Durante mucho tiempo se nos ha reprochado a los cristianos la desvinculación de este mundo, motivada –según estas voces– por nuestra esperanza en la vida eterna. Monseñor Antonio Ceballos, obispo de Cádiz y Ceuta, dice, en su carta escrita con motivo del Adviento, que el marxismo acusó a los cristianos de «que una espera muy viva del Señor había de hacernos muy despreocupados por los asuntos de nuestro mundo», pero explica que se trataba de una acusación falsa, porque, «para el cristiano, el tie...
Durante mucho tiempo se nos ha reprochado a los cristianos la desvinculación de este mundo, motivada –según estas voces– por nuestra esperanza en la vida eterna. Monseñor Antonio Ceballos, obispo de Cádiz y Ceuta, dice, en su carta escrita con motivo del Adviento, que el marxismo acusó a los cristianos de «que una espera muy viva del Señor había de hacernos muy despreocupados por los asuntos de nuestro mundo», pero explica que se trataba de una acusación falsa, porque, «para el cristiano, el tiempo que vive a la espera del Señor tiene un valor incalculable, no se repetirá, y es tiempo de salvación. Lo que hagamos a favor de la justicia, la paz, el amor de este precioso tiempo, quedará recogido y transfigurado en el mundo venidero».
Hoy escuchamos del laicismo la acusación contraria, se censura nuestra actuación pública y se nos pide que nos recluyamos en las sacristías, en la conciencia, en el armario. ¿Quién entiende a estos no cristianos? Resulta que ahora queremos comprometernos tanto, que se sienten agobiados por nuestra presencia. Sinceramente, no es para tanto.
Es curioso que los nacionalistas, los comunistas, los ecologistas, los feministas, los homosexuales, los laicistas…, todo el elenco que se nos pueda ocurrir, excepto los cristianos, tengan derecho a ejercer algún tipo de influencia en la vida pública. ¿Por qué nosotros no? ¿Es nuestra influencia perniciosa? Tal vez sea necesario recordar que somos personas libres como ellos, ciudadanos como ellos, y que, a diferencia de algunas de sus propuestas, la nuestra busca sólo el bien común. El único mensaje que el cristianismo quiere llevar a la sociedad es el que nos dejó nuestro Maestro: «Amaos unos a otros como Yo os he amado». Seguimos una religión basada en el amor, que exige incluso amar a los enemigos. ¿Alguien ve en esto un peligro? ¿No ha producido ese amor un sinfín de obras a favor de los más necesitados? ¿Qué Ministerio de Asuntos Sociales sabe hacer esto mejor? Los cristianos no somos funcionarios, no nos pagan por amar.
Sin embargo, en ocasiones, somos los propios cristianos los que, pudiendo influir en el bien de la sociedad, evitamos hacerlo. Es hora de superar todos los complejos y miedos, la hora lo exige. ¿No vemos a nuestros hermanos agonizando espiritualmente? ¿No nos damos cuenta de que la Luz que puede alumbrarlos no ha de permanecer bajo el celemín? Tenemos una Buena Noticia que dar, y se nos pedirá cuentas si no lo hacemos. Los hombres no pueden esperar más para recibir el anuncio de la salvación; tenemos que decirles que son amados, que tienen en la Iglesia una familia donde nadie se siente solo, donde todos son acogidos por lo que son y no por lo que hacen. Tenemos que decirles que no nos importan sus éxitos o fracasos, sino sus vidas, ellos mismos. La única influencia que no podemos dejar de ejercer sobre ellos es la del amor. Nadie nos lo puede impedir.
Dora Rivas
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