Agradecemos a Cristiandad la deferencia de poder ofrecer este extracto del libro, de George Weigel, Política sin Dios. Europa y América, el cubo y la catedral (Ed. Cristiandad). Este autor, conocido por ser el biógrafo de Juan Pablo II, analiza en este texto las ocho dimensiones de la animadversión actual al cristianismo.
Detengámonos un momento en el empleo provocativo que hace Weiler del térmmino cristofobia. Cuando afirma que la resistencia a reconocer las raíces cristianas del pre...
Agradecemos a Cristiandad la deferencia de poder ofrecer este extracto del libro, de George Weigel, Política sin Dios. Europa y América, el cubo y la catedral (Ed. Cristiandad). Este autor, conocido por ser el biógrafo de Juan Pablo II, analiza en este texto las ocho dimensiones de la animadversión actual al cristianismo.
Detengámonos un momento en el empleo provocativo que hace Weiler del térmmino cristofobia. Cuando afirma que la resistencia a reconocer las raíces cristianas del presente democrático de Europa es la expresión de una cristofobia, ¿qué quiere decir, exactamente? En realidad, hace referencia a ocho aspectos que, tomados en conjunto, constituyen una red ideológica que, en opinión del constitucionalista judío Joseph Weiler, hace virtualmente imposible percibir –y mucho menos reconocer– la posibilidad de que las ideas, la ética y la historia cristianas tengan alguna relación con una Europa comprometida con los derechos humanos, con la democracia y con el imperio de la ley.
El primer componente de esa cristofobia es la experiencia del Holocausto en el siglo XX, y la convicción que se tiene en círculos intelectuales y políticos europeos de que las atrocidades genocidas de la Shoá fueron consecuencia lógica del antijudaísmo cristiano que atraviesa la historia europea. Por consiguiente, una Europa que grita: «¡Nunca más!» ante la tragedia de Auschwitz y todas las otras, tiene que decir: «¡No!» a la posibilidad de que el cristianismo tenga algo que ver con una Europa tolerante.
El segundo elemento es lo que él llama mentalidad de 1968. La rebelión de los jóvenes contra la autoridad tradicional, que convirtió el año 1968 en un fenómeno de mayor calado en Europa que en Estados Unidos, continúa hoy, de una u otra manera, en los encanecidos veteranos de 1968, que ahora disfrutan de una buena posición en los Parlamentos europeos, en los Gobiernos, en las universidades, en los círculos literarios y en los medios de comunicación.
La caída del muro
El tercer componente de la cristofobia, según Weiler, está formado por un regreso ideológico y psicológico a la revolución de 1989 en Europa Central y Oriental. Fue ésta una revolución no violenta, que contribuyó a extender la democracia en Europa más que ningún otro fenómeno desde la derrota de Hitler, y fruto de una profunda y decisiva inspiración cristiana. Sus principales promotores, el Papa Juan Pablo II, luteranos de la antigua Alemania Oriental, cristianos checos de varias denominaciones, y católicos de Polonia y Checoslovaquia, trabajaron codo con codo con antiguos disidentes políticos para derrocar el antiguo régimen y reinstaurar la democracia en el imperio territorial de Stalin. En opinión de Weiler, (…) el choque con la sensibilidad de los promotores de la revuelta de 1968, muchos de los cuales no eran exactamente adictos a la causa anticomunista, fue bastante violento.
El cuarto elemento de la cristofobia europea contemporánea es más abiertamente político. Se manifestó en la continua quiebra del papel dominante que antaño habían desempeñado los partidos políticos cristianodemócratas en la Europa de la posguerra.
Derecha y cristianismo
El quinto elemento es la tendencia de Europa a encuadrar todas las realidades en categorías de derecha e izquierda, para luego identificar el cristianismo con la derecha, es decir, con un partido que la izquierda define como xenófobo, racista, intolerante, fanático, estrecho de miras, de corte nacionalista, y todo lo que Europa no debería ser.
La sexta fuente de la cristofobia europea contemporánea es, en opinión de Josef Weiler, el rechazo de la figura del Papa Juan Pablo II por parte de los secularistas y los católicos disidentes.
En séptimo lugar, la cristofobia en la Europa de hoy se alimenta de una visión distorsionada de la historia europea que (como sucede frecuentemente en Estados Unidos) carga el acento en las raíces de la Ilustración, que son las que alimentan el proyecto democrático y, al mismo tiempo, excluyen virtualmente las raíces históricas y culturales de la democracia en la Europa cristiana anterior a la Ilustración.
Finalmente, Weiler sugiere que los hijos de 1968, ahora en plena madurez y ya próximos a la jubilación, se sienten contrariados y confusos por el hecho de que, en muchos casos, sus hijos se han hecho cristianos. (…) Por mi parte, después de haber contemplado personalmente esa nueva floración durante el viaje de Juan Pablo II a París, en 1997, para participar en la Jornada Mundial de la Juventud, cuando prácticamente toda la Francia bien pensante se maravillaba de la masiva presencia de jóvenes católicos llegados de todas partes para celebrar en compañía de su héroe religioso su fe recién recuperada, me inclino a pensar que en este punto, igual que en los precedentes, Joseph Weiler está en lo cierto.
George Weigel
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