Nos complace (Alfa y Omega) ofrecer a nuestros lectores este impresionante testimonio del padre y del novio de Conchi:
Soy Fernando Lázaro, un joven de 29 años, de Burujón (Toledo); les escribo en mi nombre y, cómo no, en el de mi amada, mi novia María Concepción (Conchi), que, el pasado 11 de noviembre, subió al cielo a participar de la mesa eterna y a gozar de la santidad tan deseada por todo cristiano y especialmente, puedo decir sin equivocarme, por ella. Nos faltaba tan sólo un mes para consagrar nuestro amor y poner, así, con este gran sacramento, a Cristo como Centro de nuestras vidas, que lo estaba ya, pero ahora con mayor presencia.
Les escribo para testimoniar que sí es posible vivir en Cristo como novios, y novios como el Señor quiere, y que las fuerzas para conseguirlo vienen directamente de Él; desde la Eucaristía y la relación de amistad con Él en la oración, hasta el hecho de ofrecerse, uno mismo, a los demás, en Su Nombre.
Por supuesto, no me olvido de Nuestra Madre, la Virgen María, que todo lo puede, y es la intercesora, por excelencia, en favor de novios y matrimonios. ¿Qué mejor ejemplo a seguir que la Familia de Nazaret?, tan llena de amor, habiendo experimentado, a la vez, grandes sufrimientos, alegrías, injusticias, incomprensiones y humillaciones. A pesar de todos estos pesares, nunca desfallecieron, porque supieron poner a Dios en el centro de sus vidas. Es cierto que eran especiales, los elegidos, pero de la misma manera nosotros somos especiales para Dios.
Se puede... porque Él está
«Se puede ser fiel porque Su amor es fiel,/ se puede ser casto porque Su amor es puro,/ se puede ser feliz porque Su amor es felicidad,/ se puede vivir en gracia porque Su amor es perdón,/ y, así, el amor puede ser eterno porque Él, por puro amor, venció a la muerte para siempre, /y desde el bautizo portamos el sello de vida eterna».
Así entendíamos, Conchi y yo, nuestro noviazgo, y sólo así comprendíamos nuestra vocación matrimonial; todo entregado a la voluntad del Señor, aceptando, en cada momento, lo que de Su mano, sabia y misericordiosa, nos quisiera mandar, incluida, la muerte de ella, un mes antes de la boda. He comprobado cómo mis sueños humanos se desvanecían, pero como mis esperanzas puestas en Dios permanecen indelebles, es más, han aumentado, es así como estoy sintiendo mi amor hacia Conchi, indeleble y aumentado a través de Cristo. Lo más importante es que, con su paso al Padre, mi corazón se ha acercado más al de Dios, por medio de la oración y la Eucaristía, y compruebo que todo esto era la máxima de Conchí: vivir en Cristo con la oración, la Eucaristía, entregándose a los demás desinteresadamente, y esforzándose, siempre, por multiplicar los talentos recibidos.
Ser santos es el único principio y el único fin de todo cristiano, pero, sobre todo, de los novios y de los matrimonios. Conchi decía: «Te necesito porque te quiero», que no tiene nada que ver con: «Te quiero porque te necesito». Así es el amor de Cristo, y desde este amor tan grande se puede amar ante todas las dificultades; sólo así, los matrimonios pueden estar abiertos a la vida; sólo así, se puede convivir con nuestros mayores, y también querer y cuidar a los hijos.
Siempre supimos lo importante que era rezar en pareja, pidiendo al Señor que nos iluminase en nuestro caminar. Rezar de rodillas ante el sagrario, conociendo y sintiendo la presencia real de Cristo vivo que se da, loco de amor, por cada uno de nosotros. Hablábamos de nuestra fe y de nuestros planes de futuro, poniéndolo todo en Sus manos, porque, insisto, Él nos guía, siempre, por el mejor camino. Se puede vivir este mundo material, siendo cristiano, si somos coherentes con nuestros principios. La unión del hombre con Dios, y el ser pródigos de corazón, hace que irradiemos rayos de amor hacia todas partes.
En definitiva, ésta es la vocación de matrimonio: vivir dándose el uno al otro, sin reservas, y poniendo a Cristo en medio. Merece la pena empezar ilusionado, con tales compromisos, a vivir esta vocación, y antes, a vivir un noviazgo de intenso conocimiento mutuo y con las mismas pretensiones de santidad.
Fernando Lázaro-Carrasco de Torres
«El Señor ha estado grande en nosotros»
Ella tenía grandes planes en su vida, y Dios ha querido engrandecerlos aún más. Si mi hija podía haber hecho mucho bien en su entorno familiar y profesional, más está haciendo y hará desde el cielo. Los que estamos más cerca somos conscientes de que lo único importante es ser santos, pero no despreciando esta vida, al contrario, transformando cada momento en un acto de gloria a Dios: entregándonos en el trabajo, en la familia, o ayudando a todos aquellos que Dios cada día va poniendo en nuestro camino.
Damos gracias a Dios y, desde aquí, queremos hacer extensivo nuestro agradecimiento a todas las personas que rezan por Conchi, que notamos son muchas, a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que, según nos han comentado, piden su intercesión porque sienten que Conchi está en el cielo, tan pendiente de ayudarnos como lo hizo en su vida mortal, y gracias a don Antonio Cañizares por su cercanía y apoyo incondicional.
¡Conchi vive en Dios! Ésta es la fe, la alegría y la esperanza que tenemos, a pesar del gran dolor que humanamente es inevitable sentir. «El que pierde la vida, la recobrará». En nuestros corazones saboreamos la resurrección, y «estamos alegres porque el Señor ha estado grande con nosotros».
Leonardo Prudencio Camacho
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