20 años después de la despenalización del aborto, cada seis minutos se perpetra uno
Corría el año 1985 y los socialistas, autoproclamados padres de un progresismo difícil de entender, dañaban seriamente el orden natural y moral con una de las propuestas más hostiles que se han dirigido a la ciudadanía española; una acción que impactaba de lleno en la línea de flotación de la familia y de la vida
Los eufemismos, junto a la manipulación de las ideas, contribuyeron a la consecució...
20 años después de la despenalización del aborto, cada seis minutos se perpetra uno
Corría el año 1985 y los socialistas, autoproclamados padres de un progresismo difícil de entender, dañaban seriamente el orden natural y moral con una de las propuestas más hostiles que se han dirigido a la ciudadanía española; una acción que impactaba de lleno en la línea de flotación de la familia y de la vida
Los eufemismos, junto a la manipulación de las ideas, contribuyeron a la consecución de los objetivos trazados. Entre ellos, considerar al embrión como algo y no alguien; la despenalización bajo tres supuestos engañosos y suficientemente ambiguos para que en ellos cupiera todo; y la visión reduccionista de un feminismo mal entendido, que otorga sólo a la madre el derecho a decidir. El resultado final fue desposeer al niño concebido del más mínimo reconocimiento jurídico. Hoy en día, el aborto representa la primera causa de defunción en el mundo, en Europa y en España. El eufemístico término, malévolamente acuñado, de interrupción voluntaria del embarazo persigue, con diabólica intención, pasar de soslayo sobre un tema que interesa ocultar a las conciencias. Los argumentos justificativos que se expusieron para aderezar un plato intragable (la malformación, la violación o los graves peligros para la salud psicofísica de la madre) venían a tranquilizar a otras conciencias menos rudas, y obtenían así la necesaria aceptación social.
El daño irreparable estaba servido. El holocausto de los inocentes en España había comenzado. Hasta el año 2002 se contabilizan casi 700.000 abortos practicados. En el 2003 la cifra que se oficializa es de otros 80.000. Con toda seguridad, cuando finalice este año 2005 se alcanzará un millón de niños abortados. Parece ser que el 34% de la población se presenta como tolerante ante el aborto, y el 42% como poco tolerante (lo admiten en ciertos casos). Los que se manifiestan rotundamente en contra son una minoría, un 10%, y más minoritarios aún son los que lo hacen rotundamente a favor, un 6%. Los centros acreditados para abortar son cercanos a los 125, y el precio por aborto puede oscilar entre 300 y 3.100 €. El 96,8% de las mujeres que aborta se acoge al supuesto del grave peligro para la salud de la madre. Sólo un 3,03% por malformaciones, y un escaso 0,03% refiere violación. El 97,53% se viene realizando en las clínicas privadas. La estrategia, años después, se ha visto muy clara: el aborto es prácticamente libre. En la práctica, en España aborta quien quiere.
Sin duda alguna, estamos ante uno de los problemas capitales de nuestro tiempo. Pero, ¿existe conciencia de esto? No. Por un lado, está el hombre anestesiado por los placeres hedonistas que le brinda la sociedad del bienestar, que permanece sordo, ciego y mudo ante esta catástrofe humana. Y, por otro, la sociedad nihilista de hoy –vale todo y nada vale–, que parece haber perdido toda capacidad de respuesta, ¿Realmente, nos damos cuenta de que se ha privado de vivir a un millón de personas?
El hombre moderno, anestesiado
La clase política, que tanto se enorgullece de luchar por los derechos humanos, permanece insensible ante esta situación aberrante para la raza humana. El aborto no es una solución para nadie, y, desgraciadamente, pasará factura a todos. Una sociedad que no da señales de vida ante la mayor barbarie de la historia de la Humanidad está condenada al fracaso y al caos. La sociedad entera no debería consentir que una mujer aborte por el mero hecho de no desear a su hijo. ¡Tiene que ofrecerle una alternativa de vida y salir de ese –cuando menos– silencio cómplice que seguirá incrementando las ya escalofriantes cifras de niños no nacidos! ¿Cómo se puede explicar que esta realidad esté totalmente silenciada en los grandes medios? ¿Es que no hay profesionales que levanten su voz para defender una ética basada en el valor de la vida humana? Sinceramente, creemos que no hay intención, en los profesionales de los medios, de mostrar la sórdida realidad personal y social del aborto.
No podemos cerrar esta reflexión sin preguntarnos: ¿qué nos está pasando a los católicos? Quizá nos hemos dejado influenciar por los tiempos que vivimos y hayamos tirado la toalla. Nos debería resultar vergonzante nuestro silencio y pasividad. Los que nos reconocemos hijos de Dios debemos abandonar el mutismo y pasar a la acción. No se trata de ninguna contienda cruenta, se trata de combatir la maldad desde el amor y el Evangelio. Tenemos que sembrar el bien en la sociedad y oponernos al pecado y a la mentira. La muerte de tantos niños es un agravio de gran magnitud de la Humanidad ante Dios. Tenemos que trabajar porque la verdad y la luz lleguen a las conciencias de las personas con independencia de su fe. Es necesario hacer ver que existe una ética y una moral que debe respetar la ley natural en la que no hay cabida para la muerte y el asesinato de seres humanos por parte de sus progenitores, y menos todavía con el respaldo de los poderes públicos. ¡Basta ya!
Joaquín Díaz
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