La mayoría de la gente desea acompañarle con respeto y afecto, y lo va a hacer
El Mundo - Castellón
Este fin de semana lo he pasado en Barcelona. He vivido y captado cómo se está preparando para recibir al Papa.
Benedicto XVI estuvo en Valencia en 2006, ahora va a estar en Santiago de Compostela y Barcelona, y en Madrid estará en 2011. Es más que evidente que el Papa cuida especialmente España, la otrora llamada "católica España".
En Barcelona va a dedicar el templo de la Sagrada Familia, joya arquitectónica y religiosa de la Ciudad Condal. Las autoridades catalanas estiman que unas 400.000 personas acompañarán al Papa en su recorrido desde el palacio episcopal hasta la Sagrada Familia: se le recibirá con cortesía y afecto.
Allí han tenido el consabido debate sobre los gastos que ocasiona el viaje. Al dar las cifras de lo gastado (2, 6 millones de euros) y del impacto económico que se estima (29,8 millones de euros), el debate se ha acabado. Simplemente, ridículo. Y más cuando se calcula que 150 millones de personas sigan por televisión los actos, y cuando cualquier responsable cultural o turístico estima la proyección mundial que esta visita supone para Barcelona.
Más ridiculeces: que Corbacho diga que la Iglesia Católica sigue entrometiéndose en campos que no le competen, como la familia o el aborto. Más ridiculeces: que líderes de ERC y de ICV participen en manifestaciones bajo el lema "Yo no te espero" la víspera de la llegada del Papa.
La mayoría de la gente está agradecida por el hecho de que el Papa vaya a Barcelona, y desea acompañarle con respeto y afecto, y lo va a hacer. Yo he visto ya banderas vaticanas por las calles. Hay más voluntarios de los necesarios (2.000). Notas discordantes se producen hasta en los mejores coros y bandas de música, pero en este caso hasta producen risa.
En Barcelona pesa mucho el reciente viaje del Papa a Gran Bretaña: se ganó a los británicos, también dirigentes e intelectuales no católicos. Su figura suscita atención en todo el mundo. A sus 83 años es la autoridad moral mundial, y su denuncia constante de los valores relativistas en un mundo dominado por lo económico llega honda. Molesta a algunos, y seguirá molestando: son minoría, pero el Papa hablaría igual aunque fueran mayoría. Es su deber y lo cumple con humildad, serenidad y razonando.