Vida Nueva
Abril de 2005 es el mes más cargado de significado para los dos últimos papas. El día 2 falleció Juan Pablo II y dieciséis días después, el 19, el entonces cardenal Joseph Ratzinger fue elegido como Sucesor de Pedro, tomando el nombre de Benedicto XVI.
Cuatro años después de aquel intenso período, el cartagenero Joaquín Navarro-Valls, portavoz del anterior Pontífice durante veintidós años, recuerda para Vida Nueva sus experiencias con Juan Pablo II, analiza su posible ascenso a los altares y opina sobre el pontificado de Benedicto XVI y sobre la comunicación de la Iglesia.
Desde que dejó en 2006 la dirección de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Navarro-Valls ha recuperado su perfil de médico y psiquiatra, participando en congresos internacionales sobre estas disciplinas y asumiendo la presidencia del consejo asesor de la Universidad Campus Biomédico de Roma, una institución educativa creada por el Opus Dei.
Alejado de la opinión pública, ha aceptado, empero, la invitación de José María Gil Tamayo, director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación, para participar en una reunión con los obispos españoles el próximo octubre.
Han pasado ya cuatro años desde la muerte de Juan Pablo II. ¿Cuál es su mayor recuerdo del anterior Pontífice?
Después de más de veinte años junto a él, los recuerdos forman un conjunto fuertemente integrado en el que me resulta todavía difícil aislar una sola imagen. Lo recuerdo a él: al hombre alegre de excepcional buen humor, al intelectual, al Papa, y a la inmensa misión que realizó.
¿Qué puede significar para la Iglesia católica la posible canonización de Juan Pablo II?
La Iglesia reconoce en las canonizaciones una santidad de vida. La persona o fue santa cuando vivió o no lo será nunca. Cuando sea canonizado el papa Juan Pablo II, la Iglesia reconocerá públicamente lo que en privado mucha gente y no sólo dentro del ámbito de la fe católica ya piensa.
¿Qué parte del legado de Juan Pablo II considera que es hoy más visible?
No es sólo un tema de visibilidad, sino de convicción. En una época de escepticismo sobre la naturaleza del ser humano y sobre su real capacidad, el papa Juan Pablo II hizo ver las raíces de la dignidad humana: de dónde le viene al ser humano su dignidad. Tuvo la gran audacia de definir el concepto tan usado y abusado de derechos humanos como derechos que no le son concedidos por Estados o instituciones al hombre o la mujer, sino que esos derechos les pertenecen por naturaleza.
Naturalmente, iluminó en todo el mundo también por dos veces ante la Asamblea General de las Naciones Unidas la noción de naturaleza humana: el hombre es respetable por lo que es. Y es indigno cualquier tratamiento del hombre que no tenga en cuenta quién es: una criatura creada por Alguien. Por eso le fue universalmente reconocido su papel como primer defensor de los derechos humanos.
¿Piensa que los desafíos que debe afrontar hoy Benedicto XVI son diferentes a los que encontró Juan Pablo II durante su pontificado?
No son distintos. Desde Juan Pablo II a Benedicto XVI, el mundo no ha superado ninguno de sus límites culturales.
¿Cuál es su valoración de los cuatro años de pontificado de Benedicto XVI?
Hay siempre una cierta arrogancia al pretender valorar todas las dimensiones de un pontificado, aunque sea en el arco de tiempo de cuatro años. La riqueza conceptual de Benedicto XVI es realmente asombrosa. Es el Papa, en toda la historia de la Iglesia, con una bibliografía personal más abundante y rica. La suya, me parece, es una pastoral de la inteligencia: precisamente lo que esta época en el final de la modernidad reclama y, a la vez, necesita.
¿Cree que Occidente se ha cansado de ser cristiano?
Si fuera como dice usted, habría que plantearse el porqué de ese cansancio. Y ahí me parece que habría que ir a varios niveles. Me parece que estamos en una época en la que mucha gente se ha cansado de pensar, se está olvidando de razonar. Y en su ausencia se hace retórica barata. Se abordan temas fundamentales del ser humano con una pobreza de pensamiento espeluznante y ridícula. No se hace ni siquiera política, se hace ideología.
En este contexto, se está fuera del fecundo pensamiento clásico cristiano. Con todos los límites que eso provoca. El cansancio, me parece, es consecuencia de no saber qué es verdad y qué es propaganda. Pero eso no ocurre en todo el mundo, sino solo en aquella modesta parte del mundo que geográficamente cabría en una pequeña zona del desierto del Sahara que llamamos Occidente. En África, el panorama es bien distinto.
¿Cómo valora la reciente polémica suscitada por las declaraciones acerca del uso del preservativo en África? ¿Considera que hubo un problema de comunicación?
Fue algo perfectamente instrumental. Lo más interesante que dijo el Papa en aquella ocasión es que era preciso humanizar la sexualidad humana. Pero eso quedó fuera del circo mediático. El problema fue de entendederas y no tanto de explicaderas.
Cuando no se quiere entender, se cercenan las palabras del interlocutor para adaptarlas a la propia forma mental. Y lo que resulta es un artificio dialéctico insensato y aburrido, cuyo más reciente ejemplo es la moción del Parlamento belga.
¿Piensa usted que la Iglesia hoy comunica bien?
La Iglesia son 1.200 millones de personas. ¿A quién de ellos se refiere usted sobre la capacidad de comunicar? La misión de la Iglesia no es comunicar en el sentido comercial y mediático de esa palabra. Su misión es transmitir unas verdades que ha recibido. Y esto la Iglesia lo hace con sus propios medios: la escuela y las universidades de inspiración católicas, la familia, la parroquia, la catequesis, etc.
El problema es que, frecuentemente, los modelos de vida transmitidos por los medios convencionales de comunicación tratan de sustituir, y a veces borrar, la enseñanza de la Iglesia. Y por eso es necesario que los católicos jerarquía, clero y el cristiano de a pie estén presentes en el mercado de las ideas del que los medios son vehículo. Esto a veces se hace bien, otras muy bien y, a veces, bastante mal.
¿Cómo debería la Iglesia utilizar las nuevas tecnologías para transmitir la Palabra de Dios?
A mí, personalmente, no me gusta la expresión utilizar los medios: me resulta muy instrumental y artificiosa. Prefiero la idea de participar, con convicción, en la dinámica de los medios. Con sus riesgos y posibilidades. Esa participación, como todo en esta vida, exige una cierta profesionalidad.
¿Cree que los laicos gozan de suficiente espacio en la Iglesia o habría que darles más juego?
Frente al menos de medio millón aproximadamente de eclesiásticos, hay en la Iglesia 1.150 millones de laicos. Saque usted las oportunas consecuencias El problema no es de espacio, que ya está claro tomando conciencia de la demografía, sino de responsabilidad. El laico no debería esperar a que le den juego, como sugiere su pregunta, sino que sus convicciones y responsabilidad lo hacen ya jugador titular.
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