Juan Manuel de Prada confiesa que redescubrió el cristianismo como «provocación» ante «la doctrina imperante». Nacido en Baracaldo (Vizcaya) en 1970, ganó el premio Planeta de 1997 con «La tempestad», el premio Primavera de Novela de 2003 y el premio Nacional de Literatura 2004 en la modalidad de Narrativa con «La vida invisible». Su labor como articulista le ha hecho merecedor de los premios Julio Camba, el de Periodismo de la Fundación Independiente, el José María Pemán y el González Ruano. En esta entrevista explica cómo ha descubierto a Dios y cómo ha interiorizado su adhesión a la propuesta cristiana.
Fluvium 7 de Enero de 2006, original de ZENIT.org.
¿Podría dar unas pinceladas de cómo fue su aproximación al cristianismo?
Yo recibí de mi familia la fe católica, hubo un momento en el que rompí con esa fe católica, no es que llegase a ser una «noche oscura», sino más bien un proceso transformación natural, propio de los años de la adolescencia, y más diría necesario y beneficioso porque cuando crecemos con esa fe heredada corre el riesgo de quedarse en una fe inerte. Es necesario un proceso de purificación y un proceso personal de búsqueda. Si nos conformamos con esa fe heredada no vamos a ninguna parte.
Precisamente creo que uno de los problemas de los católicos de nuestro tiempo es que se conforman con mantener unos ritos más o menos desganados. Y siguiendo con ese proceso personal llega un momento en el que empiezo a escribir y empiezo a percibir la hostilidad que suscita lo religioso y más concretamente lo católico. Es percibido de manera hostil especialmente por los sectores intelectuales.
Entonces surge en uno la necesidad de plantar cara a esa corriente gregaria que se dedica a denigrar a la Iglesia. De ahí surge un interés de llevar la contraria y de intentar actuar como contrapeso a todas esas voces. Pero paulatinamente descubres que ya no te conformas con refutar las falsedades sino que empiezas a redescubrir tu propia fe.
Pero entonces esa actitud, ¿es más por vocación o por provocación?
Bueno las dos cosas no son incompatibles ¿no? A G.K. Chesterton (1874-1936) muchos de los escritores de su época sostenían que él era católico por su gusto por la paradoja, en el sentido de llevar la contraria. Y quizá mi primera aproximación hacia lo católico sí es posible que nazca de un instinto de provocación, de oponerme a la doctrina imperante. Pero llega un momento que no solo sientes la necesidad de combatir los ataques que recibe la iglesia sino que no puedes ser neutral, te sientes atraído hacia ella y ahí surge la vocación.
De sus manifestaciones destaca especialmente el énfasis y la extensión que ha dedicado en sus alegatos en defensa de la vida ¿existen motivos de historia personal que justifiquen o expliquen esta especial atención a este tema?
Creo que es uno de los temas más candentes de nuestro tiempo, y... bueno, cuando nació mi madre murió mi abuela en el parto, y probablemente hoy día a lo mejor hubieran matado a mi madre y por lo tanto yo no existiría. Pero no creo que mi interés nazca tanto de esta circunstancia personal como del hecho de que creo que es el caballo de batalla de nuestro tiempo.
El cristianismo siempre se ha destacado por aportar ideas nuevas a la sociedad a pesar de que la sociedad se haya empeñado en tacharlas de viejas, así en un momento dado de la historia fue el tema de la esclavitud, en otro ayudar a sentar las bases de la democracia, en otro de la justicia social, y hoy en día este tema es nuestra vergüenza social.
Antes apuntaba cómo descubrió el rechazo que lo religioso provoca socialmente. ¿Está vigente todavía el divorcio entre fe y cultura que ya constataba Pablo VI?
Creo que la situación se ha agravado porque a la falta de diálogo se ha añadido una aversión desde el ámbito de la cultura. Pero tiene una solución y como siempre tiene que partir de los cristianos de base. Tenemos que asumir que, si de verdad queremos ser protagonistas de nuestro tiempo, tenemos que tener unas inquietudes intelectuales y culturales. Esto es algo que me preocupa, y citando nuevamente a Chesterton decía que convertirse al catolicismo era una incitación a pensar de forma más libre y a tener más curiosidad.
Yo percibo en muchos católicos españoles que viven su religión de una forma muy apática muy pasiva. Yo siento que han perdido la curiosidad y con ello la capacidad de influencia en nuestra época y esto es lo provoca que esa ruptura entre fe y cultura se esté agigantando. Si los católicos no manifestamos un interés cultural desde estos ámbitos se les posterga. Es importante que los católicos recuperemos posiciones de vanguardia.
En alguna ocasión ha dicho que la literatura tiene algo de religión. ¿Es por aquello de que «El Verbo [la Palabra] se hizo carne…»?
A través de la literatura o de cualquier expresión artística, el hombre se revela más que nunca imagen de Dios. El hombre participa de esa capacidad creadora del Dios del Génesis. El acto de crear es en sí mismo un acto religioso. Y por otro lado la dedicación literaria tiene algo de vocación religiosa en el sentido de que exige una serie de renuncias, de sacrificios, de preparación, una ascética y una mística.
Como buen escritor será también buen lector y crítico: ¿que juicio literario haría de los sermones y de los textos que se utilizan hoy día para la evangelización, especialmente los textos episcopales?
Hay de todo. Y si me permite vuelvo a citar a Chesterton: la anécdota surge a raíz de su visita a una iglesia católica en la que asiste a un sermón desastroso, y él se hace la siguiente reflexión: una religión que ha sobrevivido dos mil años a ministros tan deplorables como este sin duda tiene que ser la religión verdadera.
Creo que los sacerdotes en general hacen un gran esfuerzo por aproximarse a la gente que les está escuchando. Y respecto a nuestros obispos y sus documentos... creo que una de las grandes ventajas de los escritos de nuestros obispos es que la escritura eclesiástica preserva el sabor originario de las palabras, en un mundo en el que el lenguaje está tan banalizado. La formación de sus autores, esa sintaxis latina, todo ello hace que los textos tengan una fuerza primigenia.
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