Cuando la segunda cruzada estaba a punto de comenzar, san Bernardo proclamaba que no había que tocar a los judíos: «Preguntad a quien conozca las Sagradas Escrituras qué es lo que se dice para los judíos en el salmo: “Ruego por que no sean destruidos”, está escrito. Los judíos son para nosotros la palabra viva de la escritura, nos recuerdan aquello por lo que siempre sufrió nuestro Dios [...] bajo los principios cristianos soportan una prisión dura, pero “aguardan el tiempo de su liberación”».
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Cuando la segunda cruzada estaba a punto de comenzar, san Bernardo proclamaba que no había que tocar a los judíos: «Preguntad a quien conozca las Sagradas Escrituras qué es lo que se dice para los judíos en el salmo: “Ruego por que no sean destruidos”, está escrito. Los judíos son para nosotros la palabra viva de la escritura, nos recuerdan aquello por lo que siempre sufrió nuestro Dios [...] bajo los principios cristianos soportan una prisión dura, pero “aguardan el tiempo de su liberación”».
Con todo, un tal Radulf, monje cisterciense, azuzó a unos cuantos contra los judíos de Renania, a pesar de las cartas que le envió Bernardo para frenarlo. Finalmente, el santo se vio obligado a acudir personalmente a Alemania, donde tomó a Radulf y lo devolvió a su convento y así terminó con las masacres. El historiador norteamericano Thomas F. Madden afirma: «A menudo se dice que las raíces del Holocausto se encuentran en estos pogromos medievales. En realidad, las raíces se remontan mucho más atrás, son más profundas y se extienden más allá del tiempo de las cruzadas. Muchos judíos perecieron, pero el objetivo verdadero no era realmente matar a los judíos, sino exactamente el contrario: papas, obispos y predicadores aseguraron que los judíos no iban a ser hostigados. En la guerra moderna llamamos a las muertes trágicas como estas “daño colateral”. En los EE UU, con las tecnologías “inteligentes”, se ha asesinado a muchos más inocentes que todos los que pudieron matar nunca los cruzados. Pero ninguno osaría decir seriamente que el objetivo de las guerras americanas es masacrar mujeres y niños».
Es curioso: los creyentes de mi quinta nos hemos pasado buena parte de la vida enfrentándonos a los comunistas que no tenían religión. Y ahora, nos toca enfrentarnos a los musulmanes, que tienen demasiada.
España y la cruzada. Los caminos del mundo fueron abiertos por la fuerza y el entusiasmo de un ideal poderoso, que no fue sofocado con el final de las expediciones y que permanecía en el umbral de la edad contemporánea. Las velas de las carabelas de Colón llevaban la gran cruz roja de las cruzadas: se intentaba llegar a las Indias navegando hacia Occidente para encontrar oro y plata que sirvieran para financiar la reanudación de la lucha. Esta vez con España que, una vez atravesado el estrecho de Gibraltar, alcanzaría la remota Jerusalén con una marcha victoriosa a través del Norte de África. Éste era el sueño de los Reyes Católicos.
Pero ya en 1245 se había abierto hacia Oriente la vía de Asia: el franciscano Giovanni da Pian del Carpine había sido enviado, diez años antes de Marco Polo, a la tierra de los mongoles para obtener su alianza, sorprender al islam entre dos fuegos y reanudar la cruzada. El mismo objetivo tuvieron, en 1253, las embajadas que san Luis de Francia envió a Persia (con el dominico Ivo el bretón) y a China (con el franciscano Guillermo de Rubruck).
¿Quién recuerda ahora que a la salvación de Europa contribuyó una realidad que sin las cruzadas no habría sido posible? Por ejemplo, la Orden del Temple y los templarios u hospitalarios, que nacieron para atender los Santos Lugares en Tierra Santa. Cuando fue expulsada de allí, después de Chipre, y más tarde de Rodas, la orden, instalada en Malta, se convertirá en la mayor potencia de todo el Mediterráneo, la única capaz de hacer frente a las flotas otomanas y mantener el mar limpio de las embarcaciones de piratas que lo surcaban a la caza de cristianos para vender como esclavos en Argelia o Túnez.
La «Garzantina», la pequeña enciclopedia Universal, es el instrumento de primera formación más difundido en Italia, desde hace años. Yo lo tengo sobre el escritorio, como libro de primeros auxilios. Voz «cruzadas»: «Expediciones que tuvieron como base razones sociales, económicas y políticas». Éstas, y sólo éstas, según el manual. La fe, por tanto, no es un razón suficientemente importante como para incluirla, para explicar quizá que, durante siglos, millones de ricos y pobres, de jóvenes y viejos, de hombres y de mujeres (¡cuántas familias partieron al completo!) hayan afrontado miserias, fatiga y hasta la muerte persiguiendo el sueño de liberar, para siempre, los lugares santificados por Cristo. En la primavera de 1097, cuando los jefes dieron la señal de partida de Constantinopla, eran más de cien mil. Cuando, dos años después, en junio de 1099, llegaron bajo los muros de Jerusalén, eran menos de veinte mil: los otros habían muerto durante el camino o habían sido capturados, para ser vendidos como esclavos, por incursiones de saqueadores y piratas. Pero cuidado, no saquéis a relucir la fe para explicar semejante obstinación en alcanzar la meta a cualquier costa. ¿A quién queréis engañar, cristianos? ¡Sabemos muy bien que los motivos eran solo sociales, económicos y políticos! Palabra de enciclopedia.
Políticamente incorrecto. Hablábamos de Franco Cardini, el historiador. Le debemos también una biografía de san Francisco en la que hace justicia al santo, todo diálogo, tolerancia, ecologismo; un texto construido antes del romanticismo y de las ideologías actuales, que lo instrumentalizan para su propia propaganda. En realidad, el Francisco «verdadero» se sumó a la quinta cruzada y no sólo no dijo nunca una sola palabra de condena o de crítica, sino que llegó a dar consejos a los jefes de la expedición sobre los modos y los plazos para afrontar la batalla bajo Damietta. Y se lamentó profundamente de que el éxito no acompañara a los cristianos.
Cardini subraya cómo muchos biógrafos modernos han revestido de ropajes políticamente correctos aquella experiencia del Santo que se concilia mal con la caricatura de «tonto del lugar» que predicaba a los pajarillos, hablaba con los lobos y abrazaba alegremente a todos los que se encontraba por el camino. Incluido el sultán, aquel al que el Francisco histórico, no el del mito, fue a visitar. No para dialogar, sino para convertirlo, desafiándolo a una prueba para ver si era más poderoso el Dios de Jesús o el de Mahoma.
Pero volvamos a Cardini: «Para sostener la imagen “correcta” del santo se han utilizado argumentos que rozan el ridículo. Por ejemplo, que nunca llevaba armas (fingiendo ignorar que su condición de clérigo le prohibía llevarlas). Se han forzado las fuentes para leer - en un episodio en que Francisco desaconseja a los cruzados ofrecer batalla, porque había tenido una visión de la derrota- una especie de astucia para evitar el combate. Se ha dicho además -¡y sin justificación alguna!- que predicó a los cruzados para que abandonaran las armas. Y se ha dicho también, para rematar esta galería de bobadas, que «Francisco ha demostrado querer convertir a los fieles a través del amor, y no con la espada».
http://www.larazon.es/noticias/noti_rel10739.htm