ARGUMENTS, Noviembre 2005
La falta de valoración del pudor se ha extendido, junto a la epidemia de agnosticismo y la mundanidad de costumbres, por los países ricos de Occidente. No se trata de un fenómeno aislado, ya que la situación actual puede diagnosticarse de modo similar a lo que decía San Pablo: "Los hombres paganos, alardeando de sabios se hacen necios, y dan culto a la criatura en lugar de dar culto al Creador, que es bendito por los siglos. Por eso Dios los entrega a los deseos de su corazón, y vienen a dar entonces en todo género de impureza, impudor y fornicación, hasta el punto de que, perdiendo toda vergüenza, se glorían de sus mayores miserias" (Rom 1,18-32).
El impudor más o menos generalizado en esta sociedad permisiva, no es sino uno de los síntomas de la descristianización social, y como tal debe ser entendido y tratado.
Dice el autor de este artículo: "...la conciencia (...) quiere proteger la esencia personal de cada uno, nuestra dignidad de personas frente a los demás animales y cosas y frente a las demás personas. Esta conciencia de sí mismo no se limita a lo interior de la persona, entendiendo lo interior como el mundo del espíritu o de los sentimientos. La percepción de uno mismo abarca no sólo el espíritu, sino también el propio cuerpo porque se es consciente de que la persona no reside en la mente, sino que el espíritu se une al cuerpo de tal forma que éste adquiere un nuevo modo de ser, tan nuevo, que no cabe hablar de continuidad entre el cuerpo animal y el cuerpo del hombre."
Algunos "progresistas" no quieren verlo así, sino que alardean de haber logrado una conquista y lo repiten sin rubor en los medios: se permiten etiquetar a los antiguos de tener una antropología pesimista que despreciaba del cuerpo humano, u otras explicaciones parecidas con total olvido de la Tradición y del Magisterio permanente de la Iglesia.
En el artículo que ahora publicamos se dice más adelante: "La permisividad de las costumbres es una concepción errónea de la libertad humana. La persona no nace desarrollada, ni física ni moralmente. Para llegar a su madurez necesita ser educada también –además de en otras materias– por la ley moral. Esta educación moral es labor primera y primordial de los padres y luego de los educadores que quieran enseñar a la juventud a respetar la verdad, las cualidades del corazón, la dignidad moral y espiritual de la persona
(...) "Nadie tiene dudas de que robar está mal y es transgredir una ley natural y divino positiva. Sin embargo, hay que enseñar a los niños a no apoderarse de lo ajeno y respetar la propiedad privada. Por esta enseñanza no causamos ningún daño al niño, ni le creamos un trauma emocional con consecuencias para su vida adulta: simplemente le formamos como persona. De igual manera se debe educar en el pudor y esto requiere un esfuerzo y, en ocasiones, una lucha ascética. El pudor es una virtud y como todas las virtudes se adquieren con hábito y constancia." Reproducido de Cauce.]
El hombre no es igual que el resto de los animales. Está sujeto a las leyes de la naturaleza como el resto de los animales, pero no es un animal más. Ni tan siquiera es el animal más perfecto de todos, es más que el resto de los animales porque es capaz de pensar por sí mismo y, por ser libre, puede no seguir su instinto.
El hombre intuye que merece un respeto especial, distinto del respeto que merecen todos los demás animales que habitan la Tierra. Cuando un hombre está a solas consigo, cuando consigue callar al mundo, descubre que en el fondo de sí mismo, en lo más íntimo se encuentra la imagen de Dios, porque lo creó a su imagen y semejanza.
El hombre es, en primer lugar, persona, hijo de Dios. El hombre es digno antes que útil o productivo, o rentable o bello o apetecible. El hombre es respetable por sí mismo. Este sí mismo de cada persona es lo que significa su intimidad personal, su propia existencia. Cuanto más rica es la personalidad más amplia y profunda es la intimidad de una persona y, por tanto, más profunda y más fuerte es la conciencia de su propio valor y la necesidad de su protección.
Llamamos pudor a esta conciencia personal que quiere proteger la esencia personal de cada uno, nuestra dignidad de personas frente a los demás animales y cosas y frente a las demás personas. Esta conciencia de sí mismo no se limita a lo interior de la persona, entendiendo lo interior como el mundo del espíritu o de los sentimientos. La percepción de uno mismo abarca no sólo el espíritu, sino también el propio cuerpo porque se es consciente que la persona no reside en la mente, sino que el espíritu se une al cuerpo de tal forma que éste adquiere un nuevo modo de ser, tan nuevo, que no cabe hablar de continuidad entre el cuerpo animal y el cuerpo del hombre [1].
El hombre sabe que su cuerpo no es un trozo de materia orgánica, es su propia persona, mejor, la parte visible y material de su propia persona. Lo que percibimos al mirar en los ojos de una persona es el alma y un complejo de sentimientos, actitudes y deseos que asoman al mundo desde el interior de la persona y que nuestra mirada puede traducir y entender sin palabras.
Podríamos llegar a decir que en ocasiones el cuerpo oculta la persona cuando impide ver la personalidad que reside en él. El pudor, la protección de la intimidad personal, se nos aparece como el acto por el cual la persona se hace presente en su propio cuerpo despojándole de todos los matices animales para presentarlo a los demás como una persona, es decir, digna.
La manera quizá más grave de desposeer a las personas de su dignidad es violar su intimidad, es decir, forzarles a manifestar lo más íntimo de su persona contra su voluntad, es tanto como exponerlas a la vergüenza pública y privarlas de seguir siendo dueñas y señoras de aquello que es solo suyo: lo íntimo [2].
Porque la belleza humana no es sólo física, sino también moral. Y así como la belleza física cambia y con el tiempo pasa, la belleza moral también puede cambiar pero no está sujeta a las leyes de la materia. La belleza interior de la persona se corresponde con su elegancia que significa distinción de uno mismo. Esto es la compostura, la armonía entre lo que una persona es y lo que una persona manifiesta por medio de su actuación, de sus gestos, de sus maneras, de su cuerpo...
Mantener la compostura exige cuidado, atención, dedicación. Obliga a cuidarse, a ocuparse de uno mismo y de la propia apariencia, porque la apariencia propia es una manifestación de la persona y, por tanto, no es indiferente, es personal y, por ser personal, la propia apariencia también es íntima.
Es esencial recordar que la belleza significa, en primer lugar, armonía y proporción de las partes dentro del todo, sean las partes del cuerpo, del vestido, del lenguaje o de la propia conducta [3]. Ser elegante hace referencia a un modo de actuar espontáneo y moderado con un gusto y estilo personales, que manifiestan a la propia persona y muestran una armonía poseída desde dentro de ella misma. Por esto mismo, el estilo personal es la expresión exterior de la propia personalidad. Una persona elegante tiene estilo propio y sabe disponer de las cosas con distinción, creando a su alrededor un ámbito cuidadoso y agradable para los demás que, por eso, le reconocen como elegante.
La capacidad humana de adornarse, de cuidarse y de vestirse está al servicio de la representación propia, que hace visible y presente a los sentidos lo que los propios sentidos por sí solos no pueden conocer: el júbilo, la dignidad, la veneración, la gratitud, el recuerdo, la fiesta, el amor, la pena...
¿Y qué ocurre con el cuerpo? Resulta que el cuerpo es parte de la persona. Es parte de su intimidad personal. El pudor corporal se manifiesta entonces como resistencia a la desnudez, como una invitación a buscar a la persona más allá de su propio cuerpo. El acto de pudor es, en el fondo, una petición de reconocimiento, como si quien fuera así mirado o deseado le dijera: «si te fijas sólo en mi cuerpo no podrás ver mi corazón».
Existe un pudor del cuerpo que rechaza los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad y que inspira una manera de vivir que permite resistir a las tendencias de la moda y a la presión de las ideologías dominantes [4]. Porque el cuerpo puede y debe llegar a ser una imagen visible de nuestra persona, un signo de nuestro misterio personal. Medio en broma, medio en serio se dice que una persona a los treinta años ya es responsable de su cara... y también de su cuerpo.
La esencia del pudor se encuentra en la personalización del propio cuerpo. El impúdico presenta su propio cuerpo como un simple objeto que llama la atención de manera inmediata y que no manifiesta la persona que encarna. Tanto es así que se puede llegar a pensar que la persona que no cuida su propia intimidad, no tiene una intimidad personal que salvar [5].
Pero nuestro cuerpo no manifiesta toda nuestra intimidad. La persona entera, cuerpo y alma, es la que manifiesta toda nuestra intimidad. Pero, con todo, la exhibición del cuerpo no es indiferente porque cuando una persona descubre voluntariamente determinadas partes de su cuerpo está perdiendo su intimidad, se está mostrando como una cosa y con ello expresa una grave falta de respeto a su dignidad como persona y a la dignidad de los demás.
A veces, es una cuestión de un centímetro menos. Pero en ese pequeño recorrido se encuentra la diferencia entre ser mirada como una cosa objeto de deseo o como una persona. No es sólo una cuestión de más o menos tela. Con un determinado modo de vestir se asocia un significado de «disponibilidad sexual» que pervierte la mirada [6].
Si reflexionamos sobre la mirada ante la cual se despierta o se pierde el pudor podemos descubrir que con solo el mirar de un modo o de otro la persona se pierde o se gana como tal persona y se puede convertir en una cosa. «El que mira a una mujer deseándola, ha cometido ya adulterio con ella en su corazón» (Mt. 5,28). Así pues, el cuidado de la intimidad no está solo en el cuerpo, sino que reside en toda la persona –cuerpo y espíritu– y es a la integridad personal donde se debe dedicar la atención necesaria para aprender a cuidar la intimidad personal.
«Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia del hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a los niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana» [7]. Porque comportarse dignamente es algo que se aprende –nadie nace enseñado– y ser digno tiene que ver con algo tan sencillo como que lo indigno es feo y vergonzoso y debe ser ocultado mientras que lo digno que es bello y atrayente.
Forma parte de nuestra intimidad el vestido, las acciones y los gestos, hasta los movimientos corporales. Comer, limpiarse, sentarse, el tono de la conversación, la atención que se presta a los demás... Allí donde se expresa la persona podemos encontrar una manifestación de su dignidad personal, de su intimidad, donde podemos encontrar a la persona por sí misma, sin añadidos extraños a lo personal.
La permisividad de las costumbres es una concepción errónea de la libertad humana. La persona no nace desarrollada, ni física ni moralmente. Para llegar a su madurez necesita ser educada también –además de en otras materias– por la ley moral. Esta educación moral es labor primera y primordial de los padres y luego de los educadores que quieran enseñar a la juventud a respetar la verdad, las cualidades del corazón, la dignidad moral y espiritual de la persona [8].
Contra la inmutabilidad de la ley moral se podría decir que los usos y las costumbres, la cultura de cada tiempo y lugar cambian dentro de ciertos límites las leyes del pudor. Y es verdad. Pero no lo es menos que siempre existe un límite entre lo decente y lo indecente; y que los usos, las costumbres y la moda, por definición, son cambiantes: «Para convencerse de que resulta ridículo tomar la moda como principio de conducta, basta mirar algunos retratos antiguos» [9].
No es verdad que nos podamos acostumbrar a lo indigno, ni a lo indecente, ni a lo irrespetuoso. Pensar lo contrario sería ingenuo si no fuera verdaderamente herético, pues, al menos en la práctica, niega el dogma del pecado original y las consecuencias que se derivan de éste: la naturaleza humana ha sido deteriorada, es naturaleza caída [10].
Por lo demás, y aparte verdades de Pero Grullo, todos podemos comprender que no es lo mismo desnudarse que no vestirse. El que está desnudo es porque antes se ha despojado del vestido y éste es un acto muy cargado de significación y de expresividad en nuestra sociedad europea. Desde luego, tiene un significado muy distinto a la natural desnudez del «buen salvaje» del Amazonas.
Nadie tiene dudas de que robar está mal y es transgredir una ley natural y divino positiva. Sin embargo, hay que enseñar a los niños a no apoderarse de lo ajeno y respetar la propiedad privada. Por esta enseñanza no causamos ningún daño al niño, ni le creamos un trauma emocional con consecuencias para su vida adulta: simplemente le formamos como persona. De igual manera se debe educar en el pudor y esto requiere un esfuerzo y, en ocasiones, una lucha ascética. El pudor es una virtud y como todas las virtudes se adquieren con hábito y constancia.
Porque no todo el mundo puede permitirse mirar cualquier cosa, como no todo el mundo puede permitirse escalar cualquier montaña. Lo que para un escalador avezado es prudente, para otro será una temeridad [11].
La regla que enseña a ocultar y a enseñar lo íntimo embellece la persona, porque la hace dueña de sí misma. La muestra a los demás reservada para sí mismo, orientada hacia su intimidad y, por tanto, digna, valiosa. Quien no siente la necesidad de ser pudoroso es que carece de intimidad: vive en la superficie, esperando a los demás en la epidermis, sin posibilidad de llegar a conocer la persona que habita en ese cuerpo.
Para saber qué es pudor e impudor en el hombre y en la mujer, cada uno de ellos ha de tener en cuenta la natural diferencia de percepción del otro. Los dos ven, pero no miran de la misma manera. Con esto es necesario contar con la realidad de las cosas, de igual manera como se cuenta con que necesitamos oxígeno para respirar. Somos reales y somos así: los hombres y las mujeres no tienen la misma sensibilidad.
Hay que tener en cuenta que ser elegante significa tener buen gusto. El buen gusto es una manera de conocer, un cierto sentido de la belleza o de la fealdad de las cosas y de su disposición alrededor de nosotros. Educar la elegancia comienza por enseñar las buenas maneras que en palabras de Kant «son lo que transforma la animalidad en humanidad».
La persona resulta agradable y bella si es elegante y para ser elegante hay que estar arreglada y compuesta. Compuesta no sólo en los vestidos o en lo físico, sino también armoniosa en los gestos y modales: como dice santo Tomás de Aquino la compostura o el decoro es una virtud que regula los movimientos externos del cuerpo.
La compostura incluye, en primer lugar, la ausencia de lo sucio y manchado que podría afear la persona. En segundo lugar, busca la pulcritud, un aseo cuidadoso, el cuidado de la propia presencia, estar «compuesta» y preparada, en disposición de aparecer públicamente ante quien corresponda en cada caso. Y en tercer lugar, la compostura supone orden, saber estar, armonizar consigo mismo y con lo que le rodea. Se refiere sobre todo a los gestos y los movimientos, a las actitudes y, en general, es el decoro. Así pues, una persona decorosa y compuesta será una persona limpia, cuidada y armoniosa.
Es evidente que es necesario estar en lo detalles, en los gestos, en el vestido, en las maneras, en los modales, hasta en los colores. El pudor, como cualquier otra virtud, estriba de ordinario en cosas pequeñas, que juntas llegan a formar una gran virtud. Cosas pequeñas y actitudes constantes, de cada día, de cada momento...
La compostura designa ausencia de fealdad en la figura y conducta personales y es considerada como modestia –que es moderación y medida de las cosas– que inspira la elección del vestido, mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana, se convierte en discreción ante la curiosidad de extraños. La dignidad humana se protege con la vergüenza, con el pudor y con la elegancia. La modestia hace posible el pudor como respeto de la intimidad personal. Y el pudor permite la pureza del corazón que nos alcanzará el ver a Dios y ver las cosas según el designio del Creador [12].
Algunos consejos
Algunos consejos para mejorar en la virtud del pudor pueden ser los siguientes:
a) Controlar el exceso de curiosidad: la curiosidad que va más allá de la caridad y del interés por los demás no es buena ni a nadie beneficia. Hay que evitar el chismorreo, la maledicencia, el comentar por comentar los sucesos ajenos, el entrometerse en los asuntos ajenos, prestarse a escuchar conversaciones y noticias que no nos interesan, ver fotografías ajenas, etc...
b) Dominar los propios sentimientos: la persona y sus sentimientos no son una fuerza alocada que actúa espontáneamente. El corazón siente, pero la razón decide y se ama con la voluntad que también es humana y natural. Lo antinatural –por inhumano– es actuar sin razonamiento, por impulsos emocionales.
c) Comportarse de manera sosegada: el comportamiento personal debe ser calmado, mesurado, medido, modesto. Tomarse tiempo para decidir y para actuar. Tiempo para uno mismo, para reflexionar. Tiempo para los demás, para comprenderlos, para conocerlos.
d) Mantener la dignidad en el vestido: no se debe vestir de cualquier manera, sino de la manera adecuada para cada ocasión. Lo más importante no es ir vestido a la moda, sino ir dignamente vestido y a la moda. Hay que saber compaginar las dos cosas. Pero lo principal es la dignidad y lo secundario las modas pasajeras.
e) Respetar la intimidad propia y la ajena: para educar la virtud del pudor se deben promover unos hábitos relacionados con el respeto a la propia intimidad y a la intimidad de los demás. Por ejemplo: llamar a la puerta antes de entrar en el cuarto; preguntar cosas delicadas a solas con los padres; no andar por la casa a medio vestir; no contar a los extraños sucesos de la vida familiar; regresar a casa a una hora discreta; seleccionar las diversiones y los espectáculos, el cine, los programas de televisión, las lecturas; adoptar posturas que no incomoden a los demás; ser delicados en el trato social; acomodarse a la sensibilidad y limitaciones de los demás en cualquier ocasión.
_____________________
Notas:
[1] Antonio Orozco, El pudor: defensa necesaria de la dignidad personal. Arvo.net.
[2] Ricardo Yepes Stork, La elegancia, algo más que buenas maneras. www.arvo.net.
[3] Ricardo Yepes Stork, ob. Cit.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica. Nº 2523.
[5] Mikel Gotzon Santamaría Garai, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.111.
[6] Mikel Gotzon Santamaría Garai, ob. cit. P. 108.
[7] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2524.
[8] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2526.
[9] San Josemaría Escrivá, Surco, n. 48.
[10] Antonio Orozco, ob. cit.
[11] Mikel Gotzon Santamaría Garai, ob. cit. P. 116.
[12] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2531.
Introducción a la serie sobre “Perdón, la reconciliación y la Justicia Restaurativa” |
San Josemaría, maestro de perdón (1ª parte) |
Aprender a perdonar |
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |