El autor, Premio Cervantes 2002, publica la novela «Las gallinas del licenciado», un homenaje al creador de «El Quijote»
Javier Ors, Madrid- Hay quien refiere el suceso de ciertas gallinas «constatinopolitanas» que no cacareaban como cacarean las gallinas comunes, las gallinas que cualquiera puede ver en los corrales de La Mancha, León o Andalucía. Ellas cacareaban en griego que, aparte de asombroso, muestra un alto grado de refinamiento y cultura, y unas dotes para la oratoria que no poseen siempre los hombres. Una condición que convenció a don Juan Palacios, licenciado, para comprarlas como regalo a su protegida, Doña Catalina, dispuesta para el matrimonio con un novio que, como todo novio, malgasta el tiempo. Éste en prosas, versos y otras épicas, como esa de Lepanto, y que por nombre respondía al poco esperanzador de Miguel de Cervantes. Con este argumento bizantino, picaresco y castellano, José Jiménez Lozano borda su última novela, «Las gallinas del licenciado» (Seix Barral), y demuestra su admiración por ese ingenio de malvivir que escribió «El Quijote». Hombre polifacético, que ha cultivado con amplitud géneros dispares como la novela, el ensayo y la poesía, Jiménez Lozano ha demostrado ser algo más que un narrador. Es un humanista preocupado por la educación, la Historia, la convivencia, el respeto a los demás y que no se amilana ante una política omnívora que desbasta la libertad y el espíritu del hombre.
–Un claro homenaje a Cervantes.
–Sí, era el centenario de la publicación de «El Quijote», y he querido dejar esta novela para el final. La idea surgió hace dos años, a propósito de una anécdota sobre un recibo de unas gallinas que Santa Teresa firmó y que eran un regalo de la Duquesa de Alba. Me hizo gracia. La redacté luego en dos meses. Cuando una obra está clara no se tarda. Hay que dejarla después que duerma un tiempo y repasarla. Para que una obra sea espontánea hay que trabajar mucho el lenguaje que se emplea.
–A usted se le van los personajes o sabe qué van hacer a cada momento.
–En esto hay que ser como un amanuense. Hay que meterse en la obra lo mismo que en una lectura. No hay que distraerse y gobernar lo menos posible a los personajes. El carácter de una novela no es el de un personaje de teatro, en el que un avaro es un avaro. La escena es así porque tiene que representar un drama en dos horas. En una novela no pintas caracteres, sino personas, que son las que hay ante noso-tros, las que vemos habitualmente.
–Está preparando algo más...
–Unos cuentos y una novela. Los cuentos son más temáticos. Aunque hay una historia, lo importante es lo que hablan los hombres, mujeres y niños que aparecen. En «Los lobeznos» ya me refería a este sentimiento de perplejidad, de desistimiento, que existe a nuestro alrededor. Este sentido ético y esta socialización del cuerpo que presenciamos no creo que vaya a dar mucho más de sí.
Un imaginario vivido.–¿Qué ha supuesto para usted Cervantes?
–Con todos los libros mantengo una ligazón especial y con los de Cervantes, también. Llegué a él tempranamente. El imaginario popular que he vivido, y parte de las condiciones de esa sociedad, se parecía a ese tiempo. Más o menos, las personas de mi generación hemos conocido hidalgos. Guardo un especial cariño de las «Novelas ejemplares». Les tengo un particular afecto. Quizá porque fue lo primero que leíamos. Eran muy cercanas, aparte de hermosísimas. Después uno descubre su belleza literaria, claro. Y«El Persiles» me hacía soñar. Su relectura es como las magdalenas para Proust.
–¿Cómo ve el Centenario de «El Quijote»?
–Están bien las jornadas que se han celebradoa. Estos eventos tienen las mejores intenciones, pero los casos particulares son mejores, como esos alumnos que han representado «El coloquio de los perros», pero hablando de asuntos actuales o ese congreso en La Mancha. Los estudiantes me han sorprendido. Han demostrado que hay cosas que entienden muy bien como lectores, y eso será lo que les acompañe.
–¿Se ha banalizado «El Quijote»?
–Se ha vulgarizado, pero eso siempre ocurre con todo lo que tocan los mass media. Hasta yo he procurado no leer mucho a Cervantes este año. Pero algo ha quedado de todas formas. Hay que hacer que los jóvenes comprendan que las cosas que aparecen en los libros están en la vida. Puede que se haya devaluado algo, pero también es cierto que a lo mejor muchas personas lo han encontrado así.
– ¿Cómo afecta la desaparición de la cultura tradicional para comprender «El Quijote»?
–Para la correcta apreciación hay que tener los conocimientos que unen el presente con el pasado. A los jóvenes de hoy les costará llegar más a «El Quijote». Pero cualquier novela nos exige el esfuerzo de sacarnos de la cotidianeidad y este esfuerzo es necesario en todo, tanto en un plano material como en el espiritual. Este conocimiento es el que da la cultura.
–Pero ahora los jóvenes no salen tan preparados de los colegios.
–Los jóvenes no lo hacen por su voluntad, sino por la nuestra. Si ellos no quieren saber nada y no tienen la intención de hacer ningún esfuerzo es como consecuencia de un proyecto cultural. Había unos valores, y no digo morales, que existían hasta hace poco, y en el que estaba sobreentendido el caldo de nuestra cultura y que nos ayudaba a comprender el pasado y el presente. Pero por razones políticas intencionadas se ha alterado eso y ahora surgen unas generaciones orgullosas de no saber nada y que no pretenden aprender nada. Es una crisis cultural europea que habrá que ver cómo termina. Todas las personas se forman de una manera oral, pero esto se ha destrozado, y, claro, los chicos tienen que adaptarse a lo que hay. Y no ven ninguna razón para leer.
–Es un problema político.
–Lo político ha invadido todo: alma, razón, sensibilidad, arte. Todo se ha quedado en una cuestión política. Y eso conduce al totalitarismo. La gente cree que las situaciones amargas se van a solucionar, solamente, con un grupo de hombres votando. La filosofía, el arte, la religión puede que no solucionen nada, pero sí que influyen por dentro de las personas. Pero, ahora, cualquier obra de arte u obra literaria conlleva un juicio político.
–No le gusta la política.
–La política no puede resolver los problemas profundamente humanos. Las cosas materiales las resuelve la ciencia, para las espirituales no hay todavía ninguna fórmula mágica. Si creemos siempre en un político terminaremos siendo habitantes de una granja feliz, pero sólo seremos habitantes de una granja.
Hacia el analfabetismo. –A esto hay que añadir la degradación de la educación de la que hablábamos.
–Si al hombre se le roba su cultura y su lenguaje se le puede cambiar y engañar. Al margen de cualquier ideología, no tiene sentido que un partido no desee lo mejor para sus hijos. La escuela está para instruir, y no para educar, como dicen algunos, que eso hay que hacerlo en el seno de una familia, en el grupo donde creces y en el contexto del país en el que vives. Y por eso no veo la razón para dejar al hombre tan desvalido. Nadie es más que nadie porque sea un sabio. La dignidad de la persona no está en el saber, pero tiene bastante sentido trabajar y estudiar. Es algo que tenemos que hacer, y no hay sanciones para que no lo hagamos.
–¿Se ha bajado demasiado el nivel?
–Se ha dicho, los pobres y desfavorecidos son idiotas, hay que rebajar el nivel. En mi época, las familias acomodadas iban al colegio público. La enseñanza privada existía y era más tolerante. Pero se entendía que una persona debía probarse a sí misma, por una cuestión de orgullo, para ser mejor, y ser exigente con uno. Pero estas actitudes se han perdido y al alumno actual se le premia igualmente consiga lo que consiga. Nosotros teníamos respeto a los profesores. Si uno no aspiraba a la pretensión de ser como el profesor como mínimo es que no aspiraba a nada. Pero la filosofía actual está fuera de esto. Producimos hornadas de estudiantes que no saben nada.
–¿Y las consecuencias?
–Una educación de base que no sabe aplicar diferencias entre lo que es bueno y lo que es malo, y, claro, el analfabetismo. Eso se puede ver ya: ha cambiado el sentido de la ironía. No puedes decir a una persona nada con un doble sentido que lleve algo de humor porque la gente se enfada. Antes no sucedía esto, ni siquiera nos exigían leer, porque se daba por sobreentendido que nos interesaba. En la escuela ahora están saliendo, desde el punto de vista humano, personas vacías, y con las categorías que ven en la televisión. Adoptan esas banalidades porque los estudiantes no tienen otra información y tengo la sensación que hasta les da igual. Y a este tipo de hombres se les puede llevar cualquier flautista de Hamelin que aparezca porque no tienen información de la vida ni pueden enjuiciar los hechos. Un ejemplo: ¿Cómo pueden entender la poesía si no tienen ni del poder simbólico de las palabras? Terminará perdiéndose. Estas cosas no darán un hombre nuevo, sino acémilas. Las cuentas para pedirles perdón vendrán luego. Ahora no se dan cuenta porque son jóvenes, pero cuanto tengan treinta años serán conscientes de todo. Y se llevarán la gran sorpresa al darse cuenta de que no saben nada.
–En este contexto hay que enmarcar el futuro de España, con todos sus retos
–Todos somos hijos de 30 siglos de historia y de cultura. Venimos de una comunidad de dentro de Europa y que nos ha hecho tal como somos, pero en la actualidad puede ocurrir cualquier cosa. Si pensamos en los nacionalismos... ¿quién va a ganar o quién va a perder? Pues vamos a perder todos. Se ha llegado a un nivel de necedad que cuando alguien pronuncia la palabra España parece que es franquista o que está afiliado a un partido. Mire, no podemos perder el sentido de la tierra de nuestros padres, porque es perderlo todo.
–En Francia se debate sobre Europa, y aquí aún nos planteamos el problema de España.
–En España esto es un problema perpetuo, algo que nunca termina. España como problema, España sin problema; la España de Madariaga, la España de Sánchez Albornoz, es algo desde la misma existencia del país. En Europa se ha superado esto, pero aquí, no. A veces, incluso, cuando escucho el lenguaje de algunos políticos recuerdo a los jacobinos del siglo XIX. Ahora, un conjunto de amigos quieren hacer una nación, que no parece mal como idea, pero, hombre, una nación es algo más, y creo que hay que mirar que a lo mejor no es tan bueno. Algo así sucede con este laicismo. Nosotros pertenecemos a una cultura cristiana, y eso hay que tenerlo en cuenta. Pero parece que a algunos les gustaría derribar hasta las viejas catedrales de las ciudades. Es sobrecogedor.
–Cuál es la repercusión en nuestros valores.
–Las condiciones nos son fáciles hoy. La incidencia de la modernidad ha implicado dese-char todo lo antiguo y eso dio pie a una revolución en un sentido moral. La palabra invitaba a la reflexión; la imagen, no. Ahora la ambición de la gente es no tener ninguna ley. Y, claro, ocurre algo y no pasa nada. La libertad es vivir según unas leyes humanas o divinas. Ahora no hay ley que nos constriña. Y esto es espantoso. Se está llegando a una anomia pura.
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