Algunos la consideran vehemente, pero en realidad es una mujer valiente, con las ideas claras, y enamorada de Jesucristo hasta la médula. La directora y presentadora del programa La Tarde, en la COPE, acaba de publicar su primer libro, Políticamente incorrecta (editorial Temas de Hoy), en el que recopila artículos sobre diferentes temas de la controvertida actualidad, algunos de ellos recuperados de sus columnas en La Razón. Alfa y Omega ha estado con ella para hacerle algunas preguntas:
Se nos habla de diálogo y de tolerancia, pero la crispación es cada vez mayor. ¿Qué es la tolerancia en este momento?, ¿acabar con la diferencia?
Sí, se trata del desarrollo de una mentalidad dominante donde la tolerancia es un argumento constante, pero, en la práctica, solamente funciona cuando estás de acuerdo con los criterios que definen esa mentalidad dominante. Si tu identidad es contraria a esos criterios, lo que recibes es una respuesta muy agresiva y de intento de aniquilación intelectual. En el caso de España, estamos a la vanguardia de esta mentalidad. Se trata de intentar la génesis de un hombre y de una sociedad nuevos, desde una posición puramente ideológica, despreciando la realidad.
El debate político se ha convertido en un diálogo de sordos. ¿Hay algunos más sordos que otros?
Yo no creo que esté todo el mundo igual de sordo. El Gobierno tiene como método la confrontación. El divide y vencerás es uno de los métodos de José Luis Rodríguez Zapatero. Lo ha intentado utilizar con los manifestantes en contra de la Ley Orgánica de Educación. Lo ha aplicado en el tema del terrorismo y con relación a la unidad de España. Es una constante de su metodología, no tanto de su ideología. Esto crispa mucho, porque los distintos agentes sociales se ven muy enfrentados entre sí, y alguno de ellos siempre es elegido como chivo expiatorio. Y a los demás se les hace la propuesta de formar un frente común contra ése.
¿Cree posible el diálogo con ETA?
El Gobierno quiere creer que es posible, y mucha gente en su entorno está entrando en esa ilusión, porque el corazón del hombre desea la paz. Pero una cosa es el deseo y otra cosa son los datos que tenemos sobre la mesa. ETA siempre ha aprovechado sus momentos de debilidad para intentar ejecutar movimientos políticos que le diesen aire, que a su vez, después, le permitiesen matar de nuevo. Pensar que puede ser objeto de un tratado en primavera, que es una de las hipótesis que ahora mismo circulan, me parece pecar de ingenuidad. Y lo que en la vida privada es ingenuidad, en el Gobierno se llama negligencia y falta de responsabilidad.
Usted se declara católica abiertamente, y a muchos nos cuesta dar ese paso. ¿Nos falta valentía a los católicos?
Yo soy una persona relativamente privilegiada porque trabajo en COPE, esto es, que el tipo de ideas que yo expreso en antena coincide plenamente con el ideario de la Cadena. Yo no aconsejo que alguien que vaya a ser expulsado de su trabajo, o que vaya a ser cercenado socialmente, se ponga en mitad de la calle a gritar que es católico. Creo que no es un problema de valentía, sino de enamoramiento. Cuando tú estás enamorado, te resulta muy difícil no hablar de la felicidad que experimentas. Cuando uno está muy agradecido, porque realmente ve que su vida está siendo construida por Otro –su matrimonio tiene matices y riquezas que otros desconocen, su sexualidad también, su relación con los amigos, su forma de vivir el trabajo…–, es muy difícil callarse. En realidad, lo fácil es hablar de ello.
Entonces, ¿qué ha pasado?
Creo que el cristianismo –y eso es culpa nuestra, de la Iglesia, no del exterior– ha sido reducido en muchos ambientes a un puro moralismo, a un pelagianismo donde la coherencia de vida era lo que se ofrecía a una persona. Y las personas no buscamos la coherencia de vida, buscamos la felicidad. ¿Para qué quiero yo ser bueno si eso no tiene que ver con mi dicha? Ya lo explicó Dostoievsky: para nada. Muy al contrario. Si a mí la sociedad me ofrece una alternativa para ser feliz que incluya normas egoístas, es comprensible que yo tire por ese camino. El problema es que, al cabo, lo que me espera es una tristeza infinita. El problema del mundo moderno no es la inmoralidad, ni siquiera es el ateísmo, es la falta de felicidad. El hombre que niega a Dios, al final, se descubre abominando de sí mismo.
¿Velo musulmán en las escuelas?
El problema no está tanto en cercenar la libertad de expresión religiosa de las personas. El problema es que Europa propone a la inmigración el camino que va entre la televisión y un centro comercial, y eso no puede llenar el corazón de ningún hombre. Necesariamente, eso genera un vacío en el que arraigan con facilidad los fanatismos. Y los fanatismos son un peligro.
María S. Altaba
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