El 90% de las prostitutas son inmigrantes y han encontrado en esta forma de esclavitud un mal menor, un modo de escapar a una situación difícil en sus países de origen. Las mafias venden sueños cuyo precio está al alcance de la mujer que emplea su propio cuerpo como moneda de cambio. La Iglesia, consciente del problema de estas mujeres, ha iniciado una campaña, en la que participan la Conferencia Episcopal Española, Cáritas y la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), para acabar con el trá...
El 90% de las prostitutas son inmigrantes y han encontrado en esta forma de esclavitud un mal menor, un modo de escapar a una situación difícil en sus países de origen. Las mafias venden sueños cuyo precio está al alcance de la mujer que emplea su propio cuerpo como moneda de cambio. La Iglesia, consciente del problema de estas mujeres, ha iniciado una campaña, en la que participan la Conferencia Episcopal Española, Cáritas y la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), para acabar con el tráfico sexual. Algunos defienden que una forma de acabar con las mafias es la legalización. Para muchos otros, esto significaría tolerar lo intolerable, legalizar esa esclavitud
No es casual la condición de emigrantes de la mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución en España: el 90%. La emigración de los más pobres a países ricos ha sido y es una constante en la historia de la Humanidad. Entre los pobres, las mujeres, junto con los niños, son las principales víctima de la violencia, la desigualdad y la miseria. De hecho, la OIT (Organización Internacional del Trabajo) ya recogió en cifras esta realidad: el 70% de los 1.300 millones de pobres absolutos del mundo son mujeres. Si fijamos nuestra atención en la desigualdad que genera la pobreza, y el instinto de supervivencia de todo ser humano, nos encontramos ante el problema de la prostitución. Las prostitutas, provenientes en su mayoría de zonas rurales del extranjero, son una de las caras que adopta el subdesarrollo cuando decide emigrar a otro país en busca de una vida mejor. Uno de los aspectos más espeluznantes y menos conocidos de nuestra sociedad es el comercio de personas con fines sexuales.
La venta del cuerpo es la opción que las mafias ponen en bandeja a miles de mujeres para que salgan de una situación insostenible. En muchos casos, optan por ella engañadas o, sencillamente, porque lo consideran un mal menor. Las alternativas no existen, y ¿qué hace una persona cuando siente que no tiene nada que perder? De un modo sencillo, ellas y sus familias se endeudan para poder pagar el viaje, el alojamiento y la manutención en el país que, supuestamente, les va a dar una oportunidad. Las mafias, desde un principio, someten a las mujeres obligándolas a trabajar en la industria del sexo para saldar sus deudas. Para que esta situación se dé, la coacción no es indispensable. La definición de trata, contenida en el protocolo de Naciones Unidas, establece expresamente que el tráfico para la explotación, o cualquier forma de explotación sexual, puede producirse no sólo bajo condiciones de fuerza o de coacción, sino también abusando de la vulnerabilidad de la víctima.
La policía estima que el 85% de las prostitutas que ejercen en España lo hacen forzadas por las mafias, en un negocio que mueve entre 12.000 y 18.000 millones de euros al año, a tenor de la mayoría de las estimaciones. Según datos del Instituto de la Mujer de 1995, son 300.000 las prostitutas que trabajan en las calles o en alguno de los mil prostíbulos que se tienen contabilizados. Un estudio del Instituto Europeo para la Prevención del Crimen estima el número de prostitutas entre 45.000 y 300.000, una horquilla parecida a la de Alemania, pese a tener la mitad de habitantes. En la actualidad, se hace referencia a la existencia de 400.000 prostitutas, y 1.500 «lugares de alterne». Cuantificar el número de personas que viven así resulta difícil, ya que la mayoría de las víctimas carecen de documento alguno de identidad.
Cada organización opera de un modo diferente, en función del origen de la mujer. El chantaje, la mentira, la amenaza o la intimidación, tanto de la mujer como de su familia, son recursos utilizados. Entre las prácticas, la brujería, el vudú, como modo de intimidación, cobra cada vez más peso. En coche, en autobús, de polizones en camiones, barco, patera, o incluso a pie, llegan a nuestro país. Sin hacerse cargo del precio que pagarán por su esperanza en el sueño europeo.
Nuestro país es un gran receptor de mujeres que proceden, en su mayor parte, de tres áreas: Iberoamérica, Europa del Este (Rusia, Ucrania, Repúblicas de la ex Yugoslavia y Polonia) y África (Nigeria, Marruecos, Liberia y Sierra Leona).
La primera vez de muchas de ellas fue fuera de nuestras fronteras; de hecho, «el 22% han confesado haber empezado siendo niñas». Pero este dato no nos sirve para lavarnos las manos. Según datos de la ONG Save the Children, entre 30.000 y 50.000 españoles viajaron en 2001 a Iberoamérica para practicar turismo sexual con menores. Nuestro país está entre los cinco países europeos –junto con Francia, Italia, Bélgica y Alemania– que realiza más viajes de este tipo (el 3% reconoce tener tendencias pedófilas).
Los datos de las víctimas tienen nombre, apellidos y familia: al menos dos millones de niñas, entre 5 y 10 años, son vendidas y compradas en el mundo como esclavas sexuales. En nuestro país se vende a niñas por 20 euros. Alguien las compra.
En España nadie se manifiesta en favor de la esclavitud, pero la prostitución aumenta. Cada vez hay más prostíbulos y más mujeres que llegan a nuestro país para pagar el viaje con su cuerpo. Naciones Unidas, en la Conferencia Política de Palermo, ya había hecho un llamamiento a los países para que adoptasen medidas más severas contra la demanda: la oferta se adapta a la demanda. Los españoles se gastan al día cerca de 50 millones de euros en mantener relaciones con prostitutas. Estos hombres no son antisistema, ni drogadictos, ni gitanos..., son hombres con los que convivimos diariamente. En nuestra sociedad, la prostitución está en manos de personas que cometen ilegalidades y abusan de los derechos humanos: ellos son los delincuentes, ellas, las víctimas. Sólo un 10% mencionan explícitamente la necesidad sexual; esto no quiere decir que no la experimenten, simplemente no hablan de ello cuando son interrogados; sí lo hacen de curiosidad, emoción o excitación. Según una encuesta reciente del INE (Instituto Nacional de Estadística), 606.600 varones de 18 a 49 años usaron servicios de prostitución en el año previo a la realización de las preguntas.
Un modo de violencia
La cuestión es si se debería legalizar una práctica que, en un porcentaje altísimo, supone un modo de violencia contra la mujer y el lucro de bandas ilegales. Noventa y cinco grupos de tráfico sexual fueron identificados en las operaciones policiales del primer semestre de 2005, período en el que hubo 518 arrestos por esa causa, según el Ministerio del Interior. El tráfico sexual genera unos 7.084 millones de euros al año. Un traficante suele ganar 250.000 euros por cada mujer a la que vende. A muchas prostitutas no les dejan de sorprender los argumentos que emplean desde la asociación Anela, que reúne a los llamados locales de alterne: «Yo he estado en uno de esos clubes de alterne, y me da rabia que esos individuos hablen de libertad». Pero lo cierto es que la esclavitud, a veces, figura en la sección de economía de los periódicos, y asociaciones como Anela emiten argumentos que pasan por lo económico, y por lo que entienden como social: «La prostitución mueve en España una media de 3 billones de pesetas (18.000 millones de euros), y Hacienda deja de recaudar cada año en torno a 2.800 millones de euros», afirman. Proponen al PSOE la legalización administrativa de estas actividades (así ocurre en Cataluña desde 2002), el derecho de las trabajadoras a cotizar en la Seguridad Social y más facilidades para que tengan sus permisos de trabajo. Se muestran en contra de la prostitución callejera, y piden que se persiga su ejercicio en cascos urbanos, parques y zonas de esparcimiento, a la vez que se prestan para colaborar en la persecución de las prácticas delictivas en los locales de alterne y velar por el cumplimiento de la ley. Cuando proclaman su trío de valores (la prostitución sólo es rechazable si utiliza a menores de edad, a personas forzadas, o si se mezcla con drogas ilegales), parecen hacer caso omiso a la realidad. Hablamos de personas. Hace tiempo muchos quisieron legalizar la esclavitud para mejorar la situación de los esclavos, y eso nos sorprendía; hoy, nuestra capacidad de asombro pasó a una vida mejor.
La camboyana Somaly Man, Premio Príncipe de Asturias, se muestra tajante y muy crítica con los que rechazan el tráfico de mujeres, pero apoyan la prostitución: «No se puede desvincular una cosa de otra, porque el tráfico es una consecuencia de la oferta y la demanda que rige el negocio de la prostitución. La legalización promueve el tráfico, como se ha visto en Holanda. En cambio, en Suecia, con una legislación exigente, ha decaído. La prostitución va en contra de la dignidad de las mujeres. Legalizarla es legalizar la violencia».
Las prostitutas que están en la calle son la punta del iceberg de una situación de injusticia, que traen de sus países y se perpetúa en el nuestro. Ellas son las víctimas. ¿Hay que perseguirlas? ¿Hacer limpieza de calles y reducir una realidad social a guetos? ¿Cuál es la pretensión, ocultar una realidad entre cuatro paredes? La denuncia pasa por varias cuestiones, que no todo el mundo comparte, y la solución responde a intereses diferentes. En todo caso, las campañas de sensibilización son una propuesta acertada, que puede ir dirigida a la población en general, a los clientes y a las fuerzas de seguridad local y nacional. Lo que ha sido definido como una de las más terribles formas de esclavitud del siglo XXI supone, para una minoría, un modo de ganarse la vida. Organizaciones como Hetaira o Anela reivindican los derechos de las prostitutas, algo que no resulta fácil de entender. ¿Se reivindican los derechos de ese 5% (que lo hacen voluntariamente), o se pretende que, haciéndonos cargo de una situación de explotación, se favorezca que ésta sea lo más sana posible?
Rosa Puga Davila
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