He de reconocer que siento auténtica predilección por las familias numerosas. Me admiran por muchos motivos, sobre todo por su generosidad, su buen humor, su espíritu de lucha para salir adelante pese a tantas dificultades como se encuentran en nuestros días. Su única recompensa, a tanto esfuerzo, son las propias familias, pero se ven plenamente recompensadas. Además, no es que no se les reconozca su mérito, sino que casi se les presenta como reliquias de otras épocas.
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He de reconocer que siento auténtica predilección por las familias numerosas. Me admiran por muchos motivos, sobre todo por su generosidad, su buen humor, su espíritu de lucha para salir adelante pese a tantas dificultades como se encuentran en nuestros días. Su única recompensa, a tanto esfuerzo, son las propias familias, pero se ven plenamente recompensadas. Además, no es que no se les reconozca su mérito, sino que casi se les presenta como reliquias de otras épocas.
Como yo soy el menor de ocho hermanos, es fácilmente comprensible que esta predilección personal tiene todos los elementos de la vida misma, en absoluto teóricos, puesto que debo la vida y la educación familiar a unos padres que me trajeron al mundo cuando mi padre tenía 47 años y mi madre 40. Por eso, cuando alguien acusa a un matrimonio de ser “irresponsable” por tener una familia numerosa, o lo atribuye a una falta de previsión, o a una abundancia de bienes materiales, no me quedo indiferente. Respeto a quien no ha nacido en una familia numerosa o a quien no la forma, pero exijo ese mismo respeto a las familias numerosas.
Tuve la suerte de participar en una mesa redonda de un Congreso de Familias Numerosas , el pasado 14 de mayo. Lucía un sol espléndido, más apropiado para alguna actividad distinta a encerrarse en un salón de actos, pero me alegro de haber aceptado.
El ambiente –valga casi la redundancia- era muy “familiar”, con chavales por pasillos, vestíbulo, y otros colaboraban en la organización, como azafatas o tareas de otro tipo. Se respiraba un ambiente de espontaneidad, buen humor, optimismo.
Las familias podían haber mostrado una actitud de desánimo, de reivindicación una y otra vez desoída. Motivos no les faltan en España, un país que tanto gusta de mirarse en lo que hacen los países de nuestro entorno sólo para algunas cuestiones, no precisamente para recordar las ayudas económicas y fiscales a las familias, que en España son ridículas. En Baviera, la tierra del actual Papa, para fomentar la natalidad, alquilan pisos de más de 150 metros cuadrados a familias numerosas por 1 euro, pero no me suena que esa medida figure en el plan de Vivienda de nuestra inefable ministra Trujillo, con sus “minipisos”.
Había familias musulmanas y rumanas. Otras instituciones se esfuerzan por integrar a los inmigrantes –gran asignatura pendiente en España - y las asociaciones familiares lo está empezando a conseguir con naturalidad, porque no hay nada tan “natural” como la vida y la familia.
Las familias numerosas se merecen muchos más apoyos de instituciones, empresariales, sociales, y no sólo es “problema” de las familias, sino de toda la sociedad, pues todos nos beneficiamos de su esfuerzo. Tener hijos no depende de tener riqueza, sino de quererse y ser generoso. Hay quienes compran una casa mejor, otro apartamento, otro coche o se embarcan en un crucero; pues hay familias que anteponen traer hijos al mundo, y educarlos, a ese tipo de gastos. Valoran más otras inversiones.
En pocos momentos de la historia se ha dinamitado tanto la familia. La punta de lanza de esa incomprensible y cruel disolución son, precisamente, las familias numerosas: por eso, son diana de duros ataques, silencios gélidos, menosprecios elocuentes. ¿Por qué y para qué esos esfuerzos por dinamitar la familia? Hay muchas motivaciones, pero tal vez la fundamental es el relativismo que nos envuelve desde hace décadas, no sólo es la actuación política de un gobierno determinado.
Las familias numerosas han ido a contracorriente siempre, y seguirán yendo. Son auténticos héroes: no de cómic, sino reales. No les importa, porque están curtidas. A todos nos corresponde reconocer su mérito, o al menos su libertad a serlo. Duele escuchar algunos comentarios sobre una familia numerosa, calificando como irresponsable tener varios hijos: huele a remordimiento, amargura y, desde luego, intolerancia. Nadie puede arrebatar la libertad y los derechos de las familias numerosas, aunque parezca lo contrario. Por su parte, las familias numerosas han de “armarse” para la batalla: necesitan medios económicos y mediáticos, porque de lo contrario seguirán estando en inferioridad de condiciones, pese a sus buenos deseos de reunirse en asociaciones.