Zenit (1-X-2005).
Los críticos continúan atacando el rechazo católico a aceptar el uso del preservativo al tratar el problema del Sida. Entre los últimos ataques está la revista médica The Lancet. «La Fe parece presentar obstáculos insuperables a la prevención de la enfermedad», afirmaba un editorial del 12 de marzo. «En ningún otro tema es este problema tan agudo como en el VIH/Sida».
El editorial se mostraba muy crítico con el Papa Juan Pablo II por su oposición al uso del preservativo, acusándole de ignorar la historia africana, la cultura y las realidades de la vida diaria en el continente.
El 8 de mayo, el comentarista de la página editorial del New York Times, Nicholas Kristof, acusaba a la Iglesia del coste de cientos de miles de vidas debido a su rechazo a aceptar el uso del preservativo.
Kristof expresaba su esperanza de que el recientemente elegido Benedicto XVI no solamente cambiase la postura de la Iglesia respecto a este tema, sino que «animase al uso de preservativos», afirmando que sería una «elección valiente».
También ha atraído críticas la decisión del gobierno de Estados Unidos de limitar su financiación destinada a los preservativos. Según un reportaje del 30 de agosto en el periódico británico Guardian, Stephen Lewis, enviado especial del secretario general de la ONU para el VIH/Sida en África, afirmó que los recortes de Estados Unidos en la financiación estaban perjudicando a África. También describía cómo la administración Bush seguía en este tema una «política guiada por el dogma».
Y el New York Times una vez más entraba en materia, en un editorial del 4 de septiembre. El editorial defendía que, al limitar la disponibilidad de preservativos, se estaba poniendo en riesgo la reducción del Sida en Uganda.
No obstante, existen abundantes datos que muestran las graves limitaciones de confiar en los preservativos para resolver el problema del Sida. Una carta del bioético australiano Amin Abboud, publicada el 30 de julio en la British Medical Journal, observaba que cualquier cambio en la postura sobre los preservativos de la Iglesia católica sería en detrimento de África.
Según Abboud, un análisis estadístico de la situación en el continente muestra que cuanto mayor es el porcentaje de católicos en un país, menor es el nivel de VIH. «Si la Iglesia católica está promoviendo un mensaje sobre el VIH en dichos países», añadía, «parece que funciona».
Los datos de la Organización Mundial de la Salud ponen la cifra de infección de VIH en Swazilandia en un 42,6% de la población. Sólo el 5% de la población es católica. Y en Bostwana, donde el 37% de la población adulta está infectada de VIH, sólo el 4% de la población es católica. En Uganda, sin embargo, donde el 43% de la población es católica, la proporción de adultos infectados con VIH es del 4%.
Abboud comentaba que, desde la muerte de Juan Pablo II, ha habido una «campaña concertada... para atribuirle la responsabilidad por la muerte de muchos africanos». Pero, continuaba, «tales acusaciones deben apoyarse siempre con datos sólidos. No se ha presentado ninguno hasta ahora».
Un comentario, publicado el 27 de noviembre del año pasado en el Lancet, recogía el reconocimiento del valor de promover la abstinencia, en vez de sólo confiar en los preservativos. Escrito por un grupo de expertos médicos, y apoyado por una larga lista de expertos en cuidados sanitarios, el artículo observaba que cuando las campañas tienen como objetivo a la gente joven que no ha iniciado su actividad sexual, «la primera prioridad debería ser animarles a la abstinencia o al retraso en el comienzo de su actividad sexual, acentuando, por lo tanto, el evitar el riesgo como la mejor forma de prevenir el VIH y otras infecciones de transmisión sexual así como el embarazo indeseado».
El artículo apoyaba el uso del preservativo, pero también precisaba que incluso para quienes ya tienen una actividad sexual, «volver a la abstinencia o a ser mutuamente fieles con una pareja no infectada son las formas más efectivas de evitar la infección». Esto vale incluso para los adultos: «Cuando se tiene como objetivo a adultos sexualmente activos, la primera prioridad debería ser promover la fidelidad mutua con una pareja no infectada como la mejor forma de asegurar que se evita la infección de VIH», indicaba el artículo.
Este argumento se basa en sólidas evidencias médicas, precisaban los autores: «La experiencia de países donde ha descendido el VIH sugiere que la reducción de parejas es de una importancia epidemiológica central a la hora de lograr una reducción a gran escala en la incidencia del VIH, tanto en epidemias generalizadas como en las más concentradas».
Informaciones recientes sobre la situación en Uganda, que es citada con frecuencia como ejemplo de cómo los programas que defienden la abstinencia y la fidelidad a la pareja pueden reducir la incidencia del Sida, confirman la postura de quienes cuestionan confiar en los preservativos.
Un informe publicado el 13 de septiembre en Aidsmap, una página web del Reino Unido dedicaba a distribuir información sobre el Sida, resumía los resultados de un estudio publicado el 1 de septiembre en la Journal of Acquired Inmune Deficiency Syndromes.
El estudio demostraba que, aunque las campañas para distribuir y promover los preservativos en Uganda aumentaron, no llevaron a una utilización consecuente. Además, los hombres, objetivo de las campañas, «aumentaron el número de parejas sexuales y era algo menos probable que utilizaran preservativos con parejas sexuales ocasionales que el grupo de control».
Los resultados, reconocía Aidsmap, «planteas cuestiones incómodas sobre la base de evidencias que informa de la actual ortodoxia internacional sobre la prevención del VIH».
El estudio comparaba dos grupos de las comunidades urbanas pobres de Kampala. Otra conclusión fue que la «mayor disponibilidad de preservativos en Uganda ha tenido sólo un efecto modesto en su utilización».
Este último estudio confirma los argumentos de Edward Green, en su libro del 2003 «Rethinking AIDS Prevention» (Repensar la Prevención del Sida). Green es un científico investigador del Centro de Estudios de Población y Desarrollo de Harvard y miembro del comité consultivo sobre VIH/Sida del Presidente de Estados Unidos.
Green no tiene objeciones morales a los preservativos y, de hecho, en el pasado, trabajó con organizaciones que promueven los anticonceptivos y los programas de planificación familiar. No obstante, abriga serias dudas sobre la sabiduría de luchar contra el Sida confiando en la distribución de preservativos.
En África, repetidas encuestas de población muestran que el cambio de comportamiento más común, en respuesta a la difusión del Sida, es un aumento en la fidelidad a la propia pareja, la reducción de las parejas sexuales, y la abstinencia sexual. Cuando, junto a esta respuesta espontánea, se promueve este tipo de cambio a través de campañas, entonces construimos sobre lo que la gente hace de forma natural, defendía Green. Desafortunadamente, añadía, con demasiada frecuencia los expertos extranjeros llegan para imponer sólo campañas que ignoran los beneficios de los cambios de comportamiento, prefiriendo confiar en la distribución de preservativos.
Además, Green cita estudios que muestran que las campañas de promoción del preservativo no llevan a un uso consecuente a largo plazo. Y su uso inconsecuente se asocia a un mayor riesgo de enfermedades de transmisión sexual. De hecho, los países africanos con índices mayores de quienes usan preservativo y con preservativos disponibles, Zimbabwe y Bostwana, también encabezan la lista de mayores índices de infección de VIH.
Tampoco son infalibles los preservativos, especialmente los típicamente disponibles en los países africanos, observa Green. De hecho, son ampliamente considerados como uno de los métodos menos efectivos de anticoncepción, aunque, paradójicamente, son promovidos por los expertos como respuesta para prevenir el Sida. Esto no quiere decir, precisa Green, que el uso de preservativos cause el Sida, «sólo que los preservativos pueden dar a los hombres un cierto sentido de seguridad mayor del que garantiza la efectividad real de los preservativos».
Independientemente de estos debates, el nuevo Papa dio rápidamente una respuesta a quienes presionaban por cambios en la doctrina de la Iglesia. El 10 de junio, dirigiéndose a los obispos de un grupo de países del sur de África, Benedicto XVI les animaba a seguir apoyando la vida familiar y a ayudar a quienes sufren de Sida.
La Iglesia católica, comentaba el Pontífice, «ha estado siempre a la vanguardia tanto de la prevención como del tratamiento de esta enfermedad». Y, añadía: «La doctrina tradicional de la Iglesia ha demostrado ser el único camino a prueba de errores para prevenir la extensión del VIH/Sida».
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