El Diario Vasco (29-IX-2005)
A pesar de que el libro de Dan Brown es un puro disparate y una aberración desde todos los puntos de vista -artístico, histórico, etc.-, tendremos que soportar, como se sabe, su lanzamiento cinematográfico, a bombo y platillo, previsto para los meses de mayo o junio de 2006. Mientras haya tontos que paguen, habrá listos que se hagan ricos con la estulticia de los primeros. Bien está la fantasía y la ficción, pero no parece tolerable que se le ponga falsament...
El Diario Vasco (29-IX-2005)
A pesar de que el libro de Dan Brown es un puro disparate y una aberración desde todos los puntos de vista -artístico, histórico, etc.-, tendremos que soportar, como se sabe, su lanzamiento cinematográfico, a bombo y platillo, previsto para los meses de mayo o junio de 2006. Mientras haya tontos que paguen, habrá listos que se hagan ricos con la estulticia de los primeros. Bien está la fantasía y la ficción, pero no parece tolerable que se le ponga falsamente la etiqueta de "historia auténtica" a un producto que trabaja el morbo de modo parecido a la televisión basura: es una ofensa a la Historia, pero también a la Literatura y al Cine. Como ya se ha comentado en otros artículos de este Blog, sí hay que reconocer al libro de Brown haber logrado un récord muy singular, por inusual: ningún crítico literario de prestigio de Estados Unidos, de Inglaterra, Francia o España lo ha valorado positivamente. La crítica culta ha sido universalmente demoledora. Sin duda, es un punto de esperanza.
Fantasías y elucubraciones disparatadas. Así resume el historiador Charles Nicholl las teorías desplegadas por Dan Brown en la novela "El código da Vinci", una historia de la que lleva vendidos varios millones de ejemplares en todo el mundo. «A Leonardo da Vinci nunca le interesaron los códigos secretos, ni las logias masónicas, ni tan siquiera tenía inquietudes religiosas; con Dios mantuvo una relación más bien tibia», afirmó Nicholl, autor de "Leonardo, el vuelo de la mente" (Taurus), una biografía de 699 páginas en la que ha invertido cinco años hasta poder culminarla. «He tratado de recuperar al ser humano que se escondía detrás del genio», dijo este historiador británico cuyo anterior trabajo, Rimbaud en África, alcanzó un notable éxito editorial. «De su obra se sabe mucho, pero de su alma no se sabe casi nada», resaltó.
Nicholl, quien actualmente reside en Italia, aborda las facetas de pintor, dibujante, inventor, anatomista, músico, tramoyista, ingeniero, cocinero y filósofo que fue Leonardo da Vinci (1472-1519). «Creo que su labor más destacada fue la de dibujante; ahí podemos admirar a un Leonardo que se expresa con inmediatez, con hondura, con verdad». De todas las especulaciones que se han hecho de su pintura, la más sugestiva, a su juicio, es la de Sigmund Freud. «A Leonardo le marcaron varios acontecimientos de su infancia y adolescencia: la frialdad de su padre, el haber nacido hijo ilegitimo, su inclinación homosexual, y también, aunque parezca una nimiedad, el hecho de ser zurdo». Nicholl aseguró que Freud manejó muy bien todos estos ingredientes. «A partir de un sueño que tuvo Leonardo montó una teoría sobre sus pulsiones sexuales y sus comportamientos afectivos que a la mayoría de los especialistas en la obra de este artista no nos ha resultado indiferentes».
«La androginia»
Todos los asertos del historiador británico se fundamentan en las más de 7.000 páginas manuscritas del artista toscano. «El cerebro de Leonardo se regía por criterios científicos, el mismo que me ha conducido a mí en esta biografía, aunque los resultados, supongo, hayan sido más pobres».
De la tan traída y debatida La última cena (centro de los enigmas de la novela de Dan Brown), no niega que haya algún rostro andrógino. «La androginia, es decir, muchachos con aspecto de muchachas, o viceversa, es una constante en el arte de Leonardo, y no hay más que detenerse en sus ángeles y en otras figuras para comprobarlo». «Pero -insistió- no hay nada enigmático ni cabalístico en ello; todo el arte universal es un juego de sugerencias, y los juegos de Leonardo da Vinci no iban a ser menos».
Tomás García Yebra