"El nuevo Papa sonríe y la oración se trasluce en sus ojos. Se llamaba Ratzinger, un cardenal que ha muerto en este Cónclave para convertirse en el Primer Papa del tercer milenio". Artículo publicado en el vespertino 'Ahora'.
19 de abril de 2005
Un río humano discurre por las calles de Roma, lleno de gentes jubilosas que se dirigen hacia la Plaza de San Pedro, con la vista fija en la fachada de Maderno, donde un altorrelieve representa el momento en el que Jesucristo entrega la...
"El nuevo Papa sonríe y la oración se trasluce en sus ojos. Se llamaba Ratzinger, un cardenal que ha muerto en este Cónclave para convertirse en el Primer Papa del tercer milenio". Artículo publicado en el vespertino 'Ahora'.
19 de abril de 2005
Un río humano discurre por las calles de Roma, lleno de gentes jubilosas que se dirigen hacia la Plaza de San Pedro, con la vista fija en la fachada de Maderno, donde un altorrelieve representa el momento en el que Jesucristo entrega las llaves de la Iglesia a un pobre pescador. Ya ha alegrado el cielo de Roma la humareda blanca y la muchedumbre expresa su alegría.
Esto representa un primer punto de reflexión. Estas gentes no aguardan a conocer al hombre concreto para manifestar su gozo. Un católico no necesita conocer el perfil concreto del elegido para alegrarse. Para el pueblo fiel lo importante es que Iglesia cuenta ya con un Pastor: el nombre, la persona, el color de la tez, importa menos: lo decisivo es que ese hombre, sea quien sea, se ha convertido en Pedro, en el nuevo Vicario de Cristo. Su origen geográfico, su edad, son anécdotas, elementos secundarios: es al sucesor del Príncipe de los Apóstoles al que se aguarda, al que se aplaude.
Por esa razón, este júbilo, además de ser una manifestación de entusiasmo, tiene un gran sentido y calado teológico. No sabemos cuanto durará este Papado: ¿veintantos años, como los del último Papa, o treinta y tres días, como los del penúltimo?
Suena un nuevo fragor de aplausos. Se abren las grandes cristaleras y aparece la silueta del cardenal Medina, mientras caen algunas gotas.
“Hermanos y hermanas queridísimos –dice en italiano. Luego pronuncia la misma expresión en castellano, en francés, en inglés, en alemán. Os anuncio una gran alegría… Habemus papam!
Una oleada de alegría recorre la Plaza de san Pedro, la avenida de la Conciliación y las calles de Roma. Hay personas asomadas a todos los balcones y terrazas que dan a esta Plaza, y a las pantallas de televisión del mundo entero. Pocos acontecimientos de nuestra sociedad globalizada adquieren una dimensión tan global como ésta.
-… qui sibi nomen imposuit… Benedictus XVI
Nuevos aplausos en la plaza de San Pedro. Benedicto XV. Ha elegido el nombre del Pontífice de la paz, del Papa evangelizador.
“Queridos hermanos y hermanas –dice Benedicto XVI- después del gran Papa Juan Pablo II los señores cardenales me han elegido a mí, que soy un humilde trabajador de la viña del Señor… me consuela el hecho de que el Señor se sirve de instrumentos insuficientes y confío en vuestras oraciones.
Sigue una invocación a Cristo Resucitado y a la Virgen. La gran estola de bordados dorados sobre la brillante esclavina roja. El nuevo Papa sonríe y la oración se trasluce en sus ojos. Se llamaba Ratzinger, un cardenal que ha muerto en este Cónclave para convertirse en el Primer Papa del tercer milenio.
José Miguel Cejas, escritor
© 2005, Oficina de información del Opus Dei en Internet
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