El Papa estará en Valencia en julio de 2006, al menos los días 8 y 9, en los actos centrales del V Encuentro Mundial de las Familias. Será el primer viaje de Benedicto XVI a España.
Asistí al I Encuentro Mundial de las Familias con el Papa, en octubre de 1994. Se celebró en Roma, y allí viajamos cientos de familias de la Comunidad Valenciana. Tuve la suerte de viajar y compartir ratos de conversación con el Arzobispo de Valencia, D. Agustín García-Gasco. No puedo precisar del todo los motivos, pero tuve la impresión de que Valencia y el esfuerzo del Papa en favor de la familia iban a vincularse estrechamente a corto plazo, sobre todo por el impulso del Arzobispo. No me equivoqué. Al cabo de dos años, se puso en marcha la sede en Valencia del Instituto Juan Pablo II para la Familia, cuya actividad ha sido extraordinaria, y probablemente una de las razones determinantes para que Valencia sea la ciudad elegida como sede del V Encuentro Mundial de las Familias.
Era notorio el interés de Juan Pablo II por fortalecer la familia. “El futuro de la humanidad se fragua en la familia”, había escrito, y su pontificado fue fiel reflejo de esa prioridad, que en un momento determinado le llevó a reconocer que le gustaría ser recordado como “el Papa de las familias”.
El interés de Juan Pablo II por la institución familiar no era patrimonio exclusivo ni de él ni de la Iglesia Católica, pero tampoco iban a permitirse quedar en un segundo plano a la hora de aportar luz y soluciones en torno a la familia. Ese mismo año 1994 había sido proclamado por la ONU como Año Internacional de la Familia. Diversas organizaciones internacionales, gobiernos e instituciones de toda índole, parecían confluir en el afán por profundizar y fomentar la familia, afrontando los diversos retos que le afectan en nuestros días.
Tras el fallecimiento de Juan Pablo II, Benedicto XVI ratificó esta convocatoria. Se le espera con interés, ilusión y algo de expectación. A nadie se le escapa que su figura va muy unida a la de Juan Pablo II. Poco después de ser elegido, afirmó que Juan Pablo II era el “intérprete auténtico” del Concilio Vaticano II. Y también comentó que no pensaba escribir tanto como su antecesor, pues ahora se trata de asimilar cuanto escribió.
La cultura actual vuelve los ojos hacia la familia. Deseamos un rostro más humano de nuestra sociedad, tan despersonalizada. El desarraigo, la violencia doméstica, los flujos migratorios, la dignidad de la mujer, la conciliación entre trabajo y hogar, el preocupante descenso de natalidad en los países desarrollados, una “cultura de la muerte” que ve –extrañamente- como solución el aborto y la eutanasia, las modernas formas de esclavitud, las rupturas matrimoniales: todo un conjunto de señales de alerta, con desigual intensidad o presencia según los países o continentes, reclaman un esfuerzo universal en favor de la familia.
No es que dirijamos la mirada a la familia porque nos encontremos en un “callejón sin salida”, sino que redescubrimos que es la solución para desarrollar personalidades maduras, capaces de enfrentarse al dolor y al esfuerzo, y para ser solidarios, característica que echamos en falta en sociedades economicistas y, por tanto, individualistas y frágiles. Numerosos estudios recientes vinculan el matrimonio y la familia con el bienestar social. La familia está de moda, es moderno interesarse por ella, aunque en buena parte es por haberla descuidado durante décadas.
No podemos individualmente mejorar el mundo, pero sí la propia familia, y ésa es la llave para la propia felicidad. Pero se requiere asumir la “verdad “ sobre la familia, no hacerla víctima de las opiniones personales, de los vaivenes que la moda pueda sugerir, y ésta sí que es una tentación frecuente en una sociedad donde impera el pensamiento débil y el relativismo. Las consecuencias deben hacernos recapacitar: no falla la familia, sino su devaluación y desfiguración. ¿Cómo es posible que, en todo tipo de encuestas, sea la institución más valorada, y a la vez no la cuidemos mejor, no nos formemos, o que de hecho otorguemos prioridad a otros quehaceres, como el trabajo o el ocio?
La Iglesia Católica no se presenta como inventora de nada sustancial en la familia, pero sí ofrece una experiencia de veinte siglos y una doctrina que hace felices a las personas. Otorga estabilidad y fuerza al matrimonio y a la familia. Apostar por la familia es apostar por la dignidad humana, por la humanización de la sociedad.
En su primera encíclica, “Deus caritas est”, Benedicto XVI nos ofrece las claves del amor de Dios y del amor humano, para desenmascarar sus caricaturas o deformaciones. Leer y asimilar esta encíclica es, con toda probabilidad, el mejor modo de prepararnos para el Encuentro Mundial de las Familias.
Roma, Río de Janeiro, Roma y Manila han sido, por ese orden, las sedes de los cuatro primeros Encuentros. Más de un millón de personas en cada uno. En Valencia esperamos estar a la altura, también en cuanto al número de asistentes, aunque no sea el aspecto más relevante.
No tengo la menor duda de que la familia va a salir muy reforzada de Valencia. Los actos centrales del Encuentro Mundial de las Familias se celebrarán en un marco inigualable, la Ciudad de las Artes de y de las Ciencias, exponente de la Valencia del tercer milenio. Un marco muy adecuado para mostrar que la familia es el futuro.
Javier Arnal
Director de Comunicación del V Encuentro Mundial de las Familias
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