El periodista y escritor compartió varios días con el nuevo Papa
ROMA, miércoles, 20 abril 2005 (ZENIT.org).- El periodista italiano Vittorio Messori considera que la imagen del cardenal Joseph Ratzinger, desde ayer Papa Benedicto XVI, que le presenta como «Panzer-Kardinal» constituye una falsa leyenda.
El autor junto al mismo Ratzinger del libro entrevista «Informe sobre la fe» (19984), best-seller mundial, le describe más bien como un hombre «humilde», «cordial» y «comprensi...
El periodista y escritor compartió varios días con el nuevo Papa
ROMA, miércoles, 20 abril 2005 (ZENIT.org).- El periodista italiano Vittorio Messori considera que la imagen del cardenal Joseph Ratzinger, desde ayer Papa Benedicto XVI, que le presenta como «Panzer-Kardinal» constituye una falsa leyenda.
El autor junto al mismo Ratzinger del libro entrevista «Informe sobre la fe» (19984), best-seller mundial, le describe más bien como un hombre «humilde», «cordial» y «comprensivo».
Así lo recuerda en un artículo que publica este miércoles en el diario italiano «Corriere della Sera», escrito justo después de haberse enterado de que «es coautor de un libro con el pontífice difunto y de otro con el recién elegido».
En «Cruzando el umbral de la Esperanza» (1996), Messori planteó preguntas a Juan Pablo II por iniciativa de éste último. «Las respuestas del Papa –lo único que cuenta en ese libro— me conmovieron, pensando que las había escrito todas a mano, en polaco, al término de sus jornadas masacrantes», reconoce.
«Sólo después descubrí que, entre los motivos por los cuales el Papa Wojtyla había querido darme tanta confianza (“¡Encárguese usted!”, me dijo cuando le pregunté si tenía indicaciones que darme), estaba el hecho de que el cardenal Joseph Ratzinger le había confiado que había quedado satisfecho del trabajo que habíamos hecho juntos», revela.
Fue en el verano de 1984 en los Alpes Tiroleses. El cardenal bávaro --hacía menos de tres años que había sido nombrado por Juan Pablo II prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguamente el Santo Oficio)-- pasaba en la pequeña ciudad de Bressanone escasos días de descanso en el seminario, que en el período estival ofrecía alojamiento económico a sacerdotes y familias católicas.
Lejos de cualquier hermetismo, Ratzinger respondió con extrema franqueza a las numerosas preguntas del periodista, incluso a las más delicadas.
«Nos veíamos por la mañana y conversábamos hasta el almuerzo ante el grabador en marcha»; en la mesa las religiosas tirolesas «nos servían algún plato rústico». «Un breve descanso y después nuevamente ante el grabador. Las últimas dos tardes, para retoques y hacer precisiones, nos vimos también después de la cena», relata Messori en su artículo.
En sus líneas de este miércoles, se detiene en el «hombre Ratzinger» --aparte de repasar su pensamiento--. «La leyenda –y, lamentablemente, el odio ideológico de muchos, en un cierto mundo clerical-- ha hecho de él un Panzer-Kardinal, un inhumano fanático de la ortodoxia, un verdadero heredero de los grandes inquisidores», denuncia.
«El Ratzinger de la realidad –prosigue Messori--, no el del mito, está entre los hombres más bondadosos, comprensivos, cordiales, hasta tímidos, que he podido conocer».
Ciertamente es «un hombre austero»: «a media tarde --recuerda el escritor--, las religiosas del seminario de Bressanone traían una bandeja con chocolate y té y con excelentes bizcochos y tortas hechas por ellas. Era yo, y sólo yo, quien se servía a gusto. Para Su Eminencia, sólo un vaso de agua que beber a sorbos lentamente», pero se trata de «una austeridad que (a diferencia de demasiados fanáticos del moralismo) reservaba para sí y no pretendía de los demás».
El perfil de Ratzinger responde también al de un «hombre, entre otras cosas, de fino humor, rápido a la sonrisa» --añade--: «recuerdo una tarde en la mesa, tras un premio que se le había dado, que quiso que le contara algunos chistes que circulaban sobre él en las parroquias. Le referí algunos y me di cuenta de que estaba verdaderamente divertido».
«En realidad, por amor a la Iglesia, Joseph Ratzinger hizo el mayor sacrificio, la renuncia a su verdadera vocación, la del estudioso de teología, la del profesor de teología que reparte su tiempo entre la biblioteca y el contacto con los jóvenes --recalca--. Siempre ha habido en él la incomodidad de tener que intervenir críticamente sobre el trabajo de ciertos colegas suyos: si lo ha hecho es porque éste era su deber, ésta la dura tarea del “obrero llamado a trabajar en la viña del Señor”, como ha dicho en sus primeras palabras como Papa».
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