Hace cincuenta años contraían matrimonio en Magenta (Italia) Pietro Molla y Gianna Beretta. Años más tarde, ella dio su vida para que pudiese nacer la niña que llevaba en su seno; Juan Pablo II la proclamó santa el 16 de mayo de 2004. Hoy celebrarían sus Bodas de Oro, ocasión para la que Pietro ha escrito el siguiente testimonio, recogido en Avvenire
Han pasado cincuenta años desde aquella mañana del 24 de septiembre de 1955, el día de nuestra boda. Siento todavía hoy la conmoción indec...
Hace cincuenta años contraían matrimonio en Magenta (Italia) Pietro Molla y Gianna Beretta. Años más tarde, ella dio su vida para que pudiese nacer la niña que llevaba en su seno; Juan Pablo II la proclamó santa el 16 de mayo de 2004. Hoy celebrarían sus Bodas de Oro, ocasión para la que Pietro ha escrito el siguiente testimonio, recogido en Avvenire
Han pasado cincuenta años desde aquella mañana del 24 de septiembre de 1955, el día de nuestra boda. Siento todavía hoy la conmoción indecible que me produjo el improvisado aplauso que recibió a mi amadísima Gianna desde el momento en que entró en la iglesia hasta que llegó al altar, acompañada de su hermano mayor, Francesco. Una gracia más grande y más deseada no podía hacerme la Mamá del cielo, la invocada Madre del Buen Consejo. Fue Gianna en persona la que eligió los claveles blancos que adornaron la basílica; y, al término de la ceremonia, donó su ramo ante el altar de la Virgen, de la que era tan devota. Don Giuseppe, hermano de Gianna, fue quien bendijo nuestro enlace, y recuerdo de modo particular cómo nos exhortó afectuosamente al testimonio del Evangelio y la santidad, bajo el admirable ejemplo de los santos progenitores.
Aquella mañana comenzó para nosotros la plenitud de una vida nueva: toda una sucesión de días vividos con una alegría inefable, con nuestros maravillosos hijos, de serenidad luminosa, de temores y de sufrimiento, hasta la mañana de aquel sábado 28 de abril de 1962 en que vi a Gianna partir hacia el cielo, alcanzando la cumbre del amor más grande que Jesús nos ha indicado. Pero el Señor, en su infinita bondad y misericordia, nos ha bendecido nuevamente, con una don y una gracia sigularísimos e inconmensurables: nos ha re-donado una esposa y una mamá santa, para nuestros hijos y para el mundo entero. Muchas veces digo que no me bastará la eternidad para agradecer al Señor el singularísimo regalo que me ha hecho, entre los tantísimos dones que de Él he recibido, y continúo recibiendo a lo largo de mi ya larga vida. Ahora, teniéndola siempre presente, me arrodillo delante de Gianna, mi santa esposa, y me acojo a su oración y a su intercesión. Ruego a mi amadísima Gianna que me ayude a ser lo más digno posible de ella, en la gozosa esperanza de poder abrazarla de nuevo en el Paraíso.
Pietro Molla
Una mujer normal
La imagen que traza Pietro Molla de su mujer, Gianna Beretta, en el libro de Antonio Sicari Retratos de santos (ed. Encuentro) es la de una mujer muy cercana: «Gianna era una mujer espléndida, pero absolutamente normal. Era bonita, inteligente, buena. Le gustaba sonreír. Era también una mujer moderna, elegante. Conducía, le gustaba la montaña y esquiaba muy bien. Le gustaban las flores y la música. Durante muchos años estuvimos abonados a los conciertos del Conservatorio de Milán. Le gustaba viajar (…) Eras para mí, cada día más, la maravillosa criatura que me transmitía su alegría de vivir, la alegría de nuestra nueva familia ya próxima, el gozo de la gracia de Dios. En todas las circunstancias buscabas siempre la voluntad del Señor y te confiabas a ella. Todos los días dedicabas un tiempo a la oración y a la meditación, a tu conversación con Dios, a tu acción de gracias por nuestros hijos. Eras muy feliz».
Ya decía santa Teresa de Jesús que un santo triste es un triste santo; y Juan Pablo II recordó en nuestro país que «se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». Al quedarse embarazada de su cuarto hijo, le sobrevinieron varias complicaciones que la hicieron decidir arriesgar su vida para salvar a la de la pequeña Juana Manuela. Su muerte fue una muestra de que la santidad no se improvisa, y de que la alegría acompaña a los que desean el cielo. Tres días antes de morir, despertando de un coma, decía a su marido: «Pietro, estoy curada. Estaba ya allí. ¡Si supieses lo que he visto!»
Juan Luis Vázquez
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