Levante, Valencia, 19-VIII-2005
No me importaría ser ligeramente provocador y hasta un poco incorrecto políticamente que, muchas veces, es la mejor manera de ser correcto. Comenzaría con una anécdota relativamente lejana en el tiempo. Surgió la posibilidad de que Pablo VI fuera a Compostela. El cardenal se dirigió a un alto gobernante -también gallego- para sugerirle arreglar el aeropuerto de Santiago. El dirigente, refiriéndose a esa presunta visita, y para eludir el gasto, respondió: ...
Levante, Valencia, 19-VIII-2005
No me importaría ser ligeramente provocador y hasta un poco incorrecto políticamente que, muchas veces, es la mejor manera de ser correcto. Comenzaría con una anécdota relativamente lejana en el tiempo. Surgió la posibilidad de que Pablo VI fuera a Compostela. El cardenal se dirigió a un alto gobernante -también gallego- para sugerirle arreglar el aeropuerto de Santiago. El dirigente, refiriéndose a esa presunta visita, y para eludir el gasto, respondió: «¿Y si no viene?». A lo que el cardenal replicó: «¿Y si viene?» Parece que se hizo la mejora propuesta.
Algo así, pero nada menos que infinitamente más, es la pregunta sobre Dios: ¿Y si existe? Porque nada es igual si se afirma o niega esa existencia. Queda, aparentemente, al margen la actitud agnóstica que lo pone entre paréntesis, sin entrar a decir si hay Dios o no. Sin embargo, el interrogante vital continúa igualmente sin resolver, y con él queda irresoluto el problema del hombre, su origen y su destino.
No es igual para cada persona, ni para la sociedad entera, que haya Dios o no. Por eso, a mi modo de ver, se juega con una trampa gravísima al pretender edificar las vidas de las gentes y las sociedades como si Dios no existiese e incluso contra Dios -eso es el laicismo- porque, vuelvo a la carga, si existe, todo es distinto. Laicismo y relativismo se dan la mano: vale todo con tal de que sea una demanda social, real o virtual, que convenga por las encuestas, que lo apruebe el gobierno de turno o sencillamente que se viva en el permisivismo. Vieja táctica de esconder la cabeza bajo el ala, que es un camino a ninguna parte. Si no hay verdades absolutas, todo es inconsistente.
La famosa frase de Dostoievski declarando que, si Dios no existe, vale todo, encierra una terrible realidad destructiva. La afirmación de Dios y de la verdad, por el contrario, va por otro lado: al contar con la realidad de la creación, mantiene que el hombre posee unas leyes de fabricación y uso, como las tiene el universo entero; y vulnerarlas es atentar contra la naturaleza humana. Así, por más que se diga que el aborto sólo afecta al que lo busca, y el divorcio al que lo pide, y el matrimonio homosexual al que lo contrae, no es cierto. Cuando la ley natural es maltratada, se daña a todos, del mismo modo que cuando hay corrupción económica -la limpieza en este campo también es ley natural- nos concierne a todos, y cuando hay adopciones poco naturales se afecta a los niños y a la sociedad entera que, de algún modo, forma un organismo solidario e indivisible. Eso debían saberlo muy bien quienes proclaman la solidaridad, y parecen estar muy de acuerdo con la Iglesia al referirse a la hipoteca social de la propiedad privada, porque no somos versos sueltos en ningún sentido. La famosa definición del hombre como animal social es algo más que una mera yuxtaposición de unos con otros o un agregado de intereses económicos.
Si Dios existe, no se puede justificar una ley, por ejemplo, interpretando la conocida construcción agustiniana de «ama y haz lo que quieras» como un ancha es Castilla, que supone, si se me permite la expresión, la más amplia libertad de catre. Pero hay más: ¿quién impide trasladar a otros campos el «haz lo que quieras?» Esta interpretación salvaje podría llevarse, por ejemplo, a la milicia, y esperar sólo unos meses para ver los resultados. Y luego a la judicatura, y a la banca, y a los mismos partidos políticos, etc. Sería una invitación al disparate y a la anarquía. Si Dios existe, no se puede legislar nada contra la verdad del hombre en temas tan importantes como la familia, la escuela, la libertad de expresión, ahogada por el pensamiento único y los poderes mediáticos al servicio de una sola idea; no se puede maltratar la libertad religiosa, aunque sea con presiones indirectas; no se puede legislar contra la vida, etc. Porque si existe, estamos jugando con fuego: es la persona humana y, con ella, la sociedad quienes se disuelven; son los legisladores los primeros damnificados con la falta de dignidad que esto supone y por el riesgo de abrir la puerta al tirano que se siente movido a actuar como un iluminado o un mesías, tal vez como esos legisladores. Siempre aparecen en épocas de corrupción -moral, política, económica, social, etc.-. Basta saber un poco de historia.
Si Dios existe, no se puede clamar -es otro ejemplo de la vida misma- que hoy día Jesús de Nazaret no preguntaría a nadie con quién se acuesta. Aparte de ser una grosería, Jesús seguramente no interrogó por tales prácticas -sí que las perdonó, lo que prueba que no eran buenas-, porque le bastó ratificar todos los mandamientos -también el sexto y el noveno-, ya inscritos en la naturaleza del hombre: son su hoja de ruta.
Por si existe -es obvio que yo lo creo firmemente-, es más seguro vivir y legislar admitiéndolo que negándolo, lo que no supone dejar de afirmar la existencia de una sana laicidad, que es separación y colaboración entre confesiones religiosas y estado, y el estatuto propio de las realidades temporales, sin negar su dependencia de Dios.
Piensen con honradez los adalides del laicismo, el relativismo, agnosticismo y ateísmo que, si bien la fe cristiana es una gracia de Dios, es más fácil admitir la existencia racional del Creador, que ser crédulos de una evolución ciega. Ni el más pequeño ser vivo existiría por cálculo de probabilidades. ¡Qué decir de los millares de especies de animales y plantas y, sobre todo, del hombre! Es muy acorde con la potencia de Dios pensar que una auténtica explosión diese comienzo a todo, pero no sin unas leyes que dirigieron no sé qué grado de evolución, ni sin una particular intervención del Creador en la existencia del hombre. Son de una tremenda actualidad estas frases escritas por Chesterton en El hombre eterno, referidas a las personas que pretenden destruir lo cristiano: «No pueden ser cristianos y no dejan de ser anticristianos. El único aire que respiran es un aire de rebeldía, de obstinación, de crítica mezquina. Viven todavía a la sombra de la fe y han perdido su luz». No seamos ligeros, aunque sólo sea por esto: ¿Y si Dios existe?