Yo no sé si para ser Papa hay que ser santo. Pero sí tengo la sensación de que este Papa, al que la vida se le va escapando poco a poco, lo parece. No es que a mi me haya gustado todo lo que ha hecho Juan Pablo II a lo largo de su papado, pero considero que tiene algo que los hombres de bien copian de Jesús: una fortaleza de espíritu inasequible al desaliento. Está claro que el Papa polaco ha notado en sus carnes que el hecho de ser «el elegido», el representante de Dios en la Tierra, no le libr...
Yo no sé si para ser Papa hay que ser santo. Pero sí tengo la sensación de que este Papa, al que la vida se le va escapando poco a poco, lo parece. No es que a mi me haya gustado todo lo que ha hecho Juan Pablo II a lo largo de su papado, pero considero que tiene algo que los hombres de bien copian de Jesús: una fortaleza de espíritu inasequible al desaliento. Está claro que el Papa polaco ha notado en sus carnes que el hecho de ser «el elegido», el representante de Dios en la Tierra, no le libra de los sufrimientos que hay en ella. Lo mismo le pasó al hijo de Dios. Es más, Jesucristo, bien lo sabemos los creyentes, vino al mundo a padecer, para purgar nuestros pecados. Sería mucho decir que al Papa le ha tocado otra ración de lo mismo. Pero es verdad que en este tiempo donde el mal campa a sus anchas en el globo, parece casi lógico que la persona que representa el bien supremo terrenal, al menos para los católicos, no pueda llevar una existencia regalada que le separe de la realidad.
A este Papa, al que le queda en el horizonte su último período de existencia, le ha pasado de todo. Ha tenido un tumor de colon, le han tiroteado, se ha fracturado el fémur, lleva con artrosis de rodilla desde hace tiempo, respira mal y, además, el párkinson que le acompaña se lo agrava todo... Pero ni en sus peores momentos, entre los que se cuentan los de los últimos días, ya con una sonda en la nariz, único modo de alimentarse, se le ha visto desfallecer. Su firme carácter le ha hecho seguir cumpliendo con su obligación de guiar al rebaño del Señor en todo instante, pese a que se le haya roto el cayado o a que no le queden ya fuerzas para sujetarlo. Dios no le ha puesto las cosas fáciles a su máximo colaborador... Tal vez nos ha querido hacer ver a todos que no tiene preferencias. En todo caso, y visto lo que ha pasado ya Juan Pablo II, cabría decirle al Señor: Está claro, Dios nuestro, que el Papa, cuando se vaya, lo hará con «la prueba superada».
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