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Asenjo ha hablado claro. El Arzobispo de Sevilla ha salido al paso del congreso de la muerte —¿hay congreso más miserable?— que las multinacionales del negocio del aborto han montado en Sevilla con la ayuda de los órganos políticos de gobierno: junta, ayuntamiento, etc. que así manipulan y derrochan el dinero de los contribuyentes.
«En diciembre de 2007, la Asamblea General de la ONU invitó a los Estados miembros a instituir una moratoria en la aplicación de la pena de muerte. Dios quiera que llegue también el día en que el aborto sea suprimido de nuestras leyes y todos reconozcamos con vergüenza el inmenso y trágico error cometido en los siglos XX y XXI por la humanidad». Ruega el Arzobispo.
Invita a rezar al pueblo de Sevilla, y les recuerda estas palabras de Juan Pablo II: «es urgente una gran oración por la vida, que abarque al mundo entero. Que desde cada comunidad cristiana, desde cada grupo o asociación, desde cada familia y desde el corazón de cada creyente, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida».
Llamemos las cosas por su nombre. El aborto no es sencillamente un "trágico error". Es un asesinato.
Dios, en la infinita grandeza de su amor, crea; el hombre, en la finita pequeñez de su odio, mata.
Es el aborto.
Valle Inclán hace decir a uno de los personales de su Sonata de Invierno: «Un día llegará donde surja en la conciencia de los vivos, la ardua sentencia que condena a los no nacidos. ¡Qué pueblo de pecadores transcendentales el que acierte a poner el gorro de cascabeles en la amarilla calavera que llenaba de meditaciones sombría el alma de los viejos ermitaños! ¡Qué pueblo de cínicos elegantes el que rompiendo las leyes de todas las cosas, la ley suprema que une a las hormigas con los astros, renuncie a dar la vida, y en un alegre balneario se disponga a la muerte!».
Los abortistas no sólo "renuncian a dar la vida". Matan, asesinan, al ser en el que la vida ya palpita y se desarrolla. ¿Cuántos fetos humanos, cuantos cadáveres de seres humanos, han quedado enterrados en los cimientos de los parlamentos europeos, en los cimientos del parlamento español?
Los cálculos de las semanas en las que se puede practicar "legalmente" —¿ha llagado alguna vez la "ley" a cloacas más fétidas?— el aborto es la mayor hipocresía del legislador y de los parlamentarios abortistas. Es reconocer que hay que extirpar el feto antes de que el alma, la vida, que Dios ha infundido en el primero encuentro óvulo-espermatozoide, diga con voz alta que está allí.
Una carrera contra reloj del hombre para ganar la mano al Creador. Esto es el aborto. El asesinato de una criatura que se debate para pasar del calor de las entrañas al calor de los brazos de su madre, y que es un eco del misterio de Dios Creador, aunque su madre esté desatendida en la cama del fondo de la sala quinta de ginecología en cualquier hospital.
La sonrisa de un infante, el llanto de un recién nacido, son siempre reflejo de la sonrisa y del llanto de Dios hecho Hombre. La vida es un misterio entre Dios, el ser humano que se engendra y sus padres. Un diálogo sin otros espectadores, salvo los Ángeles.
Los abortistas matan hoy porque, aunque pensaban que ya habían "matado" a Dios, todavía no se han arrancado de su conciencia —de lo que quede de ella— el temor a encontrárselo con vida en cualquier encrucijada del mundo, hecho de nuevo un niño, el Niño.
Se aborta o por locura nerviosa, que lleva después de pasada, a pedir perdón, a llorar y a rezar por el "abortado"; o por una locura "sin Dios", de rabia diabólica; o por un desprecio total de la vida, que lleva consigo el "aborto", la muerte, de la madre antes que la del feto humano vivo en sus entrañas.
El aborto es un suicidio en el otro; es el fruto del temor a volverse atrás en la negación de Dios, en el rechazo del misterio de Dios, el querer impedir que el misterio del amor de Dios roce siquiera el misterio del nacimiento del hombre.
Hace bien el Arzobispo de Sevilla al pedir oraciones ante la Eucaristía, para que el crimen del aborto desaparezca. Ante la Eucaristía el hombre descubre el misterio de Cristo Vivo, Muerto, Resucitado. El misterio de la Vida Eterna. Ante la Eucaristía, y en compañía de la Virgen Santísima, la que engendró a Dios en la tierra.
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