Levante-EMV 17-VI-2005
¡Grita libertad! es el título de una película vibrante sobre el apartheid en Sudáfrica. He recordado estas dos palabras pensando en el fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, cuya fiesta se celebra el 26 de junio. ¿Por qué? Si se busca la palabra libertad en sus obras publicadas, aparece decenas de veces. Pienso que por muchos motivos. He aquí uno citado por el propio santo: «como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espír...
Levante-EMV 17-VI-2005
¡Grita libertad! es el título de una película vibrante sobre el apartheid en Sudáfrica. He recordado estas dos palabras pensando en el fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá, cuya fiesta se celebra el 26 de junio. ¿Por qué? Si se busca la palabra libertad en sus obras publicadas, aparece decenas de veces. Pienso que por muchos motivos. He aquí uno citado por el propio santo: «como consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los hombres. Y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la libertad: es decir, el pluralismo. En el Opus Dei el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado».
Es densísimo el párrafo transcrito, pero vamos a quedarnos con el real amor a la libertad que late en esas frases y en la vida de su autor. Para amar a Dios hay que ser libres, es necesario servirle con voluntariedad actual -como escribió en Camino-. Ese espíritu de libertad no es una tapadera para estar en todas las partes, sino que es verdad, porque lo que busca San Josemaría con los miembros del Opus Dei es poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas. Y éstas pueden ser realizadas santamente, pero desde muchas ópticas, por variados caminos, con ideologías humanas diversas, con un pluralismo deseado y no meramente tolerado o consentido.
Esta libertad ancla sus raíces en la verdad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, con intelecto, voluntad y afectos, capaz de libre albedrío por decisión divina. Por ello, cuando la recta libertad se coarta, se hiere profundamente la dignidad humana. Pero no es menos dañada cuando se la lleva por derroteros irresponsables que desdicen de esa dignidad. Por uno u otro motivo, la verdadera libertad agoniza hoy en muchas partes: muere por totalitarismos más o menos encubiertos, como son el estatismo o el laicismo; muere de bienestar por el consumismo y el hedonismo que amodorran; muere por el relativismo que, hueco de verdad, vacía la misma noción de libertad, empequeñecida en objetivos débiles y descomprometidos; muere presa del poder que busca el control de los hombres; muere por el espíritu de secta que impone el pensamiento único y tolerancia cero con las ideas ajenas.
«Cuando, durante mis años de sacerdocio, no diré que predico, sino que grito mi amor a la libertad personal, noto en algunos un gesto de desconfianza, como si sospechasen que la defensa de la libertad entrañara un peligro para la fe. Que se tranquilicen esos pusilánimes. Exclusivamente atenta contra la fe una equivocada interpretación de la libertad, una libertad sin fin alguno, sin norma objetiva, sin ley, sin responsabilidad. En una palabra: el libertinaje». Efectivamente, el libertinaje es una enfermedad de la libertad. La busca el que vive una libertad de la libertad, sin fin alguno; y lo promueve con frecuencia el tirano -más o menos sutilmente- que fabrica ciudadanos sin voluntad, sin fuerza, dormidos de ideales o borrachos de experiencias destructoras.
Hay leyes que, lejos de la recta razón, otorgan aparentes libertades; sólo aparentes porque no perfeccionan al hombre, sino que lo duermen, lo llenan de placeres corrosivos o vacíos. Y mientras tanto, las libertades reales, las que incitan a la búsqueda del bien, las creadoras de ciudadanos originales y con iniciativa, las que dignifican una sociedad, quizás son casi nominales, son ahogadas más o menos descarada o impositivamente. Refiriéndose a los fieles del Opus Dei, declaraba San Josemaría a The New York Times en 1965: «Ciertamente, movidos por la doctrina de Cristo, sus miembros defienden siempre la libertad personal y el derecho que todos los hombres tienen a vivir y a trabajar, y a estar cuidados durante la enfermedad y cuando llegue la vejez, y a constituir un hogar y a traer hijos al mundo, y a educar a esos hijos en proporción al talento de cada uno, y a recibir un trato digno de hombres y ciudadanos».
Obviamente, la enumeración no es exhaustiva, pero esas son verdaderas y necesarias libertades para la dignidad humana, que nada tiene que ver con otras que autorizan a matar al feto o el embrión, que facilitan la deslealtad matrimonial, que atentan contra la familia con equiparaciones injustas, que ahogan la libertad escolar, que niegan la subsidiariedad del Estado en detrimento de la iniciativa social, que coartan los modelos educativos hasta reducirlos a los que placen a la facción dominante, etc., etc.
Amar la libertad y el pluralismo que conlleva exige mucha generosidad, amplitud de miras, verdadera tolerancia, amor a la verdad, real deseo de formar personas íntegras, en lugar de votantes robotizados. También dentro de la Iglesia, aunque sea una sociedad jerárquica, de fines espirituales y no democrática. Pero caben en ella grandes espacios de libertad y autonomía personal. Por eso Josemaría Escrivá habló en todos los tonos de libertad de las conciencias, de los derechos de los fieles, del servicio del ministerio ordenado, del anticlericalismo bueno que lleva a los laicos a actuar en cristiano dentro de la ciudad temporal con formación y con libertad, sin necesidad de consignas clericales, etc.
Ningún fanático, enemigo de la libertad, podría entender al Opus Dei ni a su fundador que la amó apasionadamente, hasta gritarla por los cuatro puntos cardinales: «El Reino de Cristo es de libertad: aquí no existen más siervos que los que libremente se encadenan, por amor a Dios. ¡Bendita libertad de amor, que nos hace libres! Sin libertad, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana (...). La he buscado y la busco, por toda la tierra, como Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas: es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante» (Es Cristo que pasa).