Antes de que le diera tiempo a abandonar la sala en la que informó del irreversible deterioro de la salud del Papa, un periodista le hizo al portavoz oficial de la Santa Sede la pregunta más directa de las posibles: «Señor Navarro, ¿usted cómo lo ve?» Se oyeron numerosos murmullos entre los cronistas congregados en la sala de prensa, porque sólo estaban permitidas dos interlocuciones y ésta se antojaba peregrina: parecía imposible que alguien como el portavoz del Vaticano accediese a responder a...
Antes de que le diera tiempo a abandonar la sala en la que informó del irreversible deterioro de la salud del Papa, un periodista le hizo al portavoz oficial de la Santa Sede la pregunta más directa de las posibles: «Señor Navarro, ¿usted cómo lo ve?» Se oyeron numerosos murmullos entre los cronistas congregados en la sala de prensa, porque sólo estaban permitidas dos interlocuciones y ésta se antojaba peregrina: parecía imposible que alguien como el portavoz del Vaticano accediese a responder a esa cuestión.
Pero hubo sorpresa y, tras balbucear un poco, Navarro lo hizo: «Pues es una imagen que nunca había visto. He visto un Papa lúcido y extraordinariamente sereno, pero con las lógicas complicaciones respiratorias», confesó, como sin entender ya lo que decía. Después, tuvo que apresurarse a dejar la sala para no abandonarse al llanto.
Es normal: han sido más de dos décadas de trabajo codo con codo y muchas las horas que el portavoz del Vaticano ha pasado junto al Santo Padre. Varios periodistas hicieron lo que no acabó de hacer Joaquín Navarro-Valls: llorar a moco tendido al término de la brevísima rueda de prensa.
Tampoco lo debieron de pasar nada bien el resto de los fieles colaboradores del Pontífice, quienes acudieron por la mañana a sus aposentos a dar el que quizá sea su último saludo a Juan Pablo II. Entró el cardenal Camillo Ruini, vicario de Roma. También lo hizo Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, y Angelo Sodano, secretario de Estado. Y no faltaron Leonardo Sandri, ni Giovanni Lajolo.
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