Una trama de amistad que se mueve en un ambiente de fiesta: esta es la definición de pandilla que propongo en estas líneas; así de sencilla, original, y valiosa me parece esta forma de relación humana, no por ordinaria menos asombrosa. Vale la pena por ello precisar su naturaleza para no confundirla con cosas muy distintas: la tribu urbana, la peña deportiva, la tertulia de jubilados, la asociación profesional, la comparsa de juerguistas, etc. Entre los diversísimos consorcios que el hombre forma al margen de la familia, éste de la pandilla se muestra tan completo y variado, son sus elementos tan genuinos y auténticos, que podría tomarse como paradigma. En pocos sitios cabe pronunciar la palabra “nosotros” con tanta rotundidad y transparencia, con tanta gozosa claridad.
Vayamos, pues, a nuestra definición. Lo que queremos significar con la palabra trama es que no cualquier grupo de amigos forma una pandilla, por muy verdadera que sea la amistad que les une. Para que surja tiene que darse un entendimiento singular, una vivencia común, que dé lugar a una estructura o configuración peculiar que podemos llamar amistad en red. En esta red cada persona anuda en sí a todas las demás, sintiéndose corresponsable de ellas y del espíritu común que les alienta. Para ello es imprescindible una auténtica y neta alteridad sin la cual es imposible el diálogo de tú a tú. De este modo lo que distingue juega a favor de lo que une, la variedad refuerza la unidad, y la multiplicidad de individuos favorece, paradójicamente, la intimidad de los vínculos, siempre y cuando entendamos por intimidad no un vago afecto sentimental, sino la verdad interior, aquella que comparece cuando las personas se tratan como tales.
La fiesta, como decíamos, es el medio donde la pandilla se mueve como pez en el agua. Este movimiento es el propio de un ser vivo, el de una unidad orgánica compuesta de miembros y funciones diversos. En el seno de la pandilla, en efecto, son normales aquellas comunicaciones que atañen sólo a unos cuantos de sus miembros, tales como una afición, un plan, una confidencia privada, un intercambio de consejos, reproches, desahogos, exhortaciones, etc.; e incluso dentro de la pandilla, y paralelamente a la historia común, discurre muchas veces la historia particular de un noviazgo, el cual no sólo no desentona dentro de este ámbito, sino que en él “respira” y de él se alimenta.
¿Y cuál es, por así decir, la fisiología de este “ser vivo”? Su alimento, según acabamos de decir, es el diálogo, aunque sea intermitente, mínimo, telegráfico, como sucede hoy con el móvil, pues sin diálogo la amistad fenece por inanición. Esta orientación constitutiva a la verdad constituye como la ley de la pandilla, y podría expresarse con los versos de Antonio Machado:
¿Tu verdad?
No: la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.
La identidad de cada pandilla, lo que constituye su ADN particular, hay que buscarlo por tanto en la sinceridad: cada pandilla es lo que en ella “se habla”, lo que “se cuece”, lo que se comparte. Y por eso mismo su cáncer es la mentira, que la corrompe desde dentro; no sólo la que se dicen unos a otros, sino otra mucho más letal y tóxica, que es la mentira consabida y aceptada, la complicidad en conductas inmorales, la murmuración, la deslealtad. Cuando se cede a la mentira para disimular el miedo, la inmadurez, los complejos, la inseguridad, la frustración, y en definitiva para justificar las propias debilidades, entonces la pandilla se convierte en guarida o parapeto donde cada cual busca su interés egoísta y elude el fastidio de ser él mismo, de actuar desde sí y por sí. A diferencia de la pandilla en red o solidaria, a ésta podemos llamarla anónima o gregaria, pues en ella se hurta el rostro y la responsabilidad se diluye.
Hemos dicho que se mueve en un ambiente de fiesta. Esto significa que la fiesta no es para la pandilla algo sólo ocasional, o incluso frecuente, sino una realidad latente e incesante a la cual se ordenan todas sus actividades. La pandilla es así la realidad comunitaria que mejor cumple este rasgo esencial de la amistad: ser una continua celebración de sí misma. ¿Y por qué la pandilla más que cualquier otro grupo humano? Quizá por darse en ella del modo más claro posible dos expresiones genuinas de la fiesta: juventud y complementariedad.
No hay, en efecto, adultos en una pandilla, o al menos adultos que ejerzan de tales: para pertenecer a ella hay que ser, o sentirse, o al menos parecer joven. La juventud funciona aquí como condición de pertenencia y factor aglutinante. Ahora bien, esta juventud no es meramente fisiológica sino más bien cierta resistencia romántica frente a lo viejo, mortecino y aburrido, que se expresa mediante el desenfado, el humor, el desafío, la sorpresa, la aventura, etc.
Respecto a la complementariedad varón-mujer, hay que admitir que no se cumple siempre en la pandilla, ya que las hay de sólo chicos o sólo chicas. Sin embargo éstas son formas deficientes porque, sin el contrapeso del sexo opuesto, la multiplicación de los individuos podría agudizar los defectos y limitaciones propios de cada sexo. Así la pandilla masculina suele ser demasiado jerárquica y vertical, mientras que la femenina, más horizontal, puede encallar en la suspicacia y el emotivismo. Por eso la forma más rica y perfecta de pandilla es la animada por un trato complementario, es decir, la que cuenta con la condición sexuada de las personas. Después de la familia, este es sin duda el mejor ámbito donde se aprende el arte delicado y enriquecedor, gozoso y arriesgado, de tratar al sexo opuesto. No es nada fácil, en efecto, leer la sexualidad complementaria con el debido asombro, sin caer en la ramplonería sexualizante ni en estrecheces y prejuicios.
Verdaderamente vale la pena apreciar esta trama de amistad, propiciarla, remendar sus desgarrones y exterminar de ella la nefasta polilla de la mentira. Una consideración más sería de lo que son las pandillas juveniles
beneficiaría sin duda al conjunto de la sociedad y tornaría la convivencia más intensa y enriquecedora.
Pablo Prieto
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