"Una espléndida exposición del puesto de las creencias religiosas en el proceso político"
ReligionConfidencial.com
Después de haber releído los textos de la visita de Benedicto XVI al Reino Unido, siento no conocer tantos lugares que proclaman la tradición cultural y cristiana de esa antigua nación. El Papa ha recordado también con enorme cariño a santos británicos que jalonan la historia de las Islas, hasta la beatificación de Newman.
Me parece superfluo evocar los debates y contrastes de opiniones que se produjeron antes, también en grandes medios de comunicación, como The Times o la BBC. No eran menos significativos los artículos de Tony Blair en L’Osservatore Romano o de David Cameron en Le Monde. Como dijo el pontífice en el avión que le conducía a Edimburgo, «Gran Bretaña ha tenido su propia historia de anticatolicismo, pero es también un país con una gran historia de tolerancia». «Yo voy de buen humor y con alegría». Al fin y al cabo, no había elegido en vano, como lema de la visita, unas palabras muy queridas para Newman: "El corazón habla al corazón" —cor ad cor loquitur: El gran corazón de Benedicto XVI, desde su aparente timidez, se ganó los corazones de casi todos, incluso de la prensa más o menos "feroz".
Histórico fue el acto celebrado en Westminster Hall el 17 de septiembre de 2010, con asistencia de las personalidades más relevantes de la actual Gran Bretaña. Sobrecogía el silencio cuando el Papa expresaba en voz alta su recuerdo para «los innumerables hombres y mujeres que durante siglos han participado en los memorables acontecimientos vividos entre estos muros y que han determinado las vidas de muchas generaciones de británicos y de otras muchas personas».
Se imponía evocar la figura de Santo Tomás Moro. Pero Benedicto XVI dejó la historia, para replantear, desde el ejemplo de Moro en tiempos difíciles, la «perenne cuestión de la relación entre lo que se debe al César y lo que se debe a Dios». Dentro de la brevedad, el Papa hizo una espléndida exposición del puesto de las creencias religiosas en el proceso político, tema de máxima actualidad.
Dentro del tono positivo de su visita, bien conforme con el optimismo de la antropología cristiana, pasó rápida revista a elementos centrales del pluralismo democrático. Con otros términos, están muy presentes en la doctrina social de la Iglesia, centrada en dos puntos básicos: la protección de la dignidad humana y la promoción del bien común por la autoridad. Muchas cuestiones del tiempo de Tomás Moro siguen presentándose hoy, pues afectan a la fundamentación ética de la vida civil. En palabras del Papa, «si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia».
Benedicto XVI se permitió presentar algunos ejemplos. El primero resultaba menos positivo: «la reciente crisis financiera global ha mostrado claramente la inadecuación de soluciones pragmáticas y a corto plazo relativas a complejos problemas sociales y éticos». En cambio, Westminster ha pasado a la historia por «uno de los logros particularmente notables del Parlamento británico: la abolición del tráfico de esclavos. La campaña que condujo a promulgar este hito legislativo estaba edificada sobre firmes principios éticos, enraizados en la ley natural, y brindó una contribución a la civilización de la cual esta nación puede estar orgullosa».
Nunca se zanjará la fundamentación ética de las decisiones políticas. Pero Benedicto XVI introdujo elementos esenciales para la orientación del problema: «La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión».
No hay razón para temer hoy clericalismos. Pero laicidad no es mera neutralidad. La doctrina católica ayuda «a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos». Cumple así cierto papel ‘corrector’ de la religión respecto a la razón no siempre aceptado, «en parte debido a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo». Justamente esas distorsiones exigen atender al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la religión.
Se produce entonces un proceso en doble sentido: «Sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana. Después de todo, dicho abuso de la razón fue lo que provocó la trata de esclavos en primer lugar y otros muchos males sociales, en particular la difusión de las ideologías totalitarias del siglo XX. Por eso deseo indicar que el mundo de la razón y el mundo de la fe —el mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas— necesitan uno de otro y no deberían tener miedo de entablar un diálogo profundo y continuo, por el bien de nuestra civilización».
A su regreso, en la audiencia general en San Pedro, el Papa pondría de relieve que el viaje al Reino Unido «ha confirmado en mí una profunda convicción: que las antiguas naciones de Europa tienen un alma cristiana, que forman una unidad con el ‘genio’ y la historia de sus respectivos pueblos, y que la Iglesia no cesa de trabajar para mantener despierta continuamente esta tradición espiritual y cultural».