El próximo18 de diciembre se celebra el 75 aniversario de la primera fundación española de Carmelitas descalzas en lejanas tierras de misión. La expedición partió del Carmelo de Santa Teresa de la calle Ponzano 79, en el corazón de Madrid, rumbo a Jesselton, hoy Kora Kinabalu, en la isla de Borneo, Malasia. La travesía en barco, en aquel duro invierno de 1930, suponía más de 40 días hasta desembarcar en las costas del Pacífico. Sólo el celo por la extensión del reino de Cristo y la salvación de ...
El próximo18 de diciembre se celebra el 75 aniversario de la primera fundación española de Carmelitas descalzas en lejanas tierras de misión. La expedición partió del Carmelo de Santa Teresa de la calle Ponzano 79, en el corazón de Madrid, rumbo a Jesselton, hoy Kora Kinabalu, en la isla de Borneo, Malasia. La travesía en barco, en aquel duro invierno de 1930, suponía más de 40 días hasta desembarcar en las costas del Pacífico. Sólo el celo por la extensión del reino de Cristo y la salvación de las almas movió la heroica gesta de aquellas siete carmelitas descalzas, que hoy recordamos llenas de gratitud.
¿Cómo surgió la idea de aquella primera fundación en tan lejanas tierras? El soplo del Espíritu Santo aleteaba suave sobre el convento de Ponzano en una mañana de febrero de 1930. Era la recreación de mediodía. La madre priora tocó la campanilla para leer un opúsculo de los benedictinos de Bélgica en el que daban cuenta del deseo del Santo Padre Pío XI de enviar Órdenes contemplativas a tierras de misión. Este deseo del Papa caló muy hondo en aquellas generosas almas jóvenes, que fueron sintiendo la llamada de Dios.
Al día siguiente, la hermana Mariana de los Ángeles –que murió en olor de santidad en Borneo, unos años después de la fundación– se acercó a la celda de la madre priora para ofrecerse a ir. Así fueron pasando por su celda hasta seis hermanas jóvenes. La más joven del grupo, hermana Concepción, entró al Carmelo para ser carmelita descalza misionera; entonces le dijeron que aquello era imposible. Pero cuando surgió la fundación, pidió ir también, y sus superiores vieron en ello la voluntad de Dios y la dejaron marchar, a pesar de ser una novicia de 20 años, que aún no había pronunciado sus votos. Más tarde sería la fundadora del Carmelo de Guam.
La maestra de novicias, madre Josefina, reacia a nuevas fundaciones, venciendo su resistencia natural, se ofreció a acompañar a las seis hermanas jóvenes, y encabezó así la expedición, a pesar de su delicada salud. No menos heroicas fueron las que quedaron en Madrid, pues meses después fue instaurada la República. Y en plena guerra civil, el convento de Ponzano fue incendiado, y las monjas llevadas prisioneras a una checa.
Nuestras misioneras, después de encomendarse al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles, marcharon hacia Barcelona, de donde partió, el 6 de noviembre, el vapor que las llevaría a Borneo. En la cubierta del barco, se despidieron para siempre de sus familias. ¡Sólo por Dios hacían el sacrificio! Otros horizontes se abrían ante sus ojos y las impulsaban a desgastar su vida con el celo de san Francisco Javier y santa Teresita en sus almas.
Algunas anécdotas del viaje han llegado a nosotras con gracejo teresiano. Como aquel misionero que se acercó a las carmelitas con siete vasitos de agua de limón para apagar su sed, que, aumentada por gruesos hábitos, las abrasaba al bordear el interminable desierto de Arabia. En aquel gesto vieron la ternura de Dios, que cuida con infinito amor de sus hijos. Ya poco antes de entrar en el Canal de Suez, les dijeron que a lo lejos divisarían un faro donde se alza el monte Carmelo. Vueltas hacia aquel faro, en medio del mar, entonaron con toda el alma la Salve a la que es Reina y Hermosura del Carmelo, Stella Maris, dulce estrella del mar.
Finalmente, el 18 de diciembre de 1930, fiesta de Nuestra Señora de la Esperanza, arribaron a Jesselton. A la Virgen Santísima dedicaron el nuevo palomarcico, conocido aún hoy por sus sencillas gentes como el Carmelo de Nuestra Señora y Santa Teresita del Niño Jesús, que había sido canonizada cinco años antes. El Prefecto apostólico en Borneo, monseñor Wachter, salió a recibirlas junto con las hermanas del colegio de la misión, y todos los fieles católicos, que, en medio de un silencio conmovedor en aquel montecillo de la Virgen, se acercaban para besar respetuosos sus manos, diciendo, con lágrimas en los ojos: «¡Gracias, las estábamos esperando!», mientras las niñas del colegio aclamaban a coro: «¡Son todas iguales a santa Teresita!» Algunas de ellas llenarían pronto el convento, por lo que tres nuevos Carmelos se fundaron en Kuching, Guam y Miri. En 1954 partió del Carmelo de Ponzano una segunda expedición, para reforzar la fundación de Kuching, que necesitaba ayuda española. Hoy estos palomarcicos son como cuatro perlas en el azul del Pacífico, donde se alaba a Dios, implorando en silencio por la salvación de las almas.
Hoy más que nunca, la vida de nuestras amadas hermanas resuena como un clamor de esperanza en la noche de nuestro tiempo. Hoy, que se quiere borrar a Dios de nuestras calles, de nuestras familias, de nuestras escuelas, su testimonio callado se eleva a Dios como suave aroma que atrae gracias sobre su Iglesia. Hoy, que nuestro Papa Benedicto XVI nos llama a dar testimonio público de nuestra fe en un mundo que adolece de desesperanza, nuestras hermanas nos recuerdan con su heroico testimonio lo que nuestro amado Juan Pablo II nos decía en Cuatro Vientos: hoy, como siempre, «¡vale la pena dar la vida por Jesucristo!»
Carmelitas descalzas de Santa Teresa
Fidelidad
Me llamo Isabel. Este año, Juan y yo hemos celebrado nuestras Bodas de Oro. Cuando nos casamos, pusimos nuestro matrimonio bajo la protección de la Santísima Virgen. Le prometimos que intentaríamos rezarle el Rosario todos los días. Empezamos el mismo día de la boda. Ahí está el éxito de nuestra fidelidad.
Dios nos ha bendecido con seis hijos, y uno de ellos es sacerdote. En la misa que celebró mi hijo el día del aniversario, en la homilía, decía que sus padres eran totalmente distintos: a una le gustaba salir; al otro, no; a una le gustaba acostarse pronto; al otro, no; pero había una cosa que les unía: iban a misa todos los días y rezaban juntos.
Como en todos los matrimonios, hemos tenido momentos amargos y problemas económicos grandísimos, pero, cuando tienes fe y sabes que Dios está contigo, ves pasar tu vida con alegría. Yo les pido a los matrimonios que tienen problemas de convivencia, que acudan a la Santísima Virgen. Dios nos la dejó por madre, y está esperando que le pidamos ayuda.
Isabel Muñoz Muñoz
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