El Norte de Castilla, 18 de junio de 2005
Tener más de dos mil años no es suficiente para el Gobierno, empeñado en dejar de lado a la Filosofía en favor del «batiburrillo jurídico-ideológico y ocurrencia parroquiana» llamado Educación para la Ciudadanía, se lamenta el autor del artículo.
HACE diez años escribí en esta misma tribuna un artículo en defensa de la Filosofía, ya que por entonces estaba siendo arrinconada por una de las incontables reformas educativas que hemos sufri...
El Norte de Castilla, 18 de junio de 2005
Tener más de dos mil años no es suficiente para el Gobierno, empeñado en dejar de lado a la Filosofía en favor del «batiburrillo jurídico-ideológico y ocurrencia parroquiana» llamado Educación para la Ciudadanía, se lamenta el autor del artículo.
HACE diez años escribí en esta misma tribuna un artículo en defensa de la Filosofía, ya que por entonces estaba siendo arrinconada por una de las incontables reformas educativas que hemos sufrido. Más tarde, aquella reforma fue a su vez reformada, y en los últimos años la Filosofía había consolidado una discreta pero suficiente presencia en la enseñanza media, con lo cual que vivíamos muy tranquilos, dedicados a leer, estudiar, enseñar y aprender. Pero hete aquí que vuelve la burra al trigo, regresa la cabra al monte y de nuevo nos tienen en un ay. Volvemos a la situación de hace diez años: nos contrarreforman. O sea, que quieren, ¿otra vez!, reducir la presencia de la Filosofía en la enseñanza media.
Y quién le explica ahora a este Gobierno que la Filosofía es imprescindible, que es la médula de Occidente y el alma de Europa, que tiene una venerable historia más de dos veces milenaria, que aguza el espíritu crítico, otorga una visión conjunta de las cosas, es sana para el buen juicio y el correcto raciocinio, se receta para la felicidad con ventaja sobre el prozac y confiere una reflexiva lucidez... ¿Qué tedio!, ¿qué aburrimiento!, ¿qué pesadez!, otra vez con estas cosas. Quién les cuenta que con tanto ajetreo nos van a causar mucho daño, que los profesores de instituto están inquietos, alarmados, que los licenciados y estudiantes ven cómo se licúan en la nada sus futuros puestos de trabajo, que las facultades de Filosofía van a sufrir una merma de alumnos, y los profesores e investigadores de las mismas verán dificultada su tarea. Quién les recuerda que se van a cargar un sector de actividad laboral e intelectual de importancia. Quién les dice que en parte, y aunque rectifiquen, el daño ya está hecho. ¿Quién se lo cuenta otra vez?
Lo han intentado recientemente con la mayor seriedad, brillantez y abnegada paciencia Eugenio Trías, Adela Cortina y Fernando Savater. Y nada. O sea, nada de nada. Ni por el lado de los más altos intereses culturales, ni por el más socorrido flanco de lo gremial, ni por María ni por Marta se conmueven. La suerte está echada: el ministerio ha decidido reducir la presencia de la Filosofía en la enseñanza media. Estas cosas, ya se sabe, se deciden en verano. Así que otra vez a recoger firmas, a frecuentar reuniones, a suscribir manifiestos, a proclamar lo obvio, a justificar incluso nuestro derecho a existir.
¿Pero qué hemos hecho para merecer esto? Pues estorbar, he ahí nuestro pecado. Es decir, que no se trata de una especial inquina del actual Gobierno contra la Filosofía. No es eso. Me consta que no nos desean directamente ningún mal a los filósofos. Pero estorbamos el paso de la nueva estrella emergente, la rutilante 'vedette' de la LOE: la Educación para la Ciudadanía. En el nuevo 'Ministerio de Educación para la Ciudadanía' (MEC) ya nos han dicho a los filósofos: háganse a un lado o súbanse al carro, pero por favor no estorben. O marginados en la cuneta del olvido, o reconvertidos en damas de honor de la nueva reina del desfile.
La Educación para la Ciudadanía, que no es el rótulo de ninguna ciencia, que no tiene fundamento en ningún cuerpo de conocimiento reconocido, que parece más bien un batiburrillo jurídico-ideológico y una ocurrencia parroquiana, se va a convertir en la columna vertebral del sistema educativo. Desde la etapa infantil hasta el Bachillerato. Sí, sí, ¿desde el parvulario! Es más, nuestros gobernantes pretenden que sea el cemento con el que trabar la difícil convivencia en una sociedad cada día más plural. La nueva reina de la LOE carece quizá de armonía y fundamento, cierto, pero no hay falta que no se pueda compensar con unos buenos padrinos muy próximos al ministerio: la cátedra para la laicidad de la Universidad Carlos III, la fundación Cives y el mismísimo don Gregorio Peces Barba, cuya figura se confunde ya con la de la propia asignatura. Algunos han querido ver en esta nueva materia algo parecido a la antigua Formación para el Espíritu Nacional (FEN), de infausto recuerdo. Los promotores, sin embargo, afirman que no esconde intenciones ideológicas. Eso nos deja más tranquilos, ¿verdad? Ahora bien, una cosa son las intenciones y otra diferente los resultados. Parece obvio que existe un riesgo de deslizamiento de este tipo de asignaturas hacia el craso adoctrinamiento. ¿Habrá que recordarlo otra vez?
En cambio, la Filosofía, que es mucho más que educación cívica, cuenta con una sólida tradición histórica y se imparte con garantías de cientificidad e independencia por un profesorado muy plural. Los filósofos llevan siglos reflexionando sobre la convivencia cívica, sobre la condición del ser humano y del ciudadano, sobre la tolerancia, sobre la felicidad de los individuos, sobre la legitimidad del poder político, sobre la guerra y la paz, sobre los derechos humanos... (Y por el mismo precio nos enseñan también lógica, estética y metafísica). Han dado a estas cuestiones respuestas muy dispares. Algunas nos parecerán adecuadas y otras no, pero todas ellas, cuenten o no con nuestra conformidad, han de ser estudiadas y valoradas críticamente. Esta es la vía para lograr un aprecio lúcido de nuestras estructuras políticas y sociales, y no una adhesión irreflexiva y doctrinaria, tan frágil como peligrosa. Recordar todo esto es tedioso, es aburrido, es una tarea melancólica que nos aleja de nuestros libros, de nuestras aulas y congresos, de nuestro trabajo callado y cotidiano, de lo que en realidad nos gusta hacer, pero si hay que repetirlo lo repetiremos cuantas veces haga falta.
ALFREDO MARCOS. Profesor de Filosofía en la Universidad de Valladolid