Nos toca vivir en una sociedad de contrastes. Por un lado, estamos bastante satisfechos con el estilo de vida y los valores que nos rodean. Por otro lado, está bastante extendido un cierto desaliento que lleva a la pasividad. El resultado es que, muchas veces, carecemos de capacidad crítica, ya que pensamos que hemos logrado mucho y que, a la vez, poco más se puede lograr. Ese conformismo anquilosante es dañino para cualquier persona o institución.
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Nos toca vivir en una sociedad de contrastes. Por un lado, estamos bastante satisfechos con el estilo de vida y los valores que nos rodean. Por otro lado, está bastante extendido un cierto desaliento que lleva a la pasividad. El resultado es que, muchas veces, carecemos de capacidad crítica, ya que pensamos que hemos logrado mucho y que, a la vez, poco más se puede lograr. Ese conformismo anquilosante es dañino para cualquier persona o institución.
Hace unos días, me lo comentaba a su estilo un joven profesional, hablando de las reuniones que convoca su jefa, y decía: “a veces es para echarnos una bronca, pero es que viene muy bien que te lean la cartilla de vez en cuando, para espabilar”.
Observo un fenómeno curioso respecto a la educación. Admitimos la diversidad, el pluralismo, como un valor que se ha de defender, cultivar y respetar, fomentado por el creciente fenómeno de la inmigración pero en la educación hay ciertas posturas dogmáticas, intocables, que precisamente dinamitan el pluralismo. Una sociedad multicultural como la nuestra no sabe o no quiere fomentar el pluralismo: no se sabe si es más peligroso el no saber o el no querer, pero pienso que hay personas e instituciones que desean anular el pluralismo.
Un claro ejemplo de atentar contra el pluralismo es el reiterado intento del PSOE por relegar la asignatura de Religión Católica y, si es posible, eliminarla en la práctica. No parece motivo suficiente para respetarla el hecho de que la quieren el 80% de las familias españolas, y que quieren que sea evaluable: si no se califica, es una figura decorativa. Obsérvese que no invoco el argumento democrático de que la mayoría desea esa asignatura, sino el derecho y deber de educar en pluralismo.
Hay otro caso manifiesto de cercenar el pluralismo: imponer el carácter mixto de los centros de enseñanza, en todos los niveles, ya sean públicos o privados. No pocas familias desean para sus hijos una educación diferenciada por sexos, en ciertas edades. Asombrosamente, se ha ido extendiendo por nuestro país el argumento de que la educación diferenciada –es decir, la no mixta- hasta puede ir en contra de la Constitución.
Tan constitucional es la educación mixta como la diferenciada. No lo digo yo solamente, sino que lo han afirmado el Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha (10-XI-04) y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (8-X-04). Llama la atención que haya que acudir a los tribunales para que a algunos les reconozcan el derecho a la libertad y el pluralismo educativo. Tal vez no vivimos en una sociedad tan democrática como nos parece, pero estamos tan satisfechos que somos incapaces de criticar lo que sucede.
Javier Arnal