Trabajo esforzado y fe pueden mover montañas, y también contribuir a salvar a 33 mineros
El Mundo - Castellón
Hoy comienza el rescate de los 33 mineros chilenos. El drama se produjo el 5 de agosto. Ese día celebraba yo mi cumpleaños, en Jerusalén. Ahí viajé con el fin de ahondar en el conocimiento de las raíces católicas y del conflicto en Oriente Próximo, que es un auténtico jeroglífico. En Tierra Santa surge con facilidad rezar, y eso hice.
No es incompatible trabajar y rezar: es más, se refuerzan mutuamente. El ambiente en torno al rescate de 33 mineros a 700 metros de profundidad refleja esa conjunción. La mina se llama San José, el campamento que se ha instalado a su lado se llama La Esperanza, y la famosa perforadora T-130 ha sido bautizada con el nombre de La Milagrosa. La operación de rescate se ha denominado San Lorenzo, porque es el patrono de los mineros.
Es frecuente leer o ver imágenes en estos días que reflejan el ambiente religioso ante este drama. Esto molesta en algunos medios de comunicación, como es el caso de El País, que lo oculta. La religiosidad está muy presente, la fe da vida. Se les bajaron estampas del aragonés San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, y ejemplares de su conocida obra "Camino".
Cuando sucedió la tragedia, los ministros chilenos de Salud, Interior y Minería aconsejaron al presidente Sebastián Piñera abandonar la búsqueda, pero Piñera decidió continuar, tras treinta horas de estudio, en las que la clave fue una conversación con un veterano trabajador de la mina San José. El premió llegó el 22 de agosto: ¡vivían!
Todos esperamos el "milagro" de que salgan los 33. Lo escenificó el minero Florencio Ávalos, cuando apretó el botón para el ensayo de rescate a la vez que se persignó y rezó varias veces el Padre Nuestro. Trabajo esforzado y fe pueden mover montañas, y también contribuir a salvar a 33 mineros.
En este clima me parecen fuera de lugar que se haya preparado a los 33 mineros con un curso de oratoria para comparecer ante los medios de comunicación, y que el Gobierno chileno les obligue a un reconocimiento de huellas dactilares para aceptarlos como "vivos", porque ya constan como "desaparecidos". En un caso me suena a cruel; en otro, convertirlos en parte de un espectáculo mediático. Y los 1.500 periodistas allí presentes deben informar con respeto y objetividad.