Cuando Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote, en el lejano 1951, una alondra perdida en la catedral de Freising voló trinando hacia lo alto del presbiterio. Y cuando Benedicto XVI celebró la solemne inauguración de su pontificado, el pasado domingo 24-IV, se podía notar una excepcional presencia de la Paloma –símbolo del Espíritu Santo– que descendió al nuevo Papa para asistirle en su gran misión de ser el representante de Cristo en la tierra, y para hacerle pronunciar serenamente una gran ver...
Cuando Joseph Ratzinger fue ordenado sacerdote, en el lejano 1951, una alondra perdida en la catedral de Freising voló trinando hacia lo alto del presbiterio. Y cuando Benedicto XVI celebró la solemne inauguración de su pontificado, el pasado domingo 24-IV, se podía notar una excepcional presencia de la Paloma –símbolo del Espíritu Santo– que descendió al nuevo Papa para asistirle en su gran misión de ser el representante de Cristo en la tierra, y para hacerle pronunciar serenamente una gran verdad: “La Iglesia está viva.”
Entonces, ¿es Dios quien ayuda desde ahora en adelante de un modo singular al antiguo cardenal Ratzinger? Ciertamente, la fe católica lo afirma así. Sin embargo, Benedicto XVI considera el fenómeno de la “cooperación” desde la perspectiva opuesta: se ha entregado en cuerpo y alma a su Señor para ser un “instrumento” suyo. Su único “programa” consiste en poner su brillante inteligencia, su fuerte voluntad y su gran corazón al servicio de quien se fijó en él desde toda la eternidad para “ayudarle” a Él a que se realicen sus designios amorosos sobre nuestra generación.
La contribución será poderosa y valiente. El nuevo Papa actuará en plena armonía con su querido antecesor, el gran Juan Pablo II, como lo ha mostrado la homilía durante la ceremonia de “entronización”. Pero, como cada persona es original y tiene su vocación única e incomparable en este mundo, Benedicto XVI pondrá sus propios acentos y buscará nuevas soluciones para los problemas apremiantes, en diálogo con sus hermanos los obispos y todos los católicos, con los otros cristianos y el pueblo judío, con los seguidores de las otras religiones y, no en último lugar, con el mundo secularizado. Tendrá presente a toda la gran familia humana, a las personas de todas las razas y colores a las que ha invitado a salir de las tinieblas y dejarse encantar y conquistar por la figura luminosa de Jesucristo.
Podemos tener confianza en este Pontífice ya que es un hombre de Dios. Sabe dar una nueva frescura y atracción al anuncio del Evangelio, precisamente cuando éste es signo de contradicción. Busca la gloria de su Señor, no la suya propia. Es más humilde que sus críticos. ¿Quién de los famosos de este mundo habría confesado, en una entrevista pública, que sufría cuando era alumno por ser el último de su curso en el deporte, en vez de destacar que siempre ha sido el primero en todas las demás asignaturas? ¿Quién de los “importantes” de este mundo utiliza normalmente el autobús? El nuevo Papa ha hecho ambas cosas. Comprende a los pequeños y a los pobres. Afirma que cada hombre es amado e importante. Y cuenta con el apoyo del amor de todos nosotros.
Jutta Burggraf