Se tienen modelos y se siguen modas, cosa muy humana, pero ¿los elegimos bien?
Las Provincias
Como recuerda Yepes, la vida humana se desarrolla en el tiempo, lo que no es una obviedad, porque los tipos de conducta habitual dan origen a modos de vida que encarnan los valores elegidos según el modelo y la moda. Nos damos cuenta de que moda y modelos suelen ser pasajeros, mientras que hay valores inherentes al ser humano que no cambian, aunque sí pueda variar su interpretación en cada momento.
No hay duda de que valores como la vida, el amor, la sinceridad, laboriosidad, lealtad, etc. son cotizados por todos. Pero no todos y cada uno pensamos por igual en qué consistan esos valores o virtudes. Por ejemplo, la idea de verdad, y la consiguiente sinceridad, no es afín para quien se abre a la trascendencia y el que piensa con categorías relativistas o quizás todavía marxistas. No entiende idéntico el amor quien lo basa en el profundo respeto a la persona entera y el que lo ve como un divertimento sexual.
Los modelos dan lugar a la interpretación de estos valores y, en no pocos casos, crean una forma de entenderlos. Y hay que decir que toda persona necesita alguien a quien parecerse o al que imitar, lo que no significa falta de originalidad, sino que se busca a alguno que encarne los valores en los que creemos, o ejercemos las virtudes de quien admiramos.
La familia, la religión y la literatura han transmitido siempre unos modelos de vida. Hoy día, tal vez quienes más arrastran son los llamados famosos: deportistas, actores, políticos, hombres de empresa y hasta esos conocidos en las vacías tertulias de cotilleo. Se tienen modelos y se siguen modas, cosa muy humana, pero ¿los elegimos bien? ¿Qué tipos de conducta transmiten los actuales medios de comunicación y diversión?
Por otro lado, el seguimiento de una moda o un modelo como una actividad automática, porque lo hace la mayoría, por puro activismo sin interioridad, será trivialidad, "vivir instalado en la superficie de la vida", como escribió Leonardo Polo. Intento decir que es necesario poseer modelos, pero su seguimiento ciego da lugar a un mal propio de sociedades tambaleantes: la superficialidad. Y la ligereza es inhumana porque no ahonda en la persona, ésta no se piensa a sí misma, es fácilmente irresponsable, no usa de algo tan tremendamente humano como es la razón, no sabe ser libre. Puede uno atarse a algo con libertad y responsabilidad para ser verdaderamente humano, o puede ligarse a lo primero que pasa con poca o nula reflexión, sin decidir con argumentos. Así no se es libre.
Desde mi oficio, debo afirmar que el cristiano está actualmente sometido a muchas presiones conducentes en muchos casos al abandono de los valores —tan razonables, tan libres— que son herencia de la misma naturaleza, tan viva en Jesús de Nazaret, el Dios hecho hombre. Pondré algún ejemplo de modelos adormecedores de la conciencia cristiana, que la tornan voluble, inconstante, vacua. Quizá todos tienen en común la ausencia de Dios en nuestras vidas o su fuerte oscurecimiento por causas diversas.
Hay una moda muy poco pensada por la mayoría —según mi parecer—, aunque estudiada concienzudamente por unos pocos, que martiriza el sentimiento religioso al motejarlo de anticuado, cosa de siglos pasados, algo poco moderno. Algunos ceden a la presión y dejan de confesar su fe y hasta la ocultan celosamente por miedo al ridículo o a la represalia. Ciertamente no es hora de batallas —ninguna hora lo es—, pero si es momento para la valentía de confesarse cristiano, orgullosamente cristiano, y para ofertar la fe con cariño, respetando la libertad, pero sin miedo alguno. Estamos dejando de aportar al mundo sensatez, racionalidad, humanidad.
Otro valor criticado a menudo duramente es el matrimonio normal, natural, y la familia numerosa. He oído llamar egoísta a un matrimonio porque iban a tener el cuarto hijo, cuando es precisamente el egoísmo la causa muy frecuente de engendrar menos prole. No se trata de más o menos hijos, sino de vivir la paternidad responsable tal como enseña la naturaleza de las cosas y explicó Pablo VI: «se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido» (Humanae Vitae, n. 10).
Queda un poco de espacio para hacer una referencia a la zaherida castidad. Quienes se esfuerzan por vivirla pueden ser tachados de tontos, tarados, reprimidos y no sé cuántas cosas más. Una referencia a la castidad conyugal ya la constituyen las palabras de Pablo VI, a lo que podría añadirse la necesidad de fidelidad en el matrimonio. No necesita explicaciones, basta mirar y ver lo que hay. Y el celibato por motivos sobrenaturales es un don de Dios orientado siempre al mejor servicio al prójimo. ¿Seríamos igualmente atendidos por algunas personas si estuvieran casadas? Además, es un modo de parecerse un poco más a Cristo. Por cierto, éste es el único modelo no pasajero, goza de la eternidad inmutable de Dios.