Primera carta de su pontificado dedicada a los consagrados
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 30 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI considera que la clave para relanzar la vida consagrada a inicios de milenio debe ser el testimonio de los consagrados de una existencia evangélica, que no anteponga nada al amor de Cristo.
Este es el mensaje que el Papa ha expuesto en una carta enviada a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación vaticana de los Institutos d...
Primera carta de su pontificado dedicada a los consagrados
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 30 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI considera que la clave para relanzar la vida consagrada a inicios de milenio debe ser el testimonio de los consagrados de una existencia evangélica, que no anteponga nada al amor de Cristo.
Este es el mensaje que el Papa ha expuesto en una carta enviada a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación vaticana de los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, celebrada en el Vaticano entre el 26 y el 27 de septiembre.
La misiva era sumamente esperada pues es la primera intervención específica dedicada por el nuevo pontífice a la vida consagrada.
La asamblea, presidida por el arzobispo esloveno Franc Rodé, presidente de la Congregación, sirvió para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la promulgación del decreto conciliar «Perfectae caritatis» sobre la renovación de la vida religiosa.
Por este motivo, el pontífice recoge en su carta tres de las indicaciones fundamentales que dejó el Concilio Vaticano II a los religiosos y consagrados.
En primer lugar, afirmó, «no se puede lograr una auténtico relanzamiento de la vida religiosa si no es tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador y de fundadora».
Es lo que el Concilio definió «la suprema norma de vida religiosa», es decir, «el seguimiento de Cristo».
En segundo lugar, junto al Concilio, el obispo de Roma alentó a los consagrados a un «generoso y creativo don de sí a los hermanos, sin ceder nunca a la tentación de replegarse en sí mismos, sin conformarse con lo ya hecho, sin caer en el pesimismo y el cansancio».
«El fuego del amor, que el Espíritu infunde en los corazones lleva a interrogarse constantemente sobre las necesidades de la humanidad y sobre cómo responder a ellas, sabiendo que sólo quien reconoce y vive la primacía de Dios puede realmente responder a las auténticas necesidades del hombre, imagen de Dios», aseguró.
En tercer lugar, el Papa recomendó una «sincera vida de comunión, no sólo dentro de las diferentes fraternidades, sino con toda la Iglesia».
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