El Pontífice también tuvo unas palabras de apoyo a los católicos iraquíes tras los dos nuevos atentados registrados en Mosul
Ayer fue una intensa jornada de trabajo para el papa Juan Pablo II. Y es que era una fecha señalada: el dogma de la Inmaculada Concepción cumplía 150 años. Después del rezo del Ángelus, el Sumo Pontífice acudió a su cita anual en la plaza de España en Roma, donde bendijo una cesta con 150 rosas. Allí, el obispo de Roma pidió la ayuda de la Virgen para construir un «...
El Pontífice también tuvo unas palabras de apoyo a los católicos iraquíes tras los dos nuevos atentados registrados en Mosul
Ayer fue una intensa jornada de trabajo para el papa Juan Pablo II. Y es que era una fecha señalada: el dogma de la Inmaculada Concepción cumplía 150 años. Después del rezo del Ángelus, el Sumo Pontífice acudió a su cita anual en la plaza de España en Roma, donde bendijo una cesta con 150 rosas. Allí, el obispo de Roma pidió la ayuda de la Virgen para construir un «mundo en el que la vida humana sea amada y defendida». Después, Juan Pablo II se trasladó hasta la plaza de San Pedro en el Vaticano, donde ofició una Eucaristía ante miles de peregrinos españoles. Además, tuvo un recuerdo especial para todos los cristianos iraquíes, atacados en dos atentados contra una iglesia armenia y el arzobispado caldeo.
La Razón, jueves 9 de diciembre de 2004 - Ángel Villarino/Sara Martín
Roma/Madrid- El 150 aniversario no se cumple todos los días. Por eso, este año la conmemoración ayer del dogma de la Inmaculada Concepción (que se refiere a que la Virgen María nació sin pecado original) fue especialmente solemne.
Por la mañana, el Santo Padre rezó el Ángelus ante varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro en el Vaticano. El Pontífice aseguró que la Inmaculada Concepción «aparece como un faro de luz para la humanidad». También insistió en que este dogma proclamado hace 150 años por el papa Pío IX «ilumina particularmente el camino de la Iglesia comprometida en la nueva evangelización». Además, Juan Pablo II tuvo un recuerdo especial para todos los fieles iraquíes después de haberse conocido los dos atentados producidos el martes en la ciudad de Mosul. Según informa la agencia AsiaNews, varios hombres asaltaron una iglesia católica armenia de Mosul y obligaron a abandonar el lugar a un guardia de seguridad y a dos personas. Después, hicieron estallar dos bombas que hirieron a tres personas. Por la tarde, otra banda de hombres armados irrumpió en el arzobispado caldeo de la ciudad y obligó al padre Aziz Kara –único testigo del ataque– a salir del edificio. Más tarde, lo hicieron estallar con dinamita. El arzobispo Fernando Filoni, nuncio apostólico en Bagdad, ha definido los dos episodios de «gravísimos ataques cobardes contra instituciones y símbolos cristianos que no tienen posibilidad de defenderse».
A causa de la multitud, el centro histórico de Roma quedó ayer completamente colapsado por la visita del Papa a la emblemática plaza de España de la capital italiana. Tradicionalmente, el Pontífice recorre en estas fechas diversos puntos de la ciudad, como por ejemplo la basílica de Santa María Mayor. En esta ocasión, sin embargo, los problemas de salud y la pesada llovizna que cubre estos días la ciudad obligaron a las autoridades vaticanas a reducir la excursión romana del Pontífice.
En la Plaza de España, el Papa lanzó su emocionado discurso. Antes, durante y después, una enorme multitud rodeó a Juan Pablo II, animando con palmas cada minuto de comparecencia y congraciándose ante el buen estado de salud que mostraba ayer el Pontífice. Los admiradores del Santo Padre no se perdieron la ocasión de verlo en el centro histórico de la ciudad, a lomos de su «papamóvil», aun a pesar de la insistente llovizna que azotó la jornada. Los gritos de «Viva el Papa», proferidos en una decena de idiomas, llegaban desde todos los puntos de la plaza.
A su arribo al emblemático monumento, el alcalde de la ciudad, Walter Veltroni, flanqueado por varios miembros del Ayuntamiento, recibió al Pontífice. «Roma, dijo Veltroni, saluda afectuosamente al Papa, obispo de Roma y ciudadano honorario». A los pies de la columna que preside la plaza, Veltroni dedicó unas palabras a la visita del Papa. Allí, ante varios miles de fieles españoles, el Sumo Pontífice pidió a la Virgen María que «ayude a los hombres a construir un mundo en el que la vida humana siempre sea amada y defendida, en el que cualquier forma de violencia sea prohibida y en el que la paz sea tenazmente buscada». Juan Pablo II bendijo una cesta con 150 rosas –una por cada año del dogma celebrado– que se colocó ante el monumento de la Virgen. Antes, a primera hora de la mañana, los bomberos, usando una gran escalera, habían colocado un gran ramo de flores sobre el brazo de la Virgen. El Pontífice aseguró que tener a la Virgen por Madre da seguridad al hombre en su vivir diario y es «una apuesta ganadora de salvación eterna». Durante los rezos del Papa reinó el silencio absoluto, mientras que se acrecentó la intensidad de la lluvia. Después, cuando acabó el discurso, volvieron los aplausos, los gritos y las risas. Y el cielo dejó de descargar por unos minutos. Las medidas de seguridad, garantizadas por cientos de policías que flanquearon cada rincón del centro histórico, no pudieron contener a la masa de «hinchas» del Papa, que se abalanzaron contra las vallas de protección buscando un contacto con el Pontífice.
A las cinco en punto, el Papa y su corte tomaron la «Via del Corso», dirección «Piazza Venezia», camino del Vaticano. A pesar del día lluvioso y la tarde desapacible, miles de fieles acudieron a la plaza de San Pedro en el Vaticano para asistir a la Eucaristía solemne celebrada por el Santo Padre. Allí, Juan Pablo II imploró la ayuda de la Virgen para obtener «paz y salvación para todas las gentes». Ante un centenar de purpurados y prelados, y el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Pontífice pidió a la Virgen que «acompañe a cada cristiano en el camino de la conversión [...] y en la búsqueda de la verdadera belleza, huella y reflejo de la belleza divina».