Recogemos, por su conmovedor interés, este testimonio, publicado en el número de este mes de la revista Mundo Negro, de los misioneros combonianos
Señoras y señores de la sociedad española: me obligan a regresar a la fuerza al país de donde he venido. No me ha dado tiempo a decirles lo que me ha empujado a emprender este largo y penoso viaje, durante el cual han muerto muchos de mis compañeros de infortunio. Pensaba contárselo en persona, una persona que muestra sobre sí los rastros de ...
Recogemos, por su conmovedor interés, este testimonio, publicado en el número de este mes de la revista Mundo Negro, de los misioneros combonianos
Señoras y señores de la sociedad española: me obligan a regresar a la fuerza al país de donde he venido. No me ha dado tiempo a decirles lo que me ha empujado a emprender este largo y penoso viaje, durante el cual han muerto muchos de mis compañeros de infortunio. Pensaba contárselo en persona, una persona que muestra sobre sí los rastros de los malos tratos y de los sufrimientos de un pueblo oprimido y explotado. Pero este muro que ha sido levantado entre ustedes y yo hace imposible cualquier encuentro verdaderamente humano entre nosotros y nos obliga a mirarnos desde lejos como el perro y el gato, aunque todos somos ciudadanos del mismo mundo.
Este muro de separación en forma de alambrada que ahora separa África de Europa simboliza la falsedad de la relación que han creado nuestros gobernantes entre el Norte y el Sur. Este muro de separación refleja esta falsa relación en la que las materias primas que vienen del Sur y los productos acabados del Norte, entre ellos las armas, pueden circular, pero no los hombres.
En nuestras tierras las multinacionales siembran la muerte y el desarraigo y quieren crear un campo de ruinas en el que sólo haya materias primas, bosques y animales salvajes, para el placer de los turistas. Es el único medio que me queda para que sepan todo lo que sufrimos en África y las causas que producen estos sufrimientos. Sé que los medios de comunicación quizás no se harán eco de mi voz, ni los políticos hablarán en sus reuniones sobre los derechos humanos, porque, en el fondo, mi vida y la de los pobres del mundo no cuentan para ellos.
Soy africano. Vengo de un país empobrecido, un país que ha sido saqueado por las multinacionales occidentales desde hace varios siglos y que ha sufrido guerras atroces, a menudo presentadas como guerras civiles; pero, en el fondo, son guerras económicas montadas con el único objetivo de saquear nuestros países y enriquecerse, al igual que los dirigentes africanos, desgraciadamente al precio de la muerte de millones de mis hermanos y hermanas.
¿De verdad no podemos construir otro mundo en el que cada persona pueda vivir en paz? Somos víctimas de un empobrecimiento continuo, organizado desde Occidente, y ejecutado a menudo por medio de nuestros propios dirigentes al servicio de las multinacionales. Son estas guerras de las que yo huyo, y de la miseria que han engendrado en mi país. Quiero sobrevivir y ayudar a mi familia, que se ha quedado en África. No quiero morir como una rata atrapada en un incendio.
Lo que deberíamos comer, lo que debería ayudarnos a desarrollar nuestros países, va a Occidente, bien para pagar las deudas que no hemos contraído nunca, bien para comprar armas que nos matan y nos amputan los miembros.
Por eso, nos encontramos en una situación tal que no podemos ni cultivar nuestros campos, ni dormir tranquilamente, ni pensar en el futuro de nuestros hijos y de nuestros hermanos. Todo lo que producen nuestros países sirve a los intereses de las multinacionales, apoyadas por los Gobiernos europeos y americanos y por nuestros propios Gobiernos, mientras nosotros nos morimos de hambre.
En nuestros países, la muerte se ha convertido en un hecho banal. Se ve morir de hambre a los niños día tras día de pequeñas enfermedades, que podrían curarse fácilmente con un poco de dinero… Como pueden imaginarse, es muy doloroso ver morir de hambres a un niño entre tus brazos, como me ha ocurrido a veces; o haber visto morir a mi padre de una malaria sin importancia, que se curaría con pocos medios en cualquier centro de salud. Ustedes ven hechos parecidos en la televisión; nosotros, por desgracia, nos codeamos con estos horrores todos los días, e incluso entre estas víctimas se encuentran nuestros propios familiares.
Me siento perdido; me siento inútil, inexistente, como si no tuviésemos ningún valor a los ojos de este mundo… Mientras tanto, pienso en mi país, en todas las riquezas naturales que tenemos. ¿Qué riquezas?, me pregunto. ¡Todo lo que hay en nuestros países no nos pertenece!
Díganme, señoras y señores de la sociedad española, ¿qué mal hemos hecho para merecer esta suerte?
Dios sabe que no soy ni un ladrón, ni un bandido; soy simplemente el grito de una víctima, que quiere vivir con el sudor de su frente. Quiero vivir y ayudar a vivir a mis hermanos. ¡Sólo pido eso!
Bashige Michel
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