La Razón digital, jueves 23 de diciembre de 2004
En unas horas entraremos –un año más– en Navidad. Sé que es un tópico repetir que la festividad se ha convertido en los últimos tiempos en u...
La Razón digital, jueves 23 de diciembre de 2004
En unas horas entraremos –un año más– en Navidad. Sé que es un tópico repetir que la festividad se ha convertido en los últimos tiempos en una mera ocasión para el consumo o para recordar lo molesto que puede resultar reunirse con los parientes. No abundaré en ello. La Navidad –y esto también es un tópico– significa mucho más. Es, esencialmente, el recordatorio del acontecimiento que cambió radicalmente la Historia sin comparación con ningún otro anterior o posterior.
Es cierto que Jesús no nació un 25 de diciembre y que además tampoco vio la luz en el año primero de nuestra Era. Pero más cierto aún es que viviríamos en una verdadera jungla humana de no haberse producido su nacimiento.
La cultura clásica podía elevar el acueducto de Segovia, compilar el derecho romano y unir Europa con un sistema viario excepcional. Sin embargo, al mismo tiempo, mantenía una institución como la esclavitud y disculpaba el abandono de niños recién nacidos. Ser hombre, libre y sano podía implicar una vida más o menos dichosa. Pero en Roma era rara la familia que tenía más de una hija y de las criaturas que se lanzaban a las cloacas como hijos no deseados la inmensa mayoría eran hembras. Por añadidura, cuando se declaraba una epidemia los primeros en dejar las ciudades eran los médicos y los familiares se esforzaban en arrojar a los propios abandonados en las cunetas para evitar que los contagiaran.
Fue el cristianismo el que cambió esa sociedad en la que no había fútbol y subvenciones pero sí pan y circo, y donde el hermano de Cicerón llegó a escribir un manual electoral inigualable donde se explicaba cómo ser nominado candidato por el propio partido y cómo liar a los votantes para salir elegido.
Gracias al cristianismo, la esclavitud desapareció, la moral se convirtió en sustento del imperio y la mujer fue dignificada. Con el paso de los siglos, ese mismo cristianismo daría lugar, entre otras cosas, a la salvación de la herencia clásica, al nacimiento de la universidad, a la doctrina de los derechos humanos, a la revolución científica y al establecimiento de la democracia moderna. Sin él, Europa hubiera perecido en manos de los bárbaros paganos que venían del norte y del este o hubiera sido triturada por los seguidores de Mahoma. Con él, ha persistido libre y pujante durante siglos resistiendo, una y otra vez, todas las amenazas totalitarias.
Yo comprendo que haya personas y movimientos que aborrezcan la Navidad y que quieran convertirla en una insípida fiesta laica –¡como si pudiera hacerse un pan sin harina o una tortilla sin huevos!– pero ¿qué puede esperarse de quienes aparecieron ayer en la Historia y además para desencadenar revoluciones y males sin cuento? No pueden soportar la mención de la Navidad al igual que a los posesos les revuelve la mención de Jesús. Allá ellos. Yo la celebro –entre otras cosas– porque recuerda el momento en que Dios intervino directamente en la Historia y haciéndose hombre permitió, en todos los aspectos, que los hombres pudieran llegar hasta Dios.