Ésta es una lección a una sociedad muy marcada por el vacío existencial y por el pago de las tarifas a su psicólogo
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Los 33 mineros de Copiapó ya ven la luz del sol después de que el pasado 5 de agosto quedaran atrapados a 700 metros de profundidad. 69 días después de ser engullidos literalmente por la tierra regresan a la vida mostrando al mundo, que ha seguido su devenir a través de los medios, un auténtico testimonio de fe y de esperanza ejemplificado estéticamente en una camiseta en la que se lee "Gracias, Señor" y "Son suyas las profundidades de la tierra, son suyas las cumbres de los montes. A Él la gloria y el honor".
Viktor Frankl recuerda que nada más ingresar en el campo de exterminio de Auschwitz le arrastró la idea del suicidio como liberación, pero que durante su primera noche en ese lúgubre lugar se prometió a sí mismo no lanzarse contra las alambradas. Al mismo tiempo fue consciente de que la salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor.
Estoy seguro de que los 33 mineros de Copiapó habrán experimentado las mismas sensaciones: el schok de estar atrapados; la pérdida de todo y la visión de la propia muerte. Sin embargo, está demostrado que los hombres en condiciones trágicas, en este caso el confinamiento bajo tierra, conservan un reducto de libertad espiritual para elegir la actitud personal que deben adoptar frente al destino.
Esta estancia de dos meses en el 'infierno' han servido a los mineros para descubrir que el sufrimiento —ver cómo se escapa la vida y viene la muerte— es una parte consustancial de la vida del ser humano sin la cual la existencia restaría incompleta. De bien seguro que el modo en que una persona acepta su inapelable destino y sus circunstancias otorga la coyuntura para dotar a la existencia de un sentido más profundo por la cual cada uno se eleva por encima de su devenir más adverso.
Prisioneros de guerra, rehenes o personas sepultadas bajo la tierra desde el primer momento de su situación son conscientes de una funesta realidad: la imposibilidad de predecir cuándo acabará aquella realidad, si es que termina.
De inmediato, así lo estudia la psicología, la estructura mental de la persona confinada padece una tremenda modificación; a partir de la aceptación de la provisionalidad de la vida los objetivos existenciales aparecen marcados por la inseguridad. Estudios anteriores realizados con mineros atrapados indican que estos padecen una deformación de la percepción del tiempo: eternidad frente a unidades breves de tiempo y fugacidad ante unidades mayores de tiempo.
Es importante aceptar el destino y hacerse una idea clara del sufrimiento para no perder la fe en el futuro, en la posibilidad de 'salir' de toda trágica situación. De aquí la capital importancia sobre el sentido de la vida, un tanto relativizada o minusvalorada por la sociedad contemporánea. Vivir, no lo olvidemos, no deja de ser la búsqueda de una respuesta a las cuestiones que la misma vida nos plantea en la vida concreta de cada día y que conforma el destino propio de cada uno de nosotros; y la conciencia de que la vida posee un sentido es el mejor modo para sobrevivir a las peores condiciones en las que nos podamos hallar. A esto Nietzsche tiene una acertada afirmación: quién tiene un porqué para vivir puede soportar cualquier cómo.
Al filo de la muerte, los mineros de Copiapó han encontrado en el sentido de la vida y en sus valores religiosos el motivo para permanecer con la esperanza siempre enfocada hacia el horizonte. Lo primero que han hecho todos nada más salir, antes de abrazarse a sus seres más queridos, ha sido arrodillarse y lanzar una sincera plegaria a Dios en muestra de agradecimiento.
La fe les ha devuelto a todos a la vida. Ésta es una lección a una sociedad muy marcada por el vacío existencial y por el pago de las tarifas a su psicólogo. Inmersos en la preocupación de cómo matar el tiempo, quizás olvidamos el sentido de la existencia, esa misión que cumplir, ese 'algo' por lo que vivir.
A los 33 de Copiapó, muchas gracias por mostrarme el sentido de la vida, pero más aún, el redescubrir que la vida es una donación de Dios, hacia quien todos los hombres estamos ordenados.