Discurso a los participantes en la Conferencia sobre el genoma humano celebrada en el Vaticano
CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 21 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este sábado a los participantes en la vigésima Conferencia Internacional promovida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud sobre el tema: «El genoma humano».
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Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
ilustres señoras y señores:
Dirijo a todos mi cordial saludo, agradeciendo en particular al señor cardenal Javier Lozano Barragán las gentiles palabras de saludo expresadas en nombre de los presentes. Saludo de manera especial a los obispos y sacerdotes que participan en esta conferencia, al igual que a los relatores, que en estos días han ofrecido una contribución cualificada sobre los problemas afrontados: sus reflexiones y sugerencias serán objeto de atenta evaluación por parte de las competentes instancias eclesiales.
Poniéndome en la perspectiva pastoral propia del Consejo Pontificio que ha organizado esta conferencia, me gusta constatar que hoy, sobre todo en el ámbito de las nuevas aportaciones de la ciencia médica, se ofrece a la Iglesia una ulterior posibilidad de desarrollar una preciosa obra de iluminación de las conciencias para que todo nuevo descubrimiento científico pueda servir al bien integral de la persona, en el constante respeto de su dignidad. Al subrayar la importancia de esta tarea pastoral, quisiera pronunciar ante todo una palabra de aliento a quien se encarga de promoverla. El mundo actual está marcado por el proceso de secularización que, a través de complejas vicisitudes culturales y sociales, no sólo ha reivindicado una justa autonomía de la ciencia y de la organización social, sino que con frecuencia ha cancelado el vínculo de las realidades temporales con su Creador, llegando incluso a descuidar la salvaguardia de la dignidad trascendente del ser humano y el respeto de su misma vida. Hoy, sin embargo, la secularización, en la forma del secularismo radical, no satisface a los espíritus más conscientes y atentos. Esto significa que se abren espacios posibles y quizás nuevos para un diálogo fecundo con la sociedad y no sólo con los fieles, especialmente sobre temas importantes, como los que afectan a la vida.
Esto es posible porque en las poblaciones de larga tradición cristiana permanecen todavía semillas de humanismo que no han sido tocadas por las disputas de la filosofía nihilista, semillas que tienden a reforzarse en la medida en que los desafíos se hacen más graves. De hecho, el creyente sabe que el Evangelio está en sintonía intrínseca con los valores inscritos en la naturaleza humana. La imagen de Dios está tan profundamente impresa en el espíritu del hombre que con gran dificultad la voz de la conciencia puede ser totalmente acallada. Con la parábola del sembrador, Jesús nos recuerda en el Evangelio que siempre hay terreno bueno en el que la semilla penetra, germina y da fruto. Incluso hombres que ya no se reconocen como miembros de la Iglesia o que han perdido incluso la luz de la fe siguen prestando atención a los valores humanos y a las contribuciones positivas que el Evangelio puede ofrecer al bien personal y social.
Es fácil darse cuenta de esto sobre todo al reflexionar sobre el objeto de vuestra conferencia: los hombres de nuestro tiempo, sensibilizados por las terribles vicisitudes que han cubierto de luto el siglo XX y el mismo inicio de éste, son capaces de comprender que la dignidad del hombre no se identifica con los genes de su ADN y que no disminuye con la eventual presencia de diversidades físicas o de defectos genéticos. El principio de la «no discriminación» en virtud de factores físicos o genéticos ha entrado profundamente en las conciencias y está enunciado formalmente en las Cartas sobre los derechos del hombre. Este principio tiene su fundamento más auténtico en la dignidad propia de cada ser humano por el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios (Cf. Génesis 1, 26).
El análisis sereno de los datos científicos, por otra parte, lleva a reconocer la presencia de esta dignidad en toda fase de la vida humana, comenzando por el primer momento de la fecundación. La Iglesia anuncia y propone estas verdades no sólo con la autoridad del Evangelio, sino también con la fuerza que deriva de la razón, y precisamente por este motivo siente el deber de interpelar a cada hombre de buena voluntad con la certeza de que la acogida de estas verdades necesariamente beneficiará a los individuos y a la sociedad. Es necesario, de hecho, defenderse de los riesgos de una ciencia y de una tecnología que se consideren completamente autónomas de las normas morales inscritas en la naturaleza del ser humano.
En la Iglesia, no faltan organismos profesionales y academias capaces de evaluar las novedades en el ámbito científico, en particular, en el mundo de la biomedicina; están además los organismos doctrinales específicamente encargados de definir los valores morales que hay que salvaguardar y de formular las normas exigidas para su eficaz tutela; por último, hay dicasterios pastorales, como el Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios, a los que les corresponde elaborar las metodologías oportunas para asegurar una incisiva presencia de la Iglesia a nivel pastoral. Esta tercera dimensión no es sólo preciosa para una humanización cada vez más adecuada de la medicina, sino también para asegurar una respuesta eficaz a las expectativas de una eficaz ayuda espiritual por parte de las diferentes personas. Es necesario, por tanto, dar un nuevo empuje a la pastoral de la salud. Esto implica una renovación y una profundización en la propuesta pastoral misma, que tenga en cuenta el crecimiento de los conocimientos difundidos por los medios de comunicación en la sociedad y el más elevado nivel de educación de las personas a las que se dirige. No se puede olvidar que, cada vez con más frecuencia, no sólo los legisladores sino los mismos ciudadanos están llamados a expresar su pensamiento sobre problemas científicamente cualificados y difíciles. Si falta una educación adecuada o una formación adecuada de las conciencias, pueden prevalecer con frecuencia, en la orientación de la opinión pública, falsos valores o informaciones desviadas.
Esta es la tarea imprescindible de una pastoral actualizada de la salud: adecuar la formación de los pastores y de los educadores para hacer que sean capaces de asumir las propias responsabilidades coherentemente con la propia fe y, al mismo tiempo, en diálogo respetuoso y leal con los no creyentes. En particular, en el campo de la aplicación de la genética, a las familias les pueden faltar hoy informaciones adecuadas y experimentar dificultades para mantener la autonomía moral necesaria para ser fieles a sus propias opciones de vida. En este sector, por tanto, se necesita una formación de las conciencias profunda y clara. Los actuales descubrimientos científicos afectan a la vida de las familias, comprometiéndolas en opciones imprevistas y delicadas, que es necesario afrontar con responsabilidad. Esto permite entrever hasta qué punto la gestión de este sector de compromiso es tan compleja y exigente.
Ante estas exigencias aumentadas de la pastoral, la Iglesia sigue confiando en la luz del Evangelio y en la fuerza de la Gracia, exhorta a los responsables a estudiar la metodología adecuada para ayudar a las personas, a las familias y a la sociedad, armonizando fidelidad y diálogo, profundización teológica y capacidad de mediación. Para ello, cuenta en particular con la contribución de quienes se preocupan por los valores sobre los que se rige la convivencia, como vosotros, que estáis aquí reunidos para participar en esta conferencia internacional. Aprovecho con gusto esta circunstancia para expresar a todos mi aprecio agradecido por la contribución ofrecida a un sector tan importante para el futuro de la humanidad. Con estos sentimientos, invoco del Señor abundantes luces sobre vuestro trabajo y, como testimonio de estima y de afecto, imparto a todos una especial Bendición.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
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