El panorama actual de algunos aspectos de la cultura, que condiciona a tantos hombres y mujeres en nuestras sociedades occidentales, reclama con urgencia nuevos “horizontes de grandeza”, por decirlo con el título del conocido western de Wyler con Gregory Peck como protagonista. Y la principal grandeza que ha de conquistar es él mismo. La crisis de la cultura de nuestros días tiene una de sus raíces más evidentes en la pérdida de la identidad del hombre. La gran ...
El panorama actual de algunos aspectos de la cultura, que condiciona a tantos hombres y mujeres en nuestras sociedades occidentales, reclama con urgencia nuevos “horizontes de grandeza”, por decirlo con el título del conocido western de Wyler con Gregory Peck como protagonista. Y la principal grandeza que ha de conquistar es él mismo. La crisis de la cultura de nuestros días tiene una de sus raíces más evidentes en la pérdida de la identidad del hombre. La gran tragedia -como puso de relieve con especial fuerza Juan Pablo II- radica en que el hombre ya no sabe quién es. Su desventura corre paralela a la Modernidad como ya con agudeza hizo notar Martin Heidegger, siguiendo la reflexiones de Max Scheler, en su obra “Kant y el problema de la metafísica”: “En ninguna época se ha sabido tanto y tan diverso con respecto al hombre como en la nuestra. En ninguna época se expuso el conocimiento acerca del hombre en forma más penetrante ni más fascinante que en ésta. Ninguna época hasta la fecha, ha sido capaz de hacer accesible este saber con la rapidez y facilidad que la nuestra. Y, sin embargo, en ningún tiempo se ha sabido menos acerca de la que el hombre es: en ninguna época ha sido el hombre tan problemático como en la actual.”
La filosofía moderna tiene el gran mérito de haber centrado su atención en el hombre y no son pocos los hallazgos que ha logrado, pero al haber abandonado, en muchos casos, el fundamento, el pensamiento ha degenerado en relativismo. Por otra parte, el hombre es un misterio inabarcable y, como apunta Karol Wojtyla, “espera continuamente un nuevo y penetrante análisis de sí mismo y, sobre todo, una síntesis siempre más actualizada que no es fácil conseguir. El hombre, descubridor de tantos misterios de la naturaleza, debe ser incesantemente redescubierto”. Y el principal descubrimiento para todo ser humano (varón o mujer), con independencia de cualquier circunstancia, es que es una persona, lo que supone un avance inigualable a la hora de conocerlo y tratarlo.
Me parece que es en este contexto en el que hay que situar y dar la bienvenida al breve ensayo de Tomás Melendo, “Introducción a la antropología: La persona” de Ediciones Internacionales Universitarias. El autor, conocido por la amplitud de sus publicaciones, desde su puesto de observador de la “Seinsphilosophie”, ha tenido el acierto de situarse en la perspectiva necesaria para descubrir aquello que constituye el fundamento y la clave para apreciar y valorar cualquier investigación sobre el hombre: su condición de persona. Y al hacerlo, tiene en cuenta las aportaciones de las distintas corrientes que han sabido mostrar la riqueza de su ser personal. Más en concreto, sus páginas tienen como objetivo ofrecer, con claridad y sencillez, una concepción de la persona en la que los planteamientos metafísicos son perfectamente compatibles con los de orientación personalista, deteniéndose para ello en los aspectos éticos y fenomenológicos. Su exposición sigue un camino progresivo, acudiendo a recursos didácticos y de carácter tipográfico, que hacen que su lectura sea muy asequible, incluso a quien no está versado en filosofía.
Pero acometer este estudio respetando a la persona como sujeto que trasciende sus propios actos no es fácil. Se ha de evitar que el sujeto se convierta en mero “objeto”. Que el discurso no devenga en simple argumento. Es decir se tendrá que salvar del escollo que inaugura la “razón contable” o demostrativa, propia del racionalismo, que ha hecho naufragar a muchos intentos que no han sido respetuosos con la realidad personal con la que se trata. El autor en nuestro caso ha sabido aprovechar, en cambio, cauces tan distintos a los canonizados por el racionalismo como la novela, la poesía, imágenes o metáforas que dan que pensar y no dejan de ser portadoras de verdad. Con la mejor filosofía del siglo XX va creando una estructura argumental “en red” donde la recíproca conexión de los distintos elementos hace que unos refuercen a otros, como los componentes de una red. Esto se advierte al profundizar, en tres de sus capítulos, en la noción de persona y la afinidad que existe con la dignidad y la singularidad humanas. Por esto se entiende que la lectura de los diversas partes de la obra inviten a su relectura, esta vez enriquecida, y así se lo propone el autor al lector. Con este método en sus páginas van desfilando pensadores y escritores tan diversos como Pedro Salinas o Pablo Neruda, Tolstoi, Sócrates, Tomás de Aquino, Kant, Kierkegaard, Soloviev, von Hildebrand o Guardini, a los que comenta y prolonga sus conclusiones.
La distinción fenomenológica más importante es la que se establece entre persona y cosa. Se propone unas claves para el reconocimiento de la persona, que en nuestros días no deja de tener una importancia vital, cuando se ha perdido la sensibilidad para captar en toda su grandeza -¡el carácter sagrado!- de la persona, de cualquier persona, en cualquier circunstancia. Para esto es preciso actuar con criterio frente a los massmedia o modas imperantes que han llevado hasta el extremo de que muchos jóvenes calibren la valía personal de alguien en una mirada fugaz a ¡sus zapatos!. No son pocos los que al desconocer el significado de la persona, y en ocasiones movidos por intereses inconfesables, atentan impunemente contra la vida de embriones, ancianos, infradotados... ignorando su dignidad. De aquí que en su exposición salga continuamente al paso del proceso des-personalizador o funcionalista que contemplamos.
Entre las aportaciones originales se encuentra el enfoque de la dignidad como señorío. Analiza con lucidez la pérdida del señorío, la cosificación y los atentados a la propia dignidad. El hombre tiene la posibilidad de comportarse de acuerdo con su grandeza o envilecerse, mancillando su propia dignidad. Una nueva perspectiva muy actual cuando -como dijo un joven Juan Pablo II al inicio de su pontificado- “nuestra generación tiene necesidad de hombres que sepan repetir con santa “obstinación”: “Ad maiora natus sum”. La trascendencia de este estudio que comentamos, alcanza campos tan diversos como la educación o la bioética, el modo de estructurar el trabajo o la sociedad, la legislación o la vida en familia. Pienso que es en éste último donde se dejará sentir su influencia de modo especial. Sus páginas son fruto del I Master Universitario en Ciencias para la Familia de la Universidad de Málaga. Sólo nos resta invitar a su lectura reposada y desear al autor que cumpla próximamente con la obra que promete al final de su escrito: “La persona: de la metafísica al pesonalismo”.
Eduardo Peláez
Reseña del libro de Tomás Melendo, Introducción a la antropología: la persona, Ediciones Internacionales Universitarias, 2006