La Razón digital, 26 de enero de 2005
En un arranque de valor cívico, el Gobierno ha decidido emprenderla contra la Iglesia Católica. Nada más español. Ya se sabe, aquí hemos ido siempre detrás de los curas, fuera con un cirio o con un...
La Razón digital, 26 de enero de 2005
En un arranque de valor cívico, el Gobierno ha decidido emprenderla contra la Iglesia Católica. Nada más español. Ya se sabe, aquí hemos ido siempre detrás de los curas, fuera con un cirio o con un palo. Bien es verdad que el axioma sociológico es que una sociedad no puede subsistir largo tiempo sin religión. Por eso el Gobierno se vuelve ingenuamente proislámico, aunque pueda parecer prepóstero. ¡Para esto hicimos la Reconquista! El Imserso acabará organizando peregrinaciones a La Meca. Allí donde la Iglesia Católica ha establecido principios firmes sobre la vida, la muerte, el matrimonio, la familia o la educación se trata de legislar en contra. El Gobierno siempre contará con el apoyo ruidoso de los cómicos que pasan por intelectuales. ¡Será por subvenciones! Tiene su lógica esa cruzada contra la cruz. Por lo menos es más fácil y más barata que tratar de arreglar los problemas económicos y sociales. Franco hizo algo parecido con lo del «imperio» en los años del hambre.
La sustancia del asunto es que el hombre es un animal de símbolos que requiere sumergirse en el rito, la ceremonia. Lo mejor es la mímesis de la liturgia más largo tiempo probada: la católica. Algo tienen las manifestaciones de la farándula progresista en pro de la eutanasia que remedan las procesiones; sin grandeza, claro. Los lábaros y estandartes se volvieron pancartas y pegatinas. Las letanías degeneraron en pareados.
Ya lo dijo Jorge Simmel hace un siglo. Los perseguidores acaban pareciéndose a los perseguidos. Los renegados se hacen fanáticos en la otra dirección. Algunos torquemadas eran judíos conversos. Ciertos sedicentes etarras "como si de un gentilicio se tratara" fueron seminaristas. A saber qué traumas religiosos tienen atascados en su almario estos socialistas tocados de laicidad. No se dan cuenta de que «laico» es ya una palabra religiosa. Como lo es «civil» cuando se opone a eclesiástico, a sacro. La Congregación Propaganda Fide ahora se ha trocado en la Comisión Interministerial para la Laicidad, es decir, su imitación especular y grosera.
El hecho es que cada semana que pasa asistimos a una nueva representación civil de las ceremonias católicas de toda la vida. En algunos municipios dominados por la izquierda los ediles organizan por todo lo alto primeras comuniones laicas. Los homosexuales no quieren sólo reconocimiento sino matrimonio de pleno derecho, a ser posible con la facultad de adoptar. Acabarán leyendo en la boda una epístola del compañero Saulo. Los matrimonios civiles añoran cada vez más la «plástica» tradicional. En algún caso el salón municipal para los enlaces matrimoniales se desplaza a alguna iglesia secularizada. En un restaurante segoviano de postín he visto la reconstrucción de una capilla con sólo estas dos imágenes: Santa Teresa de Jesús y Buda. Eso es globalización. Quizá la cosa venga de lejos. José María Pemán contaba, extasiado, que durante la República en un pueblo andaluz un niño agonizaba. Los vecinos fueron a despertar al juez para que diera al niño la «extremaunción civil».
Por si fuera poco, ahora les ha dado por los bautismos civiles. Los bautizandos son niños creciditos, por lo que habría que pensar más bien en la ceremonia de la confirmación católica. Es el recuerdo del aún más viejo rito judío por el que el niño es recibido solemnemente en la comunidad. Lo que pasa es que, de momento, el bautizo civil lo preside el alcalde de la localidad. Bastaría con que se apuntaran a la ceremonia el diez por ciento de los niños, para que los burgomaestres no tuvieran otra cosa que hacer. ¡Qué complejo de carencia van a sentir los niños todavía no «bautizados» en las aguas de la Constitución! Se podría arbitrar un nuevo cargo, el de edil para ceremonias civiles que representara al alcalde e incluso al mismísimo Rey si falta hiciere. Tal y como vamos con la nueva moda de los divorcios rápidos y sin causa, será fácil resucitar la institución del repudio coránico. Simplemente el marido echa a la mujer de casa. También pueden invertirse los papeles; eso es lo moderno. Cabe que, el nuevo repudio sea también un rito municipal. Con un poco de imaginación hasta sería posible organizar bodas poligámicas. Naturalmente adoptarían la forma poligínica o poliándrica, según los casos, por mor de la paridad. Está al caer la nueva «oferta» de los centros de salud: ablación del clítoris a las niñas musulmanas que la soliciten.
No tengo más remedio que poner un punto de afectación y de chanza a lo que en el fondo resulta estragante. Por eso necesito tantos signos de admiración, que normalmente yo suelo escatimar mucho. Es decir, me asombro y quedo en suspenso ante tanta cretinez organizada. Dijera yo que el sentimiento de muchas personas, ante toda esta confusión, es de perplejidad divertida. Es una sensación parecida a la de aquel filósofo que se desternilló de la risa al ver a un burro comiendo higos. El fruto de la higuera siempre ha dado mucho de sí como metáfora. Los de la farándula progresista podrían ser también los sicofantes. Siento decir que los españoles estamos perdiendo una de nuestras virtudes seculares: el sentido del ridículo. Por aparecer en la tele, porque hablen de nosotros un solo día en los medios, somos capaces de cualquier excentricidad. No hay más que rascar un poco y sale no ya Celtiberia sino Atapuerca.