amor”: cuando caí en la cuenta de con qué amor gratuito e inmenso me amaba Dios -aún sin yo enterarme-, sólo porque él es bueno, entonces comprendí que toda mi vida no podía ser otra cosa sino una acción de gracias, una alabanza continua a su gloria, un acoger continuamente su amor y su misericordia con una vida intensa de oración y de unión con él.
Cuántas gracias doy a Dios por mi comunidad de Hijas de la Caridad, por mis superioras que tanta comprensión han tenido siempre conmigo, que tanto me ayudan... Cuánto agradezco al Señor ser Hija de la Caridad, donde puedo vivir únicamente para recibir el amor de Dios cada día, cada minuto, y compartirlo con mis hermanitos más pobres. Esas vidas rotas y destrozadas porque se han sentido tantas veces despreciados, rechazados, sin amor de nadie...Van buscando ese amor, esa comprensión que nunca han recibido, pero sólo Dios puede colmar esas necesidades.
Soy testigo de cómo el Señor se derrama con su gran poder y su misericordia en cada uno de mis hermanos, porque “Él ha venido a sanar los corazones rotos, a salvar lo que estaba perdido, a liberar a los cautivos, a sanar a los enfermos”.
Cuántas veces voy a esos patios de esos infiernos que son las prisiones y veo a un interno sólo en un rincón, tan triste o tran agresivo. Me siento a su lado a conversar con él y le doy un abrazo. Se echa a lllorar y me dice: “Nadie en mi vida me ha dado un abrazo ni me ha hablado con el amor con que tú me estás hablando”. Oramos juntos y le doy la Biblia y el rosario para que él siga orando. Y de cuántos prodigios de la Misericordia y del poder de Dios soy testigo.
Hay domingos que yo no puedo ir a la cárcel de Teruel por estar en otra prisión, pero ahora va un hermano que había sido presidiario en Ocaña II y que ahora es uno de los mejores evangelizadores que conozco. También tenemos a un hermano en Alcalá II que aceptó a Jesucristo como su único Salvador y salió totalmente renovado. O a Ángel, que después de estar diecinueve años en prisión, habiendo llevado una vida terrible, se convirtió al Señor y ahora, aunque sigue interno en Monterroso, es feliz. Siempre está en oración con su rosario y su Biblia, lleva el grupo de oración y el curso Bíblico... También tenemos a José Manuel de Zaragoza, antiguo preso de Torrero, y hoy un gran evangelizador en EE UU...
Por lo que también quiero dar muchísimas gracias es por cada uno de mis hermanos de “Nueva Vida” y por todas aquellas personas tan buenas que nos ayudan y facilitan esta obra del Señor. Gracias a cada uno de ellos es posible el estar y acompañar en este seguimiento de Jesucristo a tantos hermanos encarcelados enlos distintos centros penitenciarios de España.
Ante el rechazo de tantos hermanos míos dentro y fuera de la cárcel, y al ver que la gente no se entera y no se goza de esta maravilla que es Dios, yo no quiero más que comunicárselo de mil maneras. Quiero ser en cada momento su descanso, su consuelo y su contento, y recibir con todo mi amor todo ese Amor y esa Misericordia de Dios».
http://www.larazon.es/noticias/noti_rel10737.htm