Lo que Educación para la Ciudadanía no ofrece a los niños
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Sócrates
Pensar por uno mismo. Si analizamos los manuales de educación de los centros escolares españoles nos daremos cuenta, de inmediato, que la expresión con la que da inicio este texto no se halla presente en lo más mínimo. La célebre Educación para la Ciudadanía no enseña a los niños a pensar por ellos mismos, sino que se muestran contenidos manchados ideológicamente y que los menores deben asimilar como si de dogmas se tratasen.
Pensar por uno mismo. Esta expresión nos traslada a la figura de Sócrates, el filósofo que hizo de la pregunta el objeto central de todo pensamiento. La existencia debe ser cuestionada, pues sólo así el hombre puede situarse ante la verdad y confrontarse con ella.
En el dintel del templo de Delfos se hallaba la exhortación Conócete a ti mismo, que es otro modo de decir piensa por ti mismo. Y es que el hombre, como bien señala Juan Pablo II en la Carta Encíclica Fides et Ratio, «cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia».
La pregunta lleva a pensar e inaugura el diálogo —el hombre necesita aprender tanto de los sujeto de su tiempo como de los anteriores por los cuales se conserva el conocimiento—. Por el contrario, Educación para la Ciudadanía se inscribe en el dictado, en la asimilación de contenidos sin una consecuente reflexión.
Hoy, desde instancias políticas que interfieren sobre el papel del docente, se pretende que los estudiantes sean autónomos, que aprendan a partir de la propia manipulación del conocimiento, es decir, se pasa del conocimiento teórico al conocimiento práctico, con lo que se confunde el aprender con el jugar. De ahí que aspectos propios del aprendizaje como el esfuerzo, la tradición sapiencial y la autoridad dentro de la educación se conciban como elementos autoritarios que atentan contra la libertad del niño.
Es necesario que los niños aprendan a pensar por sí mismos para poder asimilar contenidos determinados a través de su propio juicio, es decir, distinguir lo que es una información u opinión y lo que es una certeza. Sólo de este modo el niño puede encaminarse hacia la verdad y adecuarse ante ella, porque de lo contrario cae presa de la mentira y del interés ideológico, que es una falsificación de la realidad.